domingo, 14 de julio de 2024

FIESTA DE LOS MÁRTIRES DE TAZACORTE

 Mártires de Tazacorte

Día 15 de JULIO 

 

BEATO IGNACIO DE ACEVEDO Y COMPAÑEROS

Mártires de Tazacorte 

Memoria obligatoria 

 

 

El día 15 de julio de 1570, la Compañía de Jesús entregó al cielo, en una sola batalla, cuarenta mártires: dos sacerdotes, veintitrés novicios, siete estudiantes y ocho coadjutores. Ignacio de Acevedo, Provincia de la Compañía, embarcó en la Ciudad de Oporto, con treinta y nueve compañeros, oriundos de Portugal. El capitán de la nave les advirtió que los mares de las Islas Canarias estaban infestados de piratas calvinistas, los cuales profesaban gran odio a la Iglesia de Cristo, pero ésto no impidió en modo alguno que estuviesen preparados a ofrecer su vida a Jesús, máximo Capitán de la Compañía fundada por S. Ignacio de Loyola. 

 

En aguas del mar de Tazacorte, en la Isla de S. Miguel de La Palma, de las Islas Canarias, los piratas calvinistas hugonotes abordaron la nave y prometieron a los religiosos que, si abandonaban la fe de Jesucristo, les perdonarían la vida. Pero ellos, animados vehementemente por Ignacio de Acevedo, se exhortaban mutuamente, con oraciones fervorosas, a entregar su vida por Cristo Crucificado. Por eso, por odio a la religión, los herejes descuartizaron sus cuerpos y los arrojaron al mar. El último en confesar la fe fue Ignacio, que padeció el martirio sosteniendo un cuadro de la Bienaventurada Virgen María, que le había regalado el Sumo Pontífice Pío V.

Pío IX decretó incluirlos entre los Beatos.

Misa:Del común de mártires

Oración colecta como en la Liturgia de las Horas.

 

 

Liturgia de las horas

beatos mártires de Tazacorte 

LITURGIA DE LAS HORAS

Del común de Mártires

 
OFICIO DE LECTURA

 Segunda lectura

De la Homilías del Papa Pablo VI en la solemne Canonización de los Beatos 40 Mártires de Inglaterra y Gales, 25 octubre 1970, A.A.S., 62 (1970) pp.747-749).

La Iglesia continúa creciendo mediante el amor de los mártires. 

¡Nuestro tiempo tiene necesidad de santos! Y sobre todo tiene necesidad del ejemplo de quienes han dado la prueba suprema de amor a Cristo y a su Iglesia; «nadie tiene un amor mayor que el dar la vida por sus amigos». Estas palabras del Divino Maestro, que ante todo se refieren al sacrificio que El mismo ofreció en la cruz entregándose por la salvación de todos los hombres, son también válidas tratándose de la innumerable y esclarecida legión de mártires de todas las épocas, tanto de los que perecieron víctimas de las persecuciones contra la primitiva Iglesia, como de los que, en tiempos más recientes, han muerto víctimas de otras persecuciones quizá más disimuladas pero no menos feroces.

La Iglesia -es verdad- nació del sacrificio de Cristo en la cruz, pero continúa creciendo y desarrollándose mediante el amor heroico de que es prueba la muerte de los más generosos de sus hijos: «La sangre de los mártires es simiente de cristianos». Por tanto, la oblación con que los mártires se dejan quitar la vida se convierte -como el derramamiento mismo de la sangre de Cristo, y por la unión con el sacrificio de Este- en fuente de vida y de fecundidad espiritual en bien de la Iglesia y de todo el mundo. Esta es la razón por la que muy bien nos advirtió la Constitución Lumen Gentium: «El martirio, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a El en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como el supremo don y la prueba mayor de caridad» (n. 42).

Mucho se ha dicho y escrito sobre este ser misterioso que se llama hombre; sobre los enormes recursos de su talento, que le capacitan para penetrar los secretos del universo y para dominar, la materia y encauzarla a sus propios fines; sobre la excelencia de su inteligencia y espíritu, que se manifiesta en las obras maravillosas del arte y de la ciencia; sobre sus triunfos y miserias. Pero lo más característico y lo más profundamente arraigado en la persona humana es su capacidad de amar, capacidad sin fondo, que le habilita para entregarse con un amor más fuerte que la misma muerte, el cual se prolonga en la eternidad.

Ahora bien, la expresión y la señal más sublime de ese amor se halla en el martirio de los cristianos, y esto no sólo porque el mártir se ha mostrado fidelísimo a su propio amor, del que ha dado prueba derramando su sangre, sino también porque ese sacrificio lo ha ofrecido en obsequio del amor más profundo y más noble que existe, el de Aquél que nos crió y redimió, que nos ama como El sólo sabe amar, y que, finalmente, espera de nosotros la respuesta de una entrega completa e incondicional, es decir, con un amor digno de nuestro Dios.

RESPONSORIO  2 Cor. 4,11-16

R/. Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús. + Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
V/. Aunque nuestra condición física se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. + Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

Oración

Oh Dios, que otorgaste una constancia invencible en la fe a los bienaventurados Ignacio y compañeros mártires; te rogamos nos concedas que, robustecidos con tan sublimes ejemplos, imitemos el ardor de su caridad y podamos participar de su gloria en el cielo. Por Jesucristo nuestro Señor.

MISA

Del común de mártires
Oración colecta como en la Liturgia de las Horas.



LECTURAS

 

PRIMERA LECTURA

 

Lectura del libro de la Sabiduría 3, 1-9

 

La vida de los justos está en manos de Dios, y no los tocara el tormento. 

La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz. 

La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad; 

sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; 

los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto; 

a la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral; 

gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente. 

Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado; 

porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos. 

Palabra de Dios. 

 

Salmo responsorial Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 5) 

 

R. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. 

 

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. R. 

 

Hasta los gentiles decían: El Señor ha estado grande con ellos. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. R. 

 

Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. R. 

 

Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas. R.

 

SEGUNDA LECTURA

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-39

Hermanos: 

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿ Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? 

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.» 

Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. 

Palabra de Dios. 

 

 

Lectura del santo Evangelio según San Juan 12, 24-26

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

-«Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.» 

Palabra del Señor. 

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