jueves, 1 de agosto de 2024

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

                                         



HOJA PARROQUIAL

10 y 11 de Agosto de 2024

Domingo XIX del Tiempo Ordinario. Ciclo B


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana







Los textos son cogidos de la página de 








“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo


LECTURAS






Primera lectura del Libro primero de los Reyes 19, 4-8


En aquellos días, Elías anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo:
«¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor más que mis padres!».

Se recostó y quedó dormido bajo la retama, pero un ángel lo tocó y dijo:
«Levántate, come».

Miró alrededor y a su cabecera un pan había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió a recostarse. El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y de nuevo dijo:
«Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo».

Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.


Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R: Gustad y ved qué bueno es el Señor


Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor,
y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escucha y lo salvó de sus angustias. R.

El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R.


Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 4, 30–5, 2


Hermanos:
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final.

Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.


Evangelio según san Juan 6, 41-51


En aquel tiempo, los judíos murmuraban de Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
«¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»

Jesús tomó la palabra y les dijo:
«No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado.

Y yo lo resucitaré en el último día.

Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”.

Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.

No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.

Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».




Los textos son cogidos de la página de 






ver





Muchos, en la edad adulta, aunque también a veces en plena juventud, hemos experimentado en alguna ocasión que la acumulación de problemas y contratiempos, las experiencias personales negativas, el fracaso de los esfuerzos e intentos realizados, las situaciones para las que objetivamente no hay salida ni solución… nos hacen sentir que ya no podemos más. Pero intentamos seguir adelante; unas veces, la motivación la encontramos en la pareja, o en la familia, o en amigos, o en personas que dependen de nosotros, o en un proyecto… Pero llega un momento en que ni siquiera eso es suficiente, y sentimos que hemos llegando al límite de nuestro aguante.   




juzgar



En la 1ª lectura hemos escuchado que el profeta Elías tuvo esta misma experiencia. Él luchó con energía para que el pueblo volviese a Dios, pero no ve el fruto de sus esfuerzos, se desanima y, como la reina Jezabel lo persigue a muerte, huye por el desierto “hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: ¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues yo no soy mejor que mis padres!”. 

Elías, tras esas palabras, “se recostó y quedó dormido, pero un ángel lo tocó y dijo: ‘Levántate, come’”. Dios no ha abandonado al profeta, al contrario, se manifiesta ahora especialmente cercano. 

Elías “miró alrededor y a su cabecera había una torta cocida y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió a acostarse”. Lo que Elías ha encontrado son alimentos humildes, ‘poca cosa’ incluso para el gran cansancio físico y sobre todo espiritual que está experimentando. Por eso, sigue sin recuperar las fuerzas. 

Pero “el ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y de nuevo dijo: ‘Levántate y come…’ ”. Destaca la comprensión, y la ternura de Dios para con Elías; comprende que le cueste seguir adelante. Sin embargo, Dios no le invita al descanso, sino que le advierte: “...el camino que te queda es muy largo”. 

Y así, “Elías se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó, cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”. Elías recupera la motivación que necesitaba y sigue adelante. Los cuarenta días y noches hacen referencia a ‘toda la vida’, caminando hacia el encuentro con Dios. 

Este pasaje prepara ya lo que hemos escuchado en el Evangelio: Jesús es “el pan bajado del cielo”. 

Podemos hacer nuestra la experiencia de Elías, porque también Dios se nos manifiesta especialmente cercano en los momentos de agotamiento físico y espiritual, aunque no podamos reconocerlo. También nos manifiesta su presencia con algún ‘ángel’, con alguna persona que está a nuestro lado acompañándonos y animándonos. 

Y, sobre todo, también Dios nos ofrece el alimento que necesitamos: la Eucaristía, muy humilde en apariencia, pero que es “el Pan de Vida, el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera”. 

Quizá, como le ocurrió a Elías, aunque recibimos la Eucaristía, nos cuesta encontrar la fuerza y la motivación que necesitamos para seguir adelante, pero Dios también nos comprende, como a Elías, y por eso no debemos dejar la Eucaristía, aunque de momento parece que no sentimos nada. Jesús ha dicho: “el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Es a Jesús mismo a quien recibimos, a quien asimilamos a nuestro ser como asimilamos los alimentos, para que podamos seguir adelante ya no apoyados en nuestras solas fuerzas, sino con la fuerza del Hijo de Dios en nosotros. 

