miércoles, 10 de abril de 2024

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO III DE PASCUA. CICLO B

                         



HOJA PARROQUIAL

13 y 14 de Abril de 2024

Domingo III de Pascua. Ciclo B


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana



Los textos son cogidos de la página de 

















“Bienaventurados los que crean sin haber visto



LECTURAS



Primera lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19


En aquellos días, Pedro dijo al pueblo: 

«El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. 

Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. 

Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. 

Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.


Salmo 4,2.7.9: Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro.


Escúchame cuando te invoco, Dios de mi justicia; 

tú que en el aprieto me diste anchura, 

ten piedad de mí y escucha mi oración. R.


Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor, 

y el Señor me escuchará cuando lo invoque. R.


Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, 

si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?». R.


En paz me acuesto y enseguida me duermo, 

porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo. R.


Segunda lectura de la primera carta del apóstol San Juan 2,1-5ª.


Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. 

Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. 

Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. 

Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. 

Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. 


Evangelio según san Lucas 24,35-48.


En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 

Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: 

«Paz a vosotros». 

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. 

Y él les dijo: 

«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». 

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: 

«¿Tenéis ahí algo de comer?». 

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. 

Y les dijo: 

«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». 

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. 

Y les dijo: 

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».


Los textos son cogidos de la página de 






ver


Renegar es negar algo, decir que no es verdad, no admitirlo, y hacerlo con insistencia. Todos sabemos de qué ‘renegamos’ en nuestra vida y, cuando sabemos por qué lo hacemos, ese ‘renegar’ lo expresamos de diferentes formas: puede ser un rechazo rotundo y razonado; o bien, lo apartamos de nosotros de un modo irreflexivo, sin una razón clara para ello. Y otras veces renegamos de algo simplemente porque ‘como no lo entiendo, como no me entra en la cabeza, no lo admito’. Y, cuando renegamos de algo sin saber realmente por qué, o sólo por nuestra cerrazón, tampoco somos conscientes de las consecuencias, ni para nosotros ni para otros.


juzgar




La Palabra de Dios de este tercer domingo de Pascua nos ha mostrado diferentes ejemplos de ‘renegar’. En la 1ª lectura, Pedro hablaba a la gente sobre “Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato…”. “Vosotros renegasteis del Santo y del Justo…”. Resultó sorprendente que prácticamente los mismos que habían aclamado con entusiasmo a Jesús durante su entrada en Jerusalén, pocos días después renegasen rotundamente de Él y pidiesen su crucifixión, por haberse dejado manipular por las autoridades de un modo irreflexivo, como también les recrimina Pedro: “sé que lo hicisteis por ignorancia”. Pero esa irreflexión e ignorancia ha tenido unas consecuencias muy graves: “pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida”.

También nosotros podemos ‘renegar’ de Jesús, de forma irreflexiva, cuando nuestra fe es superficial: es una fe que nos resulta cómoda, no nos exige grandes esfuerzos, ‘cumplimos’, asistimos a celebraciones, charlas, encuentros… que nos gustan y nos hacen sentir bien… Pero cuando descubrimos que seguir a Jesús conlleva esfuerzo, renuncias, cruz… ‘renegamos’ de Él, nos desentendemos y ya no queremos saber nada. También renegamos de Jesús cuando, por ignorancia, no sabemos dar razón de nuestra fe y nos dejamos manipular por el ambiente y personas que nos rodean y que nos apartan de Él.

Pero renegar de Jesús tiene unas consecuencias: Él es el Camino, la Verdad y la Vida y, si lo rechazamos, damos entrada a ‘asesinos’, a actitudes, ideologías y comportamientos que ‘nos matan’, que no nos dejan vivir realmente, ni a nosotros ni a nuestro mundo.

Y en el Evangelio hemos escuchado otro ejemplo de ‘renegar’ de Jesús: cuando se presenta en medio de los discípulos, “ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu… no acababan de creer por la alegría…”. Ellos ya lo habían visto resucitado, y “lo habían reconocido al partir el pan”. Sin embargo, no les entra en la cabeza que Jesús haya resucitado, y siguen renegando de Él, como les dice Jesús: “¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?”.

