HOJA PARROQUIAL
25 y 26 de Octubre de 2025
Domingo XXX del Tiempo Ordinario. Ciclo C
ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA
“El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no”
LECTURAS
Primera lectura del libro del Eclesiástico 35, 12-14. 16-19a
El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido.
No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes.
La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino.
No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia.
El Señor no tardará.
Salmo 33, 2-3 17-18. 19 y 23 R/. El afligido invocó al Señor, él lo escuchó.
Segunda lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta!
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio según San Lucas 18, 9-14
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Los textos son cogidos de la página de
ver
Especialmente desde hace unos años, las instituciones políticas, educativas, sociales, y también empresas y otros colectivos, están desarrollando lo que se denomina una política de inclusión. Se trata de establecer estrategias, normas y acciones que buscan asegurar que todas las personas, sin importar su origen, género, discapacidad, orientación sexual o condición socioeconómica, tengan las mismas oportunidades para participar activamente en la sociedad y en las instituciones.
juzgar
A pesar de esto, como quedó de manifiesto en el Sínodo Universal que finalizó en octubre de 2024, son muchas las personas que hoy se sienten excluidas de la Iglesia, ya sea por su discrepancia en temas morales o sociales, por su situación matrimonial o por su orientación sexual. Por eso, el propio Sínodo ha invitado a hacer «una reflexión sobre la Iglesia como hogar, porque cuando no se entiende como un espacio cerrado, inaccesible que hay que defender a toda costa, la imagen del hogar evoca posibilidades de acogida hospitalidad e inclusión». (2ª Sesión documento final n. 115) Y recomienda ponerse a la escucha de las Escrituras.
En la 1ª lectura hemos escuchado: “Para Él no cuenta el prestigio de las personas, no hay acepción de personas”. Y a continuación hemos escuchado una serie de ejemplos para mostrarnos que todos podemos favorecernos de la política de inclusión que Dios practica, que desde la oración todos podemos relacionarnos con Él, que nadie está excluido de antemano, sea cual sea nuestra condición social, política, económica, nuestra situación personal o la etapa de la vida que estemos atravesando:
“No desdeña la súplica del huérfano ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento”: cuando estamos atravesando penurias económicas, o cuando personalmente nos sentimos desprotegidos, frágiles.
“Quien sirve de buena gana, es bien aceptado”: cuando nos esforzamos en realizar bien el trabajo y las ocupaciones cotidianas, de un modo callado y oculto, aunque nadie lo reconozca ni agradezca.
“Yo estoy a punto de ser derramado en libación”: cuando nos sentimos en peligro o amenazados por cualquier motivo, ya sea por nuestra fe, o por defender lo que creemos que es justo.
“He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe”: cuando experimentamos el paso de los años o la enfermedad y sabemos que nuestro tiempo en la tierra se acaba.
La política de inclusión de Dios abarca incluso al fariseo: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás”: cuando nos creemos importantes y orgullosos, cuando despreciamos a los demás.
Y, sobre todo, la política de inclusión de Dios va dirigida a los pecadores: “El publicano, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”: cuando somos conscientes de nuestro pecado y del mal cometido, cuando nos pesa y nos deja abatidos, y sólo podemos repetir: ‘Ten compasión de mí’.
actuar
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
117. Una de las principales articulaciones de la Iglesia local que nos ha legado la historia es la parroquia. La comunidad parroquial, que se reúne en la celebración de la Eucaristía, es un lugar privilegiado de relaciones, acogida, discernimiento y misión. Los cambios en la concepción y en la forma de vivir la relación con el territorio obligan a reconsiderar su configuración. Lo que la caracteriza es ser una propuesta comunitaria sobre una base no electiva. Reúne a personas de diferentes generaciones, profesiones, orígenes geográficos, clases sociales y condiciones de vida. Para responder a las nuevas exigencias de la misión, está llamada a abrirse a formas inéditas de acción pastoral que tengan en cuenta la movilidad de las personas y el “territorio existencial” en el que se desarrolla su vida. Promoviendo de manera particular la iniciación cristiana y ofreciendo acompañamiento y formación, podrá apoyar a las personas en las diferentes etapas de la vida y en el cumplimiento de su misión en el mundo. De este modo, quedará más claro que la parroquia no está centrada en sí misma, sino orientada a la misión y llamada a apoyar el compromiso de tantas personas que, de diferentes maneras, viven y dan testimonio de su fe en su profesión y en las actividades sociales, culturales y políticas. En muchas regiones del mundo, las pequeñas comunidades cristianas o comunidades eclesiales de base son el terreno en el que pueden florecer intensas relaciones de proximidad y reciprocidad, ofreciendo la oportunidad de vivir concretamente la sinodalidad.
118. Reconocemos la capacidad de los Institutos de vida consagrada, de las Sociedades de vida apostólica, así como de las Asociaciones, Movimientos y nuevas Comunidades, de arraigarse en el territorio y, al mismo tiempo, de conectar lugares y ámbitos diversos, incluso a nivel nacional o internacional. A menudo es su acción, junto con la de tantas personas individuales y grupos informales, la que lleva el Evangelio a los lugares más diversos: hospitales, cárceles, residencias de ancianos, centros de acogida para emigrantes, menores, marginados y víctimas de la violencia; lugares de educación y formación, escuelas y universidades, donde se encuentran jóvenes y familias; lugares de la cultura, la política y el desarrollo humano integral donde se imaginan y construyen nuevas formas de convivencia. También miramos con gratitud a los monasterios, lugares de convocatoria y discernimiento, profecía de un “más allá”, que concierne a toda la Iglesia y guía el camino. Es responsabilidad específica del obispo diocesano o eparquial animar esta multiplicidad y cuidar los lazos de unidad. Los institutos y agregaciones (asociaciones, movimientos y nuevas comunidades) están llamados a actuar en sinergia con la Iglesia local, participando en el dinamismo de la sinodalidad.
119. La valorización de los lugares “intermedios” entre la Iglesia local y la Iglesia toda —como la provincia eclesiástica y las agrupaciones de Iglesias de ámbito nacional o continental— puede favorecer también una presencia más significativa de la Iglesia en los lugares de nuestro tiempo. La creciente movilidad y las interconexiones actuales hacen que las fronteras entre las Iglesias sean fluidas y exigen a menudo pensar y actuar dentro de un “vasto territorio sociocultural”, en el que, excluyendo cualquier forma de “falso particularismo, la vida cristiana se acomodará al carácter y la idiosincrasia de cada cultura” (AG 22).
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