HOJA PARROQUIAL
15 y 16 de Octubre del 2023
Domingo XXVIII del tiempo ordinario. Ciclo A
“ A todos los que encontréis, llamadlos a la boda ”
Recibir el consuelo de Dios es una de las experiencias religiosas más intensas e iluminadoras que puede experimentar el creyente. Es uno de los frutos del estar ‘conectado’ íntimamente a Dios y de sentirse invadido de una fuerza espiritual, de una gracia divina intensa, capaz de verse sumergido en una paz indecible y en una tranquilidad embriagadora. Quien lo experimenta lo suele expresar como un balbuceo espiritual.
La vida creyente brota de la relación entre Dios y la criatura que se abre a la trascendencia. Su riqueza y madurez dependerá de la frecuencia e intensidad de esa relación. Germina a partir de un encuentro entre un ser excepcional, espiritual y divino, y la persona impactada. Jesús no pasó indiferente ni vivió anónimo entre sus contemporáneos.
En muchas personas suscitó admiración y fuerte adhesión y en otras, por el contrario, su persona y mensaje, provocó un fuerte desprecio y una gran hostilidad. Lo cierto es que Jesús no pasó indiferente ante las personas y situaciones que le tocó vivir.
La predicación sobre Jesús, confesado como Señor e Hijo de Dios, de los primeros cristianos fue muy chocante entre los griegos y romanos en los inicios del cristianismo, pues ellos tenían una imagen de la trascendencia y de la divinidad totalmente alejada de los asuntos mundanos. Los dioses en los que creían tenían su propio mundo relacional y solo entre ellos interactuaban. Los cristianos, por el contrario, presentaban a un Dios comprometido y solidario con la creación, la naturaleza, las preocupaciones de la humanidad… un Dios capaz de sentir, comprender y compadecerse del género humano.
La predicación de Jesús no buscaba ni estaba orientada al adquirir un comportamiento moral determinado, sino más bien, a transmitir un mensaje religioso, profundo y comprometido, con palabras y obras, capaz de generar comportamientos y conductas nuevos en aquellos que se encontraron con él para poner de manifiesto que Dios tiene un plan de salvación para cada persona particular y para toda la humanidad en su conjunto y que ese plan pasa por la transformación del corazón, o sea de la conversión en clave religiosa.
LECTURAS
Primera lectura del libro de Isaías 25, 6-10a
Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo - lo ha dicho el Señor -.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre este monte la mano del Señor».
Salmo 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6. R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término
Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4, 12-14. 19-20
En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús.
A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio según san Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Introducción
2) El impulso hacia la misión. Se trata de una misión que los católicos reconocen que deben llevar a cabo con sus hermanos de otras confesiones y en diálogo con creyentes de otras religiones, transformando las acciones humanas de cuidado en experiencias auténticamente espirituales que proclamen el rostro de un Dios que se preocupa hasta dar su propia vida para que nosotros la tengamos en abundancia.
3) El compromiso de llevar a cabo la misión requiere un estilo basado en la participación, que corresponde a la plena asunción de la corresponsabilidad de todos los bautizados para la única misión de la Iglesia que se deriva de su dignidad bautismal común.
4) La construcción de posibilidades concretas para vivir la comunión, la participación y la misión a través de estructuras e instituciones que incluyan a personas debidamente formadas y sostenidas por una espiritualidad viva.
5) La liturgia, especialmente la liturgia eucarística, fuente y cumbre de la vida cristiana, que reúne a la comunidad, haciendo tangible la comunión, permite el ejercicio de la participación y alimenta, con la Palabra y los Sacramentos, el impulso hacia la misión.
12. Por último, el cuarto capítulo lanza una mirada al futuro recurriendo a dos elementos, ambos indispensables para avanzar en el camino: el espiritual, que contempla el horizonte de la conversión misionera sinodal, y el de la metodología para los próximos pasos de la Etapa Continental.
13. El DEC sólo será comprensible y útil si se lee con los ojos del discípulo, que lo reconoce como el testimonio de un camino de conversión hacia una Iglesia sinodal que, a partir de la escucha, aprende a renovar su misión evangelizadora a la luz de los signos de los tiempos, para seguir ofreciendo a la humanidad un modo de ser y de vivir en el que todos puedan sentirse incluidos y protagonistas. En este camino, la Palabra de Dios es una lámpara para nuestros pasos, que ofrece la luz con la que releer, interpretar y expresar la experiencia vivida.
14. Juntos rezamos:
Señor, has reunido a todo tu Pueblo en Sínodo.
Te damos gracias por la alegría experimentada en quienes han decidido ponerse en camino, a la escucha de Dios y de sus hermanos y hermanas durante este año, con una actitud de acogida, humildad, hospitalidad y fraternidad.
Ayúdanos a entrar en estas páginas como en “tierra sagrada”. Ven Espíritu Santo: ¡sé tú el guía de nuestro caminar juntos!
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