Quizá a nosotros también nos ocurra algo parecido: procuramos vivir nuestra fe de un modo consciente y activo, participamos en lo que podemos, incluso tenemos algún compromiso evangelizador… pero nos damos cuenta de que todo eso no brota de dentro de nosotros, que lo hacemos casi como un empeño personal porque, en realidad, no nos entra en la cabeza la Resurrección de Jesús, surgen dudas en nuestro interior y realmente no nos lo acabamos de creer.

Pero, como los discípulos, estamos reunidos en su nombre y Él se presenta en medio de nosotros y nos dice: “Soy yo en persona”. Y también nos abre “el entendimiento para comprender las Escrituras”. Jesús no nos deja en nuestra cerrazón, nos ayuda a profundizar, a descubrir las razones para creer en su Resurrección: humanamente es algo que no nos entra en la cabeza, pero eso no significa que no sea real. Y creer en la Resurrección de Jesús también tiene unas consecuencias: “en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos…”. La Resurrección de Jesús nos ofrece la verdadera esperanza: es posible para todos cambiar y acoger el Evangelio.


actuar





Como vemos, es bastante fácil ‘renegar’ de Jesús, por diferentes motivos. Por eso, la Pascua debería ser el auténtico ‘tiempo fuerte’ para quienes queremos seguir a Jesús, porque Él nos dice también: “Vosotros sois testigos de esto”. Busquemos las razones para creer de verdad en la Resurrección de Jesús y ser testigos de ella, para que todos puedan recorrer, ya desde ahora, el camino de la Vida.






4. Próximos pasos


98. Mirar al futuro del proceso sinodal requiere considerar dos horizontes temporales muy diferentes. El primero es el horizonte a largo plazo, en el que la sinodalidad toma la forma de una perenne llamada a la conversión personal y a la reforma de la Iglesia. La segunda, claramente al servicio de la primera, es la que centra nuestra atención en los encuentros de la Etapa Continental que estamos viviendo.


4.1 Un camino de conversión y reforma


99. En las síntesis, el Pueblo de Dios expresa el deseo de ser menos una Iglesia de mantenimiento y conservación, y más una Iglesia misionera. Surge un vínculo entre el incremento de la comunión a través de la participación y el fortalecimiento del compromiso con la misión: la sinodalidad conduce a la renovación misionera. Como dice la síntesis de España: «consideramos que la comunión ha de conducirnos a un estado permanente de misión: encontrarnos, escucharnos, dialogar, reflexionar, discernir juntos son acciones con efectos positivos en sí mismas, pero no se entienden si no es con el fin de impulsarnos a salir de nosotros y de nuestras comunidades de referencia para la realización de la misión que tenemos encomendada como Iglesia» (CE España).


100. El Pueblo de Dios ha experimentado la alegría de caminar juntos y el deseo de seguir haciéndolo. El modo de conseguirlo como una comunidad católica verdaderamente global es algo que todavía está por descubrirse del todo: «caminar de un modo sinodal, escuchándose recíprocamente, participando en la misión y comprometiéndose en el diálogo, tiene probablemente una dimensión de “ya y todavía no”: está presente, pero todavía queda mucho por hacer. Los laicos son capaces, están llenos de talentos y se muestran dispuestos a contribuir cada vez más, siempre que se les den oportunidades para hacerlo. Las investigaciones y estudios adicionales a nivel parroquial pueden abrir otras vías en las que la contribución de los laicos puede ser inmensa y el resultado sería una Iglesia más vibrante y floreciente, que es el objetivo de la sinodalidad» (CE Namibia). Somos una Iglesia que aprende, y para ello necesitamos un discernimiento continuo que nos ayude a leer juntos la Palabra de Dios y los signos de los tiempos, para proceder en la dirección que el Espíritu nos señala.


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