HOJA PARROQUIAL
11 y 12 de Enero de 2025
Bautismo del Señor. Ciclo C
“Jesús fue bautizado; y mientras oraba, se abrieron los cielos”
LECTURAS
Primera lectura del Profeta Isaías 42, 1-4. 6-7
Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará.
Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.
«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un puebloy luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».
Salmo 28, 1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10 R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Segunda lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Los textos son cogidos de la página de
ver
Para casi todos, las fiestas de Navidad son ya un recuerdo: se han guardado los adornos y el Belén, se han retomado las clases y los horarios habituales y la vida vuelve a su curso normal. Quizá algún regalo que hemos recibido estos días nos haga pensar que ‘esto me lo regalaron en Navidad’; quizá en unos pocos lugares conservan la tradición de dejar el Belén hasta la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero… pero la sensación general es que ya ha pasado la Navidad.
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Sin embargo, para quienes somos y formamos la Iglesia la Navidad no ha pasado. Hoy estamos celebrando la fiesta del Bautismo del Señor. Hoy todavía es Navidad y, de hecho, la Palabra de Dios que hemos escuchado nos trae reminiscencias del Adviento y la Navidad. Así, en la 1ª lectura hemos escuchado: “En el desierto preparadle un camino al Señor…” un mensaje propio del Adviento; la 2ª lectura, de la carta a Tito, se lee en las Misas de Medianoche y de la Aurora del día de Navidad; y la primera parte del Evangelio, “viene el que es más fuerte que yo”, la escuchábamos el tercer domingo de Adviento. La Palabra de Dios nos está recordando que la verdadera Navidad no ha pasado, que no hay que confundir la Navidad con los elementos exteriores con que la hemos adornado y ocultado.
La verdadera Navidad es celebrar la manifestación de Jesús como “Dios-con-nosotros”, para que podamos encontrarnos con Él. Una primera manifestación la celebramos en la Nochebuena y Navidad, con su nacimiento pobre y humilde y sólo conocido por unas pocas personas. Una segunda manifestación la celebramos en la Epifanía: el Hijo de Dios hecho hombre se muestra a todos los pueblos, razas y culturas, representados en los Magos de Oriente.
Y hoy celebramos la tercera manifestación, que hemos escuchado en el Evangelio: “Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»”. Jesús se manifiesta plenamente como “Dios-con-nosotros”, como Hijo amado del Padre, ungido por el Espíritu Santo, que inicia su misión evangelizadora.
Por eso, la verdadera Navidad no ha pasado, sino que continúa, y nosotros debemos continuarla. En nuestro Bautismo también el Padre nos dice: “Tú eres mi hijo, el amado” y también recibimos el Espíritu Santo para que, como Jesús, tomemos conciencia de nuestro ser hijos de Dios y de la misión que debemos desarrollar, para que la verdadera Navidad continúe.
Una misión que en este Año Jubilar tiene un acento especial: estamos llamados a ser “Peregrinos de esperanza”. Y como la verdadera Navidad no ha pasado, conviene recordar las palabras del Papa Francisco en su homilía de Nochebuena, que nos orientan para esta misión a la que estamos llamados: «Si Dios viene, aun cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve nuestra vida para siempre. Para acoger este regalo, estamos llamados a ponernos en camino. Ésta es nuestra tarea, traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime. La esperanza no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar; la esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo; es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres. Al contrario, la esperanza cristiana, mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad».
actuar
La verdadera Navidad no ha pasado, porque nos ha abierto la puerta de “la esperanza que no defrauda”. Jesús, el Hijo, fue bautizado para que nosotros, por nuestro bautismo, seamos y vivamos también como verdaderos hijos de Dios, siendo “Peregrinos de esperanza”. «A nosotros se nos pide que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo. Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón».
SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO
INSTRUMENTUM LABORIS
XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
PARA LA SEGUNDA SESIÓN
(OCTUBRE DE 2024)
79. En particular, en formas adecuadas a los diferentes contextos, parece necesario garantizar al menos: a) un funcionamiento eficaz de los Consejos de Asuntos Económicos; b) la participación efectiva del Pueblo de Dios, en particular de los miembros más competentes, en la planificación pastoral y económica; c) la elaboración y publicación (accesibilidad efectiva) de un balance financiero anual, en la medida de lo posible certificado por auditores externos, que haga transparente la gestión de los bienes y de los recursos financieros de la Iglesia y de sus instituciones; d) un informe anual sobre el rendimiento y desarrollo de la misión, que incluya una ilustración de las iniciativas emprendidas en materia de safeguarding (protección de menores y personas vulnerables) y la promoción del acceso de las mujeres a puestos de autoridad y su participación en los procesos de toma de decisiones; e) procedimientos de evaluación periódica del rendimiento y desarrollo de todos los ministerios y cargos de la Iglesia. Una vez más, se trata de un punto de gran importancia y urgencia para la credibilidad del proceso sinodal y su puesta en práctica.
Parte III Lugares
La vida sinodal misionera de la Iglesia, las relaciones que la estructuran y los caminos que aseguran su desarrollo, nunca pueden prescindir de la concreción de un “lugar”, es decir, de un contexto y de una cultura. Esta Parte III nos invita a superar una visión estática de los lugares, que los ordena por niveles o grados sucesivos (Parroquia, Zona, Diócesis o Eparquía, Provincia Eclesiástica, Conferencia Episcopal o Estructura Jerárquica Oriental, Iglesia Universal) según un modelo piramidal. En realidad, esto nunca ha sido así: la red de relaciones e intercambio de dones entre las Iglesias siempre ha tenido una forma reticular y no lineal, en el vínculo de unidad del que el Romano Pontífice es el principio y fundamento perpetuo y visible, y la catolicidad de la Iglesia nunca ha coincidido con un universalismo abstracto. Además, en el contexto de una concepción del espacio en constante evolución, restringir la acción de la Iglesia a límites puramente espaciales la aprisionaría en un inmovilismo fatal y en una preocupante repetición pastoral, incapaz de captar a la parte más dinámica de la población, especialmente a los jóvenes. En cambio, los lugares deben situarse en una perspectiva de interioridad mutua, concretarse también en las relaciones entre las Iglesias y en sus agrupaciones dotadas de una unidad de sentido. El servicio de la unidad que compete al Obispo de Roma y al Colegio de los Obispos en comunión con él, debe ajustarse también a este escenario, elaborando las formas institucionales adecuadas para su ejercicio.
Territorios que recorrer juntos
80. «A la Iglesia de Dios que está en Corinto...» (1 Cor 1,2). La proclamación del Evangelio, suscitando la fe en el corazón de los hombres y de las mujeres, hace que se constituya una Iglesia en un determinado lugar. La Iglesia no puede entenderse sin estar arraigada en un lugar y en una cultura y sin las relaciones que se establecen entre lugares y culturas. Destacar la importancia del lugar no significa ceder al particularismo o al relativismo, sino valorar la concreción en la que, en el espacio y en el tiempo, toma forma una experiencia compartida de adhesión a la manifestación del Dios que salva. La dimensión del lugar custodia la pluralidad originaria de las configuraciones de esta experiencia y su arraigo en contextos culturales e históricos específicos. La variedad de las tradiciones litúrgicas, teológicas, espirituales y disciplinarias es la demostración más evidente de cómo esta pluralidad enriquece a la Iglesia y la hace bella. Es la comunión de las Iglesias, cada una con su concreción local, la que manifiesta la comunión de los fieles en la Iglesia, una y única, evitando su disolución en un universalismo abstracto y uniformador.
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