“Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”
“ Movidos por el Espíritu Santo ”
Litúrgicamente hemos vivido el Adviento, el nacimiento del Señor, y hoy, celebramos la Fiestas de la Sagrada Familia, dentro de la Octava de Navidad, que concluirá mañana, día 1 de 2024, con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y la Jornada por la Paz, con el lema “Inteligencia Artificial y Paz (cf. Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral 08.08.2023).
Este año 2023, la Fiesta de la Sagrada Familia, instituida por el papa León XIII, cumple 150 años. Razón añadida para celebrarla como gran familia humana de la que Dios, es el Padre.
Los medios informativos comunican con cierta frecuencia lo convulso que está nuestro mundo y cómo afectan al ambiente familiar las transformaciones de la sociedad (la ingeniería social). Las distintas clases de uniones, no solo entre personas, sino incluso de cualquier otro tipo, reciben también el apelativo de familia. A nosotros, los seguidos de Cristo, nos obliga a poner nuestra mirada en el mejor de los modelos de familia, en la Sagrada Familia de Nazaret.
Ha de ser un día propio para pensar (en oración) cómo vivir en clave cristiana nuestra relación familiar para fortalecer esa relación. Pablo a los Colosenses, en la segunda lectura de hoy, marca la pauta de la vida familiar: “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro” porque el amor, “es el vínculo de la unidad perfecta”; también lo escucharemos del Eclesiástico. La vida de familia vivida en esta clave cristiana conlleva las palabras del evangelio, aplicables a los hijos que honran a sus padres y provocando así la admiración todos: “Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño” que escribió San Lucas.
LECTURAS
Primera lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6.12-14
El Señor honra más al padre que a los hijos
y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados,
y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos
y, cuando rece, será escuchado.
Quien respeta a su padre tendrá larga vida,
y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez
y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él,
y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será olvidada
y te servirá para reparar tus pecados.
Salmo 127, 1-2. 3. 4-5 R. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sion,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21
Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.
Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.