HOJA PARROQUIAL
5 y 6 de Octubre de 2024
Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”
LECTURAS
Primera lectura del Libro del Génesis 2, 18-24
Entonces el Señor Dios modeló de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó a Adán, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera.
Así Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontró ninguno como él, que le ayudase.
Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla, y le cerró el sitio con carne.
Y el Señor Dios formó, de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán.
Salmo 127, 1-2. 3. 4-5. 6 R: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Segunda lectura de la carta a los Hebreos 2, 9-11
Convenía que aquel, para quien y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación.
El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Evangelio según San Marcos 10, 2-16
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.
Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
ver
Prácticamente en todas las familias encontramos personas divorciadas; algunas se han vuelto a casar, otras no… Las circunstancias son muy variadas. Y a los cristianos se nos plantea la situación de estas personas en la Iglesia. En demasiadas ocasiones se han encontrado con rechazo, o se ha asumido implícitamente que ‘están fuera de la Iglesia’, pero no es así. Y, puesto que es algo que nos afecta directa o indirectamente a todos los que somos y formamos la Iglesia, en el Sínodo Universal que se está celebrando en Roma se ha planteado desde el principio esta cuestión.
juzgar
Tras la primera sesión del Sínodo, en octubre de 2023, la Asamblea propuso «promover iniciativas que permitan un discernimiento compartido sobre cuestiones doctrinales, pastorales y éticas controvertidas, a la luz de la Palabra de Dios, de la enseñanza de la Iglesia, de la reflexión teológica y valorando la experiencia sinodal».
El punto de partida es Jesús. «Las páginas del Evangelio muestran a Jesús encontrando a las personas en lo concreto de su historia y sus situaciones. Él no parte de prejuicios ni etiquetas, se implica por entero, exponiéndose, incluso, a la incomprensión y al rechazo».
Y hoy hemos escuchado en el Evangelio lo que dice Jesús acerca del matrimonio. En aquella época, el divorcio era bastante común, y los hombres podían repudiar a su mujer por motivos nimios. Cuando los fariseos le preguntan: “¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?”, Jesús no entra en polémicas sobre la interpretación de la ley, sino que va directo a la raíz, al Plan de Dios, que también hemos escuchado en la 1ª lectura: “Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Jesús señala que el matrimonio no es sólo un acto social o legal, sino que forma parte del Plan de salvación de Dios para la humanidad. Moisés permitió el divorcio debido a la debilidad humana, y al desconocimiento de ese Plan de Dios. El matrimonio es como un reflejo del amor de Dios, que permanece unido fielmente a nosotros a pesar de las dificultades.
Y es dentro de ese Plan de Dios donde hay que entender las siguientes palabras de Jesús: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Jesús afirma la indisolubilidad del matrimonio como parte del Plan divino, y nos invita a entenderlo y vivirlo desde la perspectiva del amor fiel y eterno de Dios.
Jesús no está imponiendo una carga imposible, sino que llama a los esposos cristianos a vivir el matrimonio confiando en la gracia de Dios, que les llega a través de la oración, los Sacramentos y la comunidad cristiana, para que puedan vivir su vocación matrimonial.
Pero no es fácil vivir el matrimonio, que requiere esfuerzo y sacrificio y una vivencia activa de la fe, y que puede romperse. Por eso, ante la realidad de que las personas divorciadas se sienten a menudo como ‘excluidas’ de la Iglesia, el Sínodo «nos recuerda que no podemos sostener a quien tiene necesidad de ayuda, si no es a través de nuestra conversión personal y comunitaria. Si utilizamos la doctrina con dureza y con actitud judicial, traicionamos el Evangelio; si practicamos una misericordia “barata”, no transmitimos el amor de Dios».
No se trata de ‘cambiar la doctrina’ ni de ‘rebajar la exigencia’. Es necesario un profundo discernimiento «siguiendo con paciencia el camino del acompañamiento. Es importante tomar el tiempo necesario para esta reflexión y emplear las mejores energías, sin ceder a juicios simplistas que hieren a las personas y al cuerpo de la Iglesia. Muchas indicaciones que ya ha ofrecido el Magisterio esperan ser traducidas en apropiadas iniciativas pastorales».
actuar
¿He entendido el matrimonio como parte del Plan de Dios? ¿He vivido personalmente o en alguien cercano un divorcio? ¿Conozco personas divorciadas que se sienten excluidas de la Iglesia?
La realidad de las personas divorciadas nos cuestiona como Iglesia y, como propone el Sínodo, «habrá que preguntarse cómo prestar, en los distintos discernimientos, una mayor atención a la diversidad de situaciones».
Mientras la reflexión continúa, debemos ir a la raíz, al conocimiento del Plan de Dios: para ello es necesaria una preparación adecuada para el matrimonio cristiano, apoyar a las parejas en crisis y ofrecer acompañamiento pastoral a quienes han experimentado rupturas.
