HOJA PARROQUIAL
26 y 27 de Octubre de 2024
Domingo XXX del Tiempo Ordinario. Ciclo B
““Rabunni”, haz que recobre la vista”
LECTURAS
Primera lectura del Profeta Jeremías 31, 7-9
Salmo
Sal. 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
Segunda lectura de la carta a los Hebreos 5, 1-6
Evangelio según san Marcos 10,46-52
Los textos son cogidos de la página de
ver
El sentido de la vista es el más desarrollado de los cinco sentidos, y el que más valoramos. Gracias a la vista podemos percibir el mundo: personas, cosas, colores, movimientos, distancias… También nos permite disfrutar de eso que vemos: los seres queridos, la naturaleza, las obras de arte… Pero el sentido de la vista necesita un estímulo para actuar: la luz. Sin luz, podemos tener unos ojos muy bonitos, perfectamente sanos y totalmente abiertos, pero no veremos nada.
juzgar
Hoy en el Evangelio hemos escuchado la curación del ciego Bartimeo. Son muchos los detalles que encontramos en este hecho, pero hay uno que llama la atención. Cuando Jesús pregunta a Bartimeo: “¿Qué quieres que te haga?”, él responde: “Que recobre la vista”. ‘Recobrar’ es volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía; por lo tanto, con su petición, Bartimeo manifiesta que no ha sido siempre ciego: hubo un tiempo en el que veía, y quiere recobrar la vista.
La interpretación espiritual de este pasaje nos recuerda que todos, en algún momento de nuestra vida, podemos identificarnos con Bartimeo: sentimos que hemos ‘perdido la vista’. La fe que hasta ese momento nos ha guiado puede dejar de iluminarnos y ‘no vemos’ un camino claro ni para nosotros, ni para nuestra vida, ni para los demás. Nos encontramos en una oscuridad total.
Bartimeo podía oír, hablar, moverse… pero se sentía triste, desamparado. Cuando ‘perdemos la vista’ de la fe, aparentemente, nos movemos, hablamos, oímos… pero en realidad ‘no vemos’ y nos sentimos “al borde del camino”: nuestra vida carece de horizonte, no comprendemos muchas de las cosas que ocurren, sentimos miedo e inseguridad, quizá incluso la oscuridad en que vivimos nos hace gritar de desesperación: “Jesús, ten compasión de mí”, pero no percibimos respuesta alguna.
Como Bartimeo, quizá también nos sentimos incomprendidos e incluso rechazados por los que nos rodean; resulta difícil explicarles que hemos perdido la vista de la fe, incluso pueden sentirse molestos si lo decimos. Y nos parece que sólo podemos esperar “limosna”, pequeños momentos de alivio, porque nos sentimos incapaces de llevar adelante nuestra vida por nosotros mismos.
Pero Bartimeo no se rindió y, aunque “muchos lo increpaban para que se callara, él gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí”. Si nos identificamos con Bartimeo por su pérdida de la vista, también debemos parecernos a él en su actitud para recobrarla. Y esto sólo lo puede hacer Jesús.
Como hemos dicho, el sentido de la vista necesita la luz para activarse. Para ‘activar la vista’ de nuestra fe, hemos de recordar lo que Él había dicho: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”. (Jn 8, 12)
El Evangelio de hoy es una llamada a acercarnos a Jesús. Él no pasa de largo ante nuestra pérdida de la vista de la fe, no nos deja sentados “al borde del camino”. Como hizo con Bartimeo, se detiene y nos pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”. Él no se impone, nosotros somos los que hemos de ‘dar un salto y acercarnos a Jesús’, y hacerle nuestra petición: “Que recobre la vista”.
