miércoles, 27 de noviembre de 2024

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO I DE ADVIENTO. CICLO C

                                           
            



HOJA PARROQUIAL

30 de Noviembre y 1 de Diciembre de 2024

Domingo I de Adviento. Ciclo C


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana










ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos


LECTURAS



Primera lectura del profeta Jeremías 33, 14-16


Ya llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”.


Salmo 24 R. A ti, Señor, levanto mi alma


Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía a los que lo temen,
y les da a conocer su alianza. R/.


Segunda lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 3, 12 — 4, 2


Hermanos:
Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.
Por lo demás, hermanos os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante. Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.


Evangelio según San Lucas 21, 25-28. 34-36


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».




Los textos son cogidos de la página de 







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Esta homilía comenzamos a prepararla durante los días en que en la provincia de Valencia y otros lugares de España se estaban sufriendo las catastróficas consecuencias de las inundaciones acaecidas a finales de octubre por la DANA. Fueron días de mucho dolor, sufrimiento, muerte, angustia, desesperación, rabia… En todas partes había un sentimiento generalizado de profunda tristeza, tanto por lo que se estaba viviendo ahora como por el futuro que les espera a tantas personas que han perdido seres queridos y también lo han perdido todo. Si esto lo unimos a las guerras que no cesan, el drama de la inmigración y a tantos otros males que aquejan a nuestro mundo, el panorama es desolador, y no es de extrañar que predomine el abatimiento y la desesperanza.  



juzgar



Hoy comenzamos el tiempo de Adviento y, en este ambiente generalizado, no resulta fácil hablar de lo propio del Adviento, que es la esperanza. Pero precisamente por lo mal que está todo, tenemos que dejar que resuenen las palabras que Jesús ha dicho en el Evangelio: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. 


Jesús no ha venido a traer un mensaje fantasioso e ilusorio, el ‘opio del pueblo’. El Evangelio, la Buena Noticia que Él anuncia, esta enraizada en la realidad, por dura que ésta sea, como también ha dicho, utilizando un lenguaje apocalíptico: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas, desfalleciendo por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo”. Pero estas imágenes, que podrían fácilmente aplicarse a nuestra realidad actual, no pretenden infundirnos miedo sino todo lo contrario, esperanza: “Entonces verán al Hijo del hombre venir…”. 


Ante situaciones trágicas, es lógico caer en la desesperación, la zozobra, el sinsentido de la existencia. Pero Jesús es la Buena Noticia del Dios que, por amor, se ha encarnado por nosotros y por nuestra salvación. Por eso, el Adviento nos recuerda cada año que Dios es un Dios cercano: vino una vez al hacerse hombre, como celebraremos en Navidad; vendrá de nuevo, al final de los tiempos, no sabemos cuándo; y también viene ahora, «en cada persona, en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe» (Prefacio III de Adviento). La llamada a la esperanza es porque la fe en Dios no es sólo para el futuro, sino para el presente. Dios es compañero de camino sobre todo, cuando éste más duro se presenta. Y desde esta esperanza podemos acoger las palabras de Jesús: “Levantaos, alzad la cabeza”. 


Para que podamos levantarnos y alzar la cabeza, el Señor añade: “Tened cuidado de vosotros, no sea que emboten vuestros corazones… Estad despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder”. Son unas llamadas a no dejarnos arrastrar ni por sentimientos pesimistas ni por huidas de la realidad, sino a ser responsables y conscientes por nosotros y por los demás, desde la vigilancia y la oración, que también son elementos propios del Adviento. 


Y para empezar a ‘levantarnos y alzar la cabeza’, para afrontar desde la fe la realidad que debemos vivir, el Salmo responsorial pone en nuestros labios las palabras adecuadas: “A Ti, Señor, levanto mi alma. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y Salvador”. Éste es el punto en el que debemos situarnos al comienzo de este Adviento.




actuar




“Levantaos, alzad la cabeza.” En toda la Iglesia estamos preparando el próximo Jubileo de 2025, que tiene por lema: “Peregrinos de esperanza”, Preparar y celebrar el Jubileo no es algo accesorio, superfluo, un escapismo de la realidad, sino que cobra aún más sentido ante situaciones dramáticas como las que vivimos aquí y en todo el mundo, y esto lo vemos en la Bula de convocatoria, que tiene por título “La esperanza no defrauda”. Como dice el Papa Francisco: «La imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea, para todos, ocasión de reavivar la esperanza. El Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino», un amor manifestado en su Hijo hecho hombre, cuya venida vamos a preparar durante este Adviento.







SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO

INSTRUMENTUM LABORIS

XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

PARA LA SEGUNDA SESIÓN

(OCTUBRE DE 2024)



49. La expresión “intercambio de dones” posee un valor importante en las relaciones con otras Iglesias y comunidades eclesiales. San Juan Pablo II aplicó esta idea al diálogo ecuménico: «El diálogo no es sólo un intercambio de ideas. Es siempre de algún modo un “intercambio de dones”» (UUS 28). Además del diálogo teológico, el intercambio de dones tiene lugar en la puesta en común de la oración, por la cual nos abrimos a recibir los dones de tradiciones espirituales distintas de la nuestra. El ejemplo de mujeres y hombres santos de otras Iglesias y comunidades eclesiales es también un don que podemos recibir, incluyendo por ejemplo su memoria en nuestro calendario litúrgico, especialmente la de los mártires. En este espíritu debemos ser generosos, ofreciendo a otros cristianos la oportunidad de peregrinar y rezar en los santuarios y lugares santos custodiados por la Iglesia católica.