Y siempre siguiendo el ejemplo de Jesús. Él «hace posible con su presencia una nueva vida; quien lo encuentra sale transformado. Esto sucede, porque la verdad de la que Jesús es portador no es una idea, sino la misma presencia de Dios en medio de nosotros». Lo que Jesús propone no es una meta difícil y casi inalcanzable, sino un camino de crecimiento en el amor que se recorre día a día con la ayuda de la gracia de Dios.
SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO
INSTRUMENTUM LABORIS
XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
PARA LA SEGUNDA SESIÓN
(OCTUBRE DE 2024)
11. A lo largo del proceso sinodal, el deseo de unidad de la Iglesia ha crecido a la par que la conciencia de su diversidad, de la que es portadora. Ha sido precisamente el compartir entre las Iglesias lo que nos ha recordado que no hay misión sin contexto, es decir, sin una conciencia clara de que el don del Evangelio se ofrece a personas y comunidades que viven en tiempos y en lugares concretos, que no están encerradas en sí mismas, sino más bien son portadoras de historias que deben ser reconocidas, respetadas e invitadas a abrirse a horizontes más amplios. Uno de los mayores dones recibidos a lo largo del camino ha sido la oportunidad de encontrar y celebrar la belleza del «rostro pluriforme de la Iglesia» (San Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 40). La renovación sinodal favorece la valorización de los contextos como lugar en los que se hace presente y se realiza la llamada universal de Dios a formar parte de su pueblo, de ese Reino de Dios que es «justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). De este modo, las diferentes culturas son capaces de captar la unidad que subyace y completa su vibrante pluralidad. La valorización de los contextos, de las culturas y de la diversidad es una clave para crecer como Iglesia sinodal misionera.
12. Del mismo modo, ha crecido la conciencia de la variedad de carismas y vocaciones que el Espíritu Santo suscita constantemente en el Pueblo de Dios. Nace así el deseo de crecer en la capacidad de discernirlos, de comprender sus relaciones dentro de la vida concreta de cada Iglesia y de la Iglesia en su conjunto y, sobre todo, de articularlos para el bien de la misión. Esto significa también reflexionar más profundamente sobre la cuestión de la participación en relación con la comunión y la misión. En todas las fases del proceso surgió el deseo de ampliar las posibilidades de participación y de ejercicio de la corresponsabilidad de todos los bautizados, hombres y mujeres, en la variedad de sus carismas, vocaciones y ministerios. Este deseo apunta en tres direcciones. La primera es la necesidad de “actualizar” la capacidad de anunciar y transmitir la fe con modalidades y medios adecuados al contexto actual. La segunda es la renovación de la vida litúrgica y sacramental, a partir de celebraciones bellas, dignas, accesibles, plenamente participativas, bien inculturadas y capaces de alimentar el impulso hacia la misión. La tercera dirección nace de la tristeza provocada por la falta de participación de tantos miembros del Pueblo de Dios en este camino de renovación eclesial y la fatiga de la Iglesia a la hora de vivir plenamente una sana relacionalidad entre hombres y mujeres, entre generaciones y entre personas y grupos de diferentes identidades culturales y condiciones sociales, en particular, los pobres y excluidos. Esta debilidad en la reciprocidad, en la participación y en la comunión sigue siendo un obstáculo para la plena renovación de la Iglesia en un sentido sinodal misionero.
Hermanas y hermanos en Cristo: una reciprocidad Hermanas y hermanos en Cristo: una reciprocidad renovada renovada
13. La primera diferencia que encontramos como personas humanas es la que existe entre hombres y mujeres.
Nuestra vocación como cristianos es la de honrar esta diferencia donada por Dios viviendo, en el seno de la Iglesia, una reciprocidad relacional dinámica como signo para el mundo. Al reflexionar sobre esta visión en clave sinodal, las aportaciones recogidas en todas las fases evidenciaron la necesidad de dar un reconocimiento más pleno a los carismas, a la vocación y al papel de las mujeres en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia como un paso indispensable para promover esta reciprocidad relacional. La perspectiva sinodal evidencia tres puntos de referencia teológicos como guía para el discernimiento: a) la participación se basa en las implicaciones eclesiológicas del bautismo; b) como Pueblo de bautizados, estamos llamados a no enterrar nuestros talentos, sino a reconocer los dones que el Espíritu derrama sobre cada uno para el bien de la comunidad y del mundo; c) respetando la vocación de cada uno, los dones que el Espíritu concede a los fieles se ordenan el uno al otro y la colaboración de todos los bautizados debe practicarse en clave de corresponsabilidad. Nos guía en nuestra reflexión el testimonio de las Sagradas Escrituras: Dios eligió a algunas mujeres para que fueran las primeras en ser testigos y en anunciar la resurrección. En virtud del bautismo, están en condición de plena igualdad, reciben la misma efusión de dones del Espíritu y están llamadas al servicio de la misión de Cristo
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