Quizá, para recobrar la vista de la fe necesitamos escuchar de nuevo el ‘primer anuncio’ que nos iluminó en el pasado: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (Evangelii gaudium, 164). Quizá hemos ‘perdido la vista’ de la fe porque necesitamos interiorizarlo de nuevo, «ya que cuando a este primer anuncio se le llama ‘primero’, eso no significa que está al comienzo y después se olvida… Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ése que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras». (Íd.) Y, «si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de luz. Porque Él no sólo vino, sino que viene y seguirá viniendo cada día para invitarte a caminar hacia un horizonte siempre nuevo». (Christus vivit 125)
actuar
Si sentimos que hemos ‘perdido la vista’ de la fe y queremos recobrarla, es el momento de ‘dar un salto y acercarnos a Jesús’, aprovechando las oportunidades que nos ofrece la comunidad parroquial para ‘cuidar la vista’ mediante la formación y la celebración de nuestra fe. Bartimeo “recobró la vista y lo seguía por el camino”. Que también en esto nos identifiquemos con él, y que por el camino de nuestra vida, sigamos a Jesús haciendo nuestros sus pensamientos, criterios y actitudes para ‘ver’ la vida, en todas sus dimensiones, con la Luz que es Cristo Resucitado.
SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO
INSTRUMENTUM LABORIS
XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
PARA LA SEGUNDA SESIÓN
(OCTUBRE DE 2024)
23. Para comprender la naturaleza de una Iglesia sinodal en misión, es indispensable comprender su fundamento trinitario y, en particular, el vínculo inextricable entre la obra de Cristo y la del Espíritu Santo en la historia humana y en la Iglesia: «El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna toda la Iglesia efectúa esa admirable unión de los fieles y los congrega tan íntimamente a todos en Cristo» (UR 2). Por ello, el itinerario de iniciación cristiana de adultos es un contexto privilegiado para comprender la vida sinodal de la Iglesia. Pone de relieve su origen y su fundamento: las relaciones que unen y distinguen a las tres Personas divinas. Con los dones bautismales, el Espíritu Santo nos conforma a imagen de Cristo, sacerdote, profeta y rey, nos hace miembros de su cuerpo, que es la Iglesia, y nos convierte en hijos del único Padre. Recibimos así la llamada a la misión y a la corresponsabilidad de lo que nos une en la Iglesia, una y única. Esos dones tienen una orientación triple e indivisible: personal, comunitaria y misionera. Permiten y comprometen a cada bautizado, hombre o mujer, en la construcción de relaciones fraternas en su propia comunidad eclesial, en la búsqueda de una comunión cada vez más visible y profunda con todos los que comparten el mismo Bautismo y en la proclamación y testimonio del Evangelio.
24. Si la sinodalidad misionera está, por una parte, enraizada en la iniciación cristiana, por otra, debe iluminar el modo en que el Pueblo de Dios vive concretamente el itinerario de iniciación y lo asume, haciéndolo suyo por lo que realmente significa, superando una visión estática e individualista del mismo, no suficientemente vinculada al seguimiento de Cristo y a la vida en el Espíritu, para poder recuperar así su valor dinámico y transformador. En los primeros siglos, al leer en el Génesis que el sexto día Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen 1,26), los cristianos comprendieron que el dinamismo relacional estaba inscrito en la antropología de la creación. Vieron en la imagen del Hijo encarnado y en la semejanza, la posibilidad gradual de conformación, la manifestación de la aventura benéfica de la libertad de elegir estar con y ser como Cristo. Esta aventura comienza con la escucha de la Palabra de Dios, gracias a la cual el catecúmeno entra progresivamente en el seguimiento de Cristo Jesús. El bautismo está al servicio del dinamismo de la semejanza, razón por la cual no es una acción puntual, encerrada en el momento de su celebración, sino un don que debe ser el compromiso de conversión, el servicio a la misión y la participación en la vida comunitaria. De hecho, la iniciación cristiana culmina en la eucaristía dominical, que se repite cada semana, signo del don incesante de la gracia que nos conforma a Cristo y nos hace miembros de su cuerpo y alimento que nos sostiene en el camino de conversión y en la misión.
25. En este sentido, la asamblea eucarística manifiesta y alimenta la vida sinodal misionera de la Iglesia. En la participación de todos los cristianos, en la presencia de los diferentes ministerios y en la presidencia del obispo o del presbítero, se hace visible la comunidad cristiana, en la que se realiza una corresