miércoles, 18 de septiembre de 2024

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

                                               



HOJA PARROQUIAL

21 y 22 de Septiembre de 2024

Domingo XXV del Tiempo Ordinario. Ciclo B


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana













ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


“El Hijo del Hombre va a ser entregado. Quien quiera ser primero, que sea el servidor de todos


LECTURAS




Primera lectura del libro de la Sabiduría 2, 12. 17-20


Se dijeron los impíos:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.

Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte.

Si es el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos.

Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.

Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según, dice Dios lo salvará».


Salmo 53, 53, 3-4. 5. 6 y 8 R: El Señor sostiene mi vida.


Oh Dios, sálvame por tu nombre,
sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica,
atiende a mis palabras. R.

Porque unos insolentes se alzan contra mí,
y hombres violentos me persiguen a muerte,
sin tener presente a Dios. R.

Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario,
dando gracias a tu nombre, que es bueno. R.


Segunda lectura de la carta del Apóstol Santiago 3, 16–4, 3


Queridos hermanos:
Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones.

En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.

El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.

¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis porque no pedís.

Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.


Evangelio según San Marcos 9, 30-37


En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.

Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará».

Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?».

Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».

Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».




Los textos son cogidos de la página de 






ver





Es muy común decir que vivimos tiempos de ‘crispación’. Esto lo vemos claramente en la política, en redes sociales, en programas de televisión y también en otros aspectos de la vida social: a la mínima, salta la chispa y se producen discusiones, a menudo con violencia verbal y también, por desgracia, física. Y si nos detenemos en nuestro ámbito más personal, comprobaremos que también están muy presentes las discusiones. En general, consideramos a quien no piensa o se comporta como nosotros, no como un mero contrincante que pretende algo distinto, sino como un adversario, como un enemigo al que hay que derrotar y, si es posible, machacándolo.    




juzgar



En este ambiente de crispación generalizada, hoy la Palabra de Dios nos ha planteado dos preguntas. La primera la encontramos en el Evangelio; Jesús ha preguntado a sus discípulos: “¿De qué discutíais por el camino?”. La semana pasada escuchábamos que Jesús les anunció su próxima pasión, hoy se lo vuelve a anunciar por segunda vez, pero esas palabras de Jesús no hacen mella en ellos. Por una parte, “no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle”. Habían visto la reprimenda que se llevó Pedro (“¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”) y tienen miedo de llevarse también ellos un rapapolvo, por lo que optan por no darse por enterados. 


Y, por otra parte, a ellos lo que realmente les importa es otra cosa: “Por el camino habían discutido quién era el más importante”, quién tiene la primacía en el ‘nuevo orden’ que Jesús está anunciando. 


La pregunta de Jesús debemos aplicárnosla a nosotros mismos para responderla con la mayor sinceridad. Mientras vamos por el camino de nuestra vida, ¿de qué discutimos, habitualmente? Pueden surgir temas como la política, el fútbol, temas vecinales… pero pensemos también en temas más personales: ¿de qué discuto con mi familia o mis amigos? 


Y, mirando la actitud de los discípulos, ¿qué influencia tiene en mi vida práctica lo que Jesús dice? ¿Hace mella en mí, o estoy en otra onda, y en realidad lo que me preocupa más es ‘ser importante’, salirme con la mía en lo que sea, y por eso discuto y me enfrento a los demás? 


Y la segunda pregunta que la Palabra de Dios nos plantea la hemos escuchado en la 2ª lectura. El apóstol Santiago preguntaba: “¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros?”. 


Es una llamada a profundizar en la primera pregunta: ¿Por qué discutimos? ¿Por qué tanta crispación en todos los ámbitos? Y hemos escuchado unas cuantas razones: envidia, rivalidad, deseos de placer, ambición… Pero no nos quedemos en los conceptos, sino pensemos en ejemplos concretos de nuestra propia vida: ¿A quién envidio? ¿De quién me siento rival? ¿Qué ‘deseos de placer’, en el sentido amplio de la palabra, me dominan y a los que no estoy dispuesto a renunciar? ¿Cuál es mi ambición, que me lleva a pasar por encima de quien sea para lograrla? 


Pero de poco sirve identificar las razones por las que discutimos, si no buscamos el modo efectivo de poner remedio a esa situación. Como discípulos de Jesús, Él nos ha dicho, como hizo con los primeros discípulos, el camino para romper con este clima de crispación: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Jesús nos enseña, con su propio ejemplo, que la actitud de servicio es el antídoto contra toda forma de envidia, rivalidad, ambición… y, por tanto, disminuye el riesgo de discutir. Pero de nuevo no nos quedemos en el concepto, sino pensemos en ejemplos concretos de nuestra vida: ¿Tengo realmente actitud de servicio desinteresado, o lo hago ‘a tiempo parcial’ y según con quién? ¿En qué ocasiones, y a quién, puedo ‘servir’, en lo cotidiano?




actuar





Es inevitable que surjan discusiones entre nosotros; es inevitable ‘sentir’ en nosotros envidias, rivalidades, deseos de placer, ambiciones… porque forman parte de la condición humana.

Pero lo que sí es evitable es ‘consentir’ que esas discusiones degeneren en enfrentamientos que se van expandiendo a todos los niveles y acaban creando un clima general de crispación, que acarrea graves consecuencias. El Señor nos llama a sus discípulos a que ataquemos el problema de raíz, viviendo como Él desde el servicio desinteresado, no como ‘cosas que hacemos por los otros’, sino como un verdadero estilo de vida, para ver a los otros como hermanos, y no como enemigos.







SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO

INSTRUMENTUM LABORIS

XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

PARA LA SEGUNDA SESIÓN

(OCTUBRE DE 2024)



3. El proceso sinodal ha desarrollado una conciencia de lo que significa ser el Pueblo de Dios reunido como «Iglesia de toda raza, lengua, pueblo y nación» (IdS 5), que vive su camino hacia el Reino en contextos y culturas diferentes. El Pueblo de Dios es el sujeto comunitario que atraviesa las etapas de la historia de la salvación, en su camino hacia la plenitud. El Pueblo de Dios no es la suma de los bautizados, sino el “nosotros” de la Iglesia, sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión, para que todos puedan recibir la salvación preparada por Dios.


Integrados en este Pueblo mediante la fe y el bautismo, nos acompañan la Virgen María, «signo de esperanza cierta y de consuelo [para el peregrinante Pueblo de Dios] hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3,10)» (LG 68), los apóstoles, los que han dado la vida por testimoniar su fe, los santos reconocidos y los santos “de la puerta de al lado”.


4. «Cristo es la luz de los pueblos» (LG 1) y esta luz resplandece en el rostro de la Iglesia, que es «en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Como la luna, la Iglesia brilla con luz reflejada: no puede, por tanto, entender su propia misión en un sentido autorreferencial, sino que recibe la responsabilidad de ser el sacramento de los vínculos, de las relaciones y de la comunión con vistas a la unidad de todo el género humano, incluso en nuestra época tan dominada por la crisis de la participación, de sentirse parte de un destino común, y por una concepción a menudo demasiado individualista de la felicidad y, por tanto, de la salvación. En su misión, la Iglesia comunica al mundo el designio de Dios de unir en sí mismo, mediante la salvación, a toda la humanidad. Al hacerlo, no se proclama a sí misma, «sino a Jesucristo como Señor» (2 Cor 4,5). Si no fuera así, perdería su ser, en Cristo, «como sacramento» (cf. LG 1) y, por tanto, su propia identidad y razón de ser. En el camino hacia la plenitud, la Iglesia es el sacramento del Reino de Dios en el mundo. 


El significado compartido de sinodalidad 


5. Los términos sinodalidad y sinodal, derivados de la antigua y constante práctica eclesial de reunirse en sínodo, se han comprendido mejor y se han vivido más plenamente gracias a la experiencia de los últimos años. Se han asociado cada vez más al «deseo de una Iglesia más cercana a las personas, menos burocrática, más relacional» (IdS 1b), que sea hogar y familia de Dios. En el transcurso de su primera sesión, la Asamblea alcanzó una convergencia sobre el significado de “sinodalidad”, que está a la base de este Instrumentum laboris. Los diferentes itinerarios, propuestos actualmente y orientados a una mayor profundización, pretenden identificar con mayor claridad la perspectiva católica con respecto a esta dimensión constitutiva de la Iglesia, en un diálogo con las demás tradiciones cristianas que respete las diferencias y peculiaridades de cada una. En su sentido más amplio, «la sinodalidad puede entenderse como el caminar de los cristianos con Cristo y hacia el Reino, junto con toda la humanidad; orientada a la misión, la sinodalidad comporta reunirse en asamblea en los diversos niveles de la vida eclesial, la escucha recíproca, el diálogo, el discernimiento comunitario, la creación del consenso como expresión del hacerse presente el Cristo vivo en el Espíritu y el asumir una corresponsabilidad diferenciada» (IdS 1h).


6. Por tanto, sinodalidad designa «el estilo peculiar que caracteriza la vida y la misión de la Iglesia» (CTI, n. 70), un estilo que parte de la escucha como primera acción de la Iglesia. La fe, que nace de la escucha de la proclamación de la Buena Nueva (cf. Rom 10,17), vive de la escucha: escucha de la Palabra de Dios, escucha del Espíritu Santo, escucha los unos de los otros, escucha de la tradición viva de la Iglesia y de su Magisterio. En las fases del proceso sinodal, la Iglesia experimentó una vez más lo que enseñan las Escrituras: sólo es posible proclamar lo que se ha escuchado.

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