HOJA PARROQUIAL
11 y 12 de Noviembre del 2023
Domingo XXXII del tiempo ordinario. Ciclo A
“ Velad, porque no sabéis el día ni la hora ”
Nos acercamos al final del Año Litúrgico y la liturgia enfoca nuestra mirada sobre la venida definitiva del Señor al final de los tiempos. Dirigir nuestra vista al horizonte del camino no significa quedarnos contemplando este acontecimiento como si de un cuadro apocalíptico se tratase, significa mirar y vivir nuestro presente a la luz de dicho acontecimiento.
Es tiempo de revisar la vida y la fe en el caminar cotidiano, dejar iluminar cada rincón de nuestro ser por el evangelio y descubrir las actitudes con las que vamos acogiendo el reinado de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo.
No es tiempo de dar más espacio a la angustia en nuestras vidas –en nuestro mundo ya hay demasiados motivos– sino de empapar nuestro corazón y nuestra mirada de esperanza. Esta es la actitud del cristiano ante las realidades últimas.
LECTURAS
Primera lectura del libro de la Sabiduría 6, 12-16
Salmo 62, 2abc. 2d-4. 5-6. 7-8 R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18
Evangelio según san Mateo 25, 1-13
1. La experiencia del proceso sinodal
24. En otros lugares, surgen expresiones que evocan más bien la idea de un distanciamiento entre los miembros de una misma familia y un retorno deseado, el fin de una pérdida colectiva de la propia identidad como Iglesia sinodal. Utilizando una imagen bíblica, se podría decir que el proceso sinodal ha marcado los primeros pasos del retorno de un exilio, cuyas consecuencias afectan a todo el Pueblo de Dios: si la Iglesia no es sinodal, nadie puede sentirse realmente en casa.
2. A la escucha de las Escrituras
25. Es a un pueblo que vive la experiencia del exilio a quien el profeta dirige palabras que nos ayudan hoy a centrarnos en lo que el Señor nos llama a través de la experiencia de una sinodalidad vivida: «Ensancha el espacio de tu tienda, extiende los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas» (Is 54,2).
26. La palabra del profeta recuerda al pueblo exiliado la experiencia del éxodo y la travesía del desierto, cuando vivían en tiendas, y anuncia la promesa del regreso a la tierra, signo de alegría y esperanza. Para prepararse, es necesario ampliar la tienda, actuando sobre los tres elementos de su estructura. El primero son los toldos, que protegen del sol, el viento y la lluvia, delineando un espacio de vida y convivencia. Deben desplegarse, para que también puedan proteger a los que todavía están fuera de este espacio, pero que se sienten llamados a entrar en él. El segundo elemento estructural de la tienda son las cuerdas, que mantienen unidos los toldos. Deben equilibrar la tensión necesaria para evitar que la tienda se derrumbe con la flexibilidad que amortigüe los movimientos provocados por el viento. Por lo tanto, si la tienda se expande, deben alargarse para mantener la tensión adecuada. Por último, el tercer elemento son las estacas, que anclan la estructura al suelo y garantizan su solidez, pero que siguen siendo capaces de moverse cuando hay que montar la tienda en otro lugar.
27. Escuchadas hoy, estas palabras de Isaías nos invitan a imaginar a la Iglesia como una tienda, o más bien como la tienda del encuentro que acompañó al pueblo en su travesía por el desierto. Está llamada a expandirse, pero también a moverse. En su centro está el tabernáculo, es decir, la presencia del Señor. La firmeza de la tienda está garantizada por la solidez de sus estacas, es decir, los cimientos de la fe que no cambian, pero sí pueden ser trasladados y plantados en un terreno siempre nuevo, para que la tienda pueda acompañar al pueblo en su caminar por la historia. Por último, para no hundirse, la estructura de la tienda debe mantener el equilibrio entre las diferentes presiones y tensiones a las que está sometida. Esta metáfora expresa la necesidad del discernimiento. Así es como muchas síntesis imaginan a la Iglesia: una morada espaciosa, pero no homogénea, capaz de cobijar a todos, pero abierta, que deja entrar y salir (cf. Jn 10,9), y que avanza hacia el abrazo con el Padre y con todos los demás miembros de la humanidad.
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