Y seguir adelante teniendo presente la meta a la que nos dirigimos: “El que coma de este pan vivirá para siempre”. No caminamos sin rumbo, los problemas y fracasos no tienen la última palabra: como Elías, toda nuestra vida está orientada hacia Dios y vivir para siempre con Él.




actuar





¿Me identifico con Elías? ¿En qué situaciones he exclamado ‘ya no puedo más’? ¿Alguien me ha acompañado y animado para no rendirme? ¿He encontrado fuerzas en la Eucaristía? 

Celebrar la Eucaristía no es simplemente ‘oír Misa’, y menos aún ‘cumplir el precepto’. Debemos tener presente que, en la celebración litúrgica, el Señor está ahí, «Él se hace comida y bebida espiritual, para alimentarnos en nuestro viaje hacia la Pascua eterna». (Prefacio III de la Eucaristía). Compartiendo la experiencia de Elías, hagamos nuestras estas palabras del Papa Francisco: «Sin Cristo estamos condenados a estar dominados por el cansancio de lo cotidiano, con sus preocupaciones y por el miedo al mañana. El encuentro dominical con el Señor nos da la fuerza para vivir el hoy con confianza y coraje y para ir adelante con esperanza. Por eso, nosotros cristianos vamos a encontrar al Señor el domingo en la celebración eucarística». (Audiencia General, 13-diciembre-2017)







SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO

INSTRUMENTUM LABORIS

XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

PARA LA SEGUNDA SESIÓN

(OCTUBRE DE 2024)

INTRODUCCIÓN


Practicar la sinodalidad es la forma mediante la cual renovamos hoy nuestro compromiso con esta misión y es una expresión de la naturaleza de la Iglesia. Crecer como discípulos misioneros significa, ante todo, responder a la llamada de Jesús a seguirle, correspondiendo al don que recibimos cuando fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Significa también aprender a acompañarnos mutuamente, como Pueblo de peregrinos en camino a través de la historia hacia un destino común, la Ciudad celestial. Al recorrer este camino, al partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía, nos transformamos en lo que recibimos. Comprendemos así que nuestra identidad de Pueblo salvado y santificado posee una dimensión comunitaria ineludible que abarca a todas las generaciones de creyentes que nos han precedido y nos seguirán: la salvación que hay que recibir y testimoniar es relacional, ya que nadie se salva solo. O más bien, empleando las palabras aportadas por una Conferencia Episcopal asiática, vamos tomando conciencia poco a poco de que: «La sinodalidad no es simplemente un objetivo, sino un camino de todos los fieles, que debemos recorrer juntos de la mano. Por eso, comprender su pleno significado requiere tiempo». San Agustín habla de la vida cristiana como una peregrinación solidaria, un caminar juntos «hacia Dios no corremos con pasos, sino con el afecto» (Sermón 306 B, 1), compartiendo una vida hecha de oración, de anuncio y de amor al prójimo.

El Concilio Vaticano II enseña que «todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos» (LG, n. 3). En el corazón del camino sinodal se encuentra el deseo, antiguo y siempre nuevo, de comunicar a todos la promesa y la invitación del Señor, custodiadas en la tradición viva de la Iglesia, a reconocer la presencia del Señor resucitado entre nosotros y a acoger los múltiples frutos de la acción de su Espíritu. La visión de la Iglesia, Pueblo de peregrinos que, en todos los lugares de la tierra, busca la conversión sinodal por amor a su misión, nos guía mientras avanzamos con alegría y esperanza por el camino del Sínodo. Esta visión contrasta crudamente con la realidad de un mundo en crisis, cuyas heridas y desigualdades escandalosas resuenan dolorosamente en el corazón de todos los discípulos de Cristo, impulsándonos a rezar por todas las víctimas de la violencia y de la injusticia y a renovar nuestro compromiso junto a las mujeres y los hombres que, en todas las partes del mundo, se esfuerzan por ser artesanos de la justicia y la paz


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