50. El diálogo entre las religiones y con las culturas no es ajeno al camino del Sínodo, sino que forma parte de su llamada a vivir relaciones más intensas, por el hecho de que «en todo tiempo y en todo pueblo es grato a Dios quien le teme y practica la justicia» (LG 9; cf. Hch 10,35). Por tanto, el intercambio de dones no se limita a las Iglesias y comunidades eclesiales, porque una auténtica catolicidad amplía el horizonte y pide la voluntad de acoger también aquellos factores de promoción de la vida, de la paz, de la justicia y del desarrollo humano integral presentes en otras culturas y tradiciones religiosas.


PARTE II ITINERARIOS


Una Iglesia sinodal es una Iglesia relacional, en la que las dinámicas interpersonales forman el tejido de la vida de una comunidad en misión, en un contexto cada vez más complejo. Esta perspectiva no separa, sino que capta los vínculos entre las experiencias, permitiendo aprender de la realidad releída a la luz de la Palabra, de la Tradición, de los testimonios ejemplares, pero también de los errores cometidos.


La Parte II destaca los procesos que garantizan el cuidado y el desarrollo de las relaciones, en particular, la unión con Cristo en vista de la misión, y la armonía de la vida comunitaria, gracias a la capacidad de afrontar juntos los conflictos y las dificultades. Se centra en cuatro ámbitos distintos, pero profundamente entrelazados en la vida de la Iglesia sinodal misionera: la formación, especialmente a la escucha (de la Palabra de Dios, de los hermanos y hermanas y de la voz del Espíritu) y al discernimiento, que lleva al desarrollo de modalidades participativas de toma de decisiones, respetando los diferentes roles, con una circularidad que llega a la transparencia, a rendir cuentas de las responsabilidades recibidas y a una evaluación que relanza el discernimiento para la misión. Fuente y culmen de este dinamismo es la Eucaristía, que pone en la raíz de las relaciones la gratuidad del amor del Padre, a través del Hijo en el Espíritu. El alimento que sostiene a una Iglesia sinodal misionera es también el contenido de su anuncio al mundo.


Una formación integral y compartida


51. «Preocuparse de la propia formación es la respuesta que todo bautizado está llamado a dar a los dones del Señor, para hacer fructificar los talentos recibidos y ponerlos al servicio de todos» (IdS 14a). Estas palabras del Informe de Síntesis de la Primera Sesión explican por qué la necesidad de formación fue uno de los temas que surgieron con mayor fuerza y universalidad a lo largo del proceso sinodal. Responder a la pregunta «¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?» requiere, por tanto, dar prioridad a la elaboración de itinerarios de formación coherentes, con especial atención a la formación permanente para todos.


52. Para muchos, la participación en las reuniones sinodales ha sido una oportunidad de formación en la comprensión y la práctica de la sinodalidad, que ha hecho aflorar con fuerza el deseo de comprender mejor el significado de la dignidad bautismal o ese «sentido sobrenatural de la fe» (LG 12) del que el Espíritu hace don al Pueblo de Dios. La primera necesidad es, pues, una formación más profunda en el conocimiento del modo en que el Espíritu actúa en la Iglesia y la guía a lo largo de la historia.


53. No hay misión sin contexto, no hay Iglesia sin arraigo en un lugar preciso, con sus especificidades culturales y sus contingencias históricas. Por eso no es posible elaborar planes de formación en abstracto. Su definición corresponde a las Iglesias locales y a sus agrupaciones. Aquí, por tanto, nos limitamos a indicar algunas orientaciones y características fundamentales de la formación en la perspectiva de la sinodalidad, que han de concretarse, teniendo en cuenta los contextos, las culturas y las tradiciones de los diferentes lugares.


54. Una Iglesia sinodal misionera se funda en la capacidad de escucha, lo que exige reconocer que nadie es autosuficiente en el ejercicio de su misión y que todos tienen algo que ofrecer y algo que aprender de los demás. La formación en la escucha es, por tanto, un primer requisito esencial. La práctica de la conversación en el Espíritu ha permitido experimentar cómo pueden entrelazarse la escucha de la Palabra de Dios y la de los hermanos y hermanas, y cómo esta dinámica abre progresivamente a la escucha de la voz del Espíritu: muchas aportaciones recibidas insisten en la importancia de formarse en este método. En la Iglesia existe una gama diversa de métodos de escucha, diálogo y discernimiento, en función de la diversidad de culturas y tradiciones espirituales. Promover la formación en esta pluralidad de métodos y el diálogo entre ellos en los contextos locales es un objetivo de gran relevancia. Un punto especialmente significativo en esta dirección es la escucha de las personas que experimentan diversos tipos de pobreza y marginación. Muchas Iglesias señalan que no se sienten preparadas para esta tarea y expresan la necesidad de una formación específica. Este es uno de los puntos encomendados a los trabajos del Grupo de Estudio n. 2.

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