HOJA PARROQUIAL
9 y 10 de Noviembre de 2024
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Esta viuda pobre ha echado más que nadie”
LECTURAS
Primera lectura del primer Libro de los Reyes 17, 10-16
Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10 R: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda lectura de la carta a los Hebreos 9, 24-28
Evangelio según San Marcos 12, 38-44.
Los textos son cogidos de la página de
ver
Una persona viuda es aquélla que ha perdido a su cónyuge y no se ha vuelto a casar, y la mayoría son mujeres. Las viudas siempre han sido un grupo social especialmente vulnerable. Hasta no hace muchos años, ser viuda era sinónimo de pobreza ya que, además de la pérdida personal y afectiva que sufría, si la viuda no había ejercido un trabajo remunerado y dependía económicamente del cónyuge fallecido, quedaba en una situación bastante precaria, más aún si tenía hijos pequeños.
juzgar
En la Biblia, encontramos numerosas referencias a las viudas. Al morir el esposo, sino tenían hijos adultos que las mantuvieran, muchas caían en la pobreza extrema. Por eso, son objeto de una especial predilección por parte de Dios, como se ve reflejado en los muchos mandatos bíblicos relacionados con el cuidado de las viudas. Y también se resalta la fe de estas mujeres, presentándolas como ejemplos de confianza total en Dios.
En la 1ª lectura hemos escuchado el pasaje de la viuda de Sarepta que, además, tiene un hijo. Su situación es muy angustiosa: “me queda sólo un puñado de harina y un poco de aceite… prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y moriremos”. Pero confía en la palabra de Dios expresada por boca del profeta “y comieron él, ella y su familia. Por mucho tiempo la orza de harina no se vació ni la alcuza de aceite se agotó”.
Y en el Evangelio Jesús destaca que “esa viuda pobre, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”. La viuda, en su pobreza material, demuestra una riqueza espiritual inmensa. Su acto de dar todo lo que tiene es un testimonio de total confianza en Dios.
La viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas ‘todo lo que tenía para vivir’. Jesús enfatiza que la viuda no dio de su abundancia, sino de su pobreza, Jesús elogia a la viuda por la fe y la entrega total que su acto representa.
Estas dos viudas nos cuestionan para examinar nuestra confianza en Dios. La confianza es la base sobre la cual construimos nuestra relación con el Señor y determina en gran medida nuestra experiencia personal de fe, en lo cotidiano y en lo extraordinario.
Creer en Dios no es simplemente aceptar su existencia; tampoco es vivir una despreocupación que es casi irresponsabilidad, creyendo que Dios hará lo que nosotros le pedimos. Creer en Dios es confiar en Él, es una entrega completa de nuestro ser, de nuestras esperanzas y preocupaciones. Es creer que Él sabe lo que es mejor para nosotros, aunque las circunstancias parezcan indicar lo contrario y aunque no lo comprendamos ni veamos sus signos.
La confianza en Dios nos ayuda a afrontar las dudas y los temores que inevitablemente surgen en el camino de nuestra vida, con la certeza de que no estamos solos, recordando que Dios no nos promete una vida sin dificultades, pero sí nos asegura su presencia y su amor en medio de ellas.
La historia de la viuda de Sarepta y la del Evangelio nos enseña a confiar en Dios incluso en las situaciones más extremas, ya que la verdadera confianza se manifiesta precisamente en los momentos más difíciles. Por eso, hoy se nos invita a ‘desear ser viudas’, desear vivir nuestras pobrezas materiales, humanas y espirituales desde la confianza en Dios, como ellas.
actuar
¿Soy una persona confiada o desconfiada? ¿Cómo evalúo mi confianza en Dios?
Humanamente, confiamos en quien conocemos. Para cultivar la confianza en Dios es indispensable conocerle a través de la oración y la meditación de la Palabra de Dios. También es necesario reconocer y recordar la fidelidad de Dios en nuestras vidas, cómo Dios ha actuado en el pasado, cómo nos ha guiado, reforzando así nuestra confianza en que seguirá haciéndolo en el futuro.
Pero llega un momento en que, como estas dos viudas, hemos de realizar un acto de abandono total casi ‘a ciegas’, ‘echando en sus manos todo lo que tenemos para vivir’.
El ejemplo de las dos viudas que hoy nos ha mostrado la Palabra de Dios nos recuerda que la fidelidad de Dios supera nuestra comprensión y nuestras expectativas. ‘Deseemos ser viudas’, como ellas, para que también en nuestra vida podamos experimentar la fidelidad de Dios cuando le confiamos de verdad todo lo que somos y tenemos.
SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO
INSTRUMENTUM LABORIS
XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
PARA LA SEGUNDA SESIÓN
(OCTUBRE DE 2024)
32. Nace también la invitación a una mayor confianza en la acción del Espíritu y a un mayor coraje y creatividad a la hora de discernir cómo poner, al servicio de la misión de la Iglesia, los dones recibidos y acogidos, de modo que se ajusten a los diferentes contextos locales. Es precisamente la variedad de los contextos, y por tanto de las necesidades de las comunidades, lo que sugiere que las Iglesias locales, bajo la guía de sus pastores, y sus agrupaciones «en cada gran territorio sociocultural» (AG 22), emprendan con humildad y confianza un discernimiento creativo de los ministerios que deben reconocer, confiar o instituir para responder a las necesidades pastorales y de la sociedad. Por lo tanto, deben definirse los criterios y los medios para llevar a cabo este discernimiento. También debe iniciarse una reflexión sobre la manera de confiar los ministerios bautismales (no instituidos e instituidos), precisando los tiempos y los ámbitos de su ejercicio, en una época en la que las personas se desplazan de un lugar a otro con mayor facilidad.
33. El camino recorrido hasta ahora ha llevado a reconocer que una Iglesia sinodal es una Iglesia que escucha, capaz de acoger y acompañar, de ser percibida como hogar y familia. Se trata de una necesidad que se expresa en todos los continentes y afecta a las personas que, por diferentes razones, están o se sienten excluidas o al margen de la comunidad eclesial, o luchan por encontrar en ella el pleno reconocimiento de su dignidad y de sus dones. Esta falta de acogida les aleja, dificulta su camino de fe y de encuentro con el Señor y priva a la Iglesia de su contribución a la misión.
34. Por tanto, parece sumamente oportuno dar vida a un ministerio de escucha y de acompañamiento reconocido y posiblemente instituido, gracias al cual este rasgo característico de una Iglesia sinodal se pueda experimentar concretamente. Se necesita una “puerta abierta” de la comunidad, por la que pueda entrar la gente sin sentirse amenazada o juzgada. Las formas de ejercer este ministerio deberán adaptarse a las circunstancias locales, según la diversidad de experiencias, estructuras, contextos sociales y recursos disponibles. Esto abre un espacio de discernimiento que deberá articularse a nivel local, también con la participación de las Conferencias Episcopales nacionales o continentales. Sin embargo, la presencia de un ministerio específico no significa reservar el compromiso de la escucha únicamente a los ministros. Al contrario, reviste un carácter profético. Por un lado, pone de relieve el hecho de que la escucha y el acompañamiento son una dimensión ordinaria de la vida de una Iglesia sinodal, que implica de diferentes maneras a todos los bautizados y en la que todas las comunidades están invitadas a crecer; por otro, recuerda que la escucha y el acompañamiento son un servicio eclesial, no una iniciativa personal, cuyo valor se reconoce así. Esta toma de conciencia es un fruto maduro del proceso sinodal.
Con los ministros ordenados: al servicio de la armonía
35. Del proceso sinodal han surgido datos contradictorios sobre el ejercicio del ministerio ordenado en el seno del Pueblo de Dios. Por un lado, se destaca la alegría, el compromiso y la dedicación de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos en el desempeño de su servicio; por otro, han manifestado cierto cansancio, vinculado sobre todo a una sensación de aislamiento, de soledad, de sentirse excluidos de relaciones sanas y duraderas y de sentirse abrumados por la exigencia de dar respuesta a todas las necesidades. Este puede ser uno de los efectos tóxicos del clericalismo. En particular, la figura del obispo suele estar expuesta a un exceso de atribuciones, lo que alimenta expectativas poco realistas con respecto a lo que una persona puede lograr por sí sola.
36. El encuentro “Párrocos para el Sínodo” vinculó este cansancio a la dificultad de obispos y presbíteros a la hora de avanzar verdaderamente juntos en su ministerio compartido. Una comprensión nueva del ministerio ordenado en el horizonte de la Iglesia sinodal misionera representa, por tanto, no sólo una exigencia de coherencia, sino también una oportunidad de liberación de estas fatigas, a condición de que vaya acompañada de una conversión efectiva de las prácticas, que haga perceptible el cambio y los beneficios que de él se derivan a los ministros ordenados y a los demás fieles. Además de afectar a la vida personal de cada uno de los ministros, este camino de conversión implicará una nueva manera de pensar y de organizar la acción pastoral, que tenga en cuenta la participación de todos los bautizados, hombres y mujeres, en la misión de la Iglesia, centrándose sobre todo en la necesidad de hacer emerger, reconocer y animar los diferentes carismas y ministerios bautismales. La pregunta «¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?» nos impulsa a reflexionar concretamente sobre las relaciones, las estructuras y los procesos que pueden favorecer una visión renovada del ministerio ordenado, pasando de una modalidad piramidal de ejercer la autoridad a una sinodal. En el marco de la promoción de los carismas y ministerios bautismales, puede iniciarse una reasignación de tareas cuyo desempeño no requiera el sacramento del Orden. Un reparto más articulado de las responsabilidades favorecerá también los procesos de toma de decisiones marcados por un estilo más claramente sinodal.
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