Mt 13,54-58: ¿No es el hijo del carpintero? (evangelio de San José obrero)
En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga.
La gente decía admirada:
«¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?».
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo:
«Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta».
Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.
Reflexión
La gente decía admirada: ¿No es el hijo del carpintero? ¿de dónde saca todo esto?. Aunque Jesús desprecia luego estas expresiones, sin embargo, me permito el lujo de darle la vuelta y quedarme con la palabra que dice el texto: “admirada”. Normalmente esta palabra hace referencia a un contenido positivo. Y aquí es donde quiero ir. Jesús estuvo 30 años viviendo en la normalidad de la vida, en su cotidianidad y sencillez. Ahora se maravillan porque el compañero de juegos, tertulias, etc es ahora el que opera milagros, y habla palabras que llegan al alma.
Es momento de profundizar, meditar sobre estos 30 años. A nivel cuantitativo es mucho más largo este periodo que la etapa pública de Jesús. La balanza va en contra de vida pública de Jesús. Por tanto, no es desdeñable ni despreciable esta época. Y esto nos revela algo fundamental de Dios. Nuestro Dios es el de la cotidianeidad, de la sencillez, del trabajo callado, el que nunca descansa: “mi Padre siempre trabaja”. Es el Dios del grano de mostaza, de la levadura en la masa, etc. Hay tanto trabajo que hacemos callado, en la sombra, sin reconocimiento, sin recompensa. Sin embargo, valioso para nosotros mismos, para los demás y también para Dios. Dios es el que sabe recompensar: “que no deja sin recompensa ni un vaso de agua”.
Por otro lado, todo lo que Jesús manifiesta en la etapa pública lo aprendió en esos 30 años a la sombra. El texto dice que crecía en sabiduría, estatura y gracia. Crecía en sabiduría, la sabiduría del pueblo, de las personas sencillas, de su madre y padre. Y también crecía en la gracia, en la relación personal con su Padre, también enseñada por sus padres. Aprender de la sabiduría de los pueblos, que está más allá de los comentarios fáciles que se transmiten en las conversaciones. Es la sabiduría que sabe penetrar las situaciones y quedarse con lo esencial. En todos los pueblos, épocas, tiene esta sabiduría. Hay que saber buscarla, acogerla, seguir transmitiéndola.
Sobre la actividad humana en todo el mundo
Concilio Vaticano II
Gaudium et spes 33-34
Con su trabajo y su ingenio el hombre se ha esforzado siempre por mejorar su vida; pero hoy, gracias a la ayuda de la ciencia y de la técnica, ha desarrollado y sigue desarrollando su dominio sobre casi toda la naturaleza y, gracias sobre todo a las múltiples relaciones de todo tipo establecidas entre las naciones, la familia humana se va reconociendo y constituyendo progresivamente como una única comunidad en todo el mundo. De donde resulta que muchos bienes que el hombre esperaba alcanzar de las fuerzas superiores, hoy se los procura con su propio trabajo.
Ante este inmenso esfuerzo, que abarca ya a todo el género humano, el hombre no deja de plantearse numerosas preguntas: ¿Cuál es el sentido y el valor de esa actividad? ¿Cómo deben ser utilizados todos estos bienes? Los esfuerzos individuales y colectivos ¿qué fin intentan conseguir?
La Iglesia, que guarda el depósito de la palabra de Dios, de la que se deducen los principios en el orden moral y religioso, aunque no tenga una respuesta preparada para cada pregunta, intenta unir la luz de la revelación con el saber humano para iluminar el nuevo camino emprendido por la humanidad.
Para los creyentes es cierto que la actividad humana individual o colectiva o el ingente esfuerzo realizado por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios.
Pues el hombre, creado a imagen de Dios, recibió el mandato de que, sometiendo a su dominio la tierra y todo cuanto ella contiene, gobernase el mundo con justicia y santidad, y de que, reconociendo a Dios como creador de todas las cosas, dirija su persona y todas las cosas a Dios, para que, sometidas todas las cosas al hombre, el nombre de Dios sea admirable en todo el mundo.
Esta verdad tiene su vigencia también en los trabajos más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y sus familias, disponen su trabajo de tal forma que resulte beneficioso para la sociedad, con toda razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen con su trabajo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.
Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están por el contrario convencidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio.
Cuanto más aumenta el poder del hombre, tanto más grande es su responsabilidad, tanto individual como colectiva.
De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que más bien les impone esta colaboración como un deber.
REVISIÓN DE LA SEMANA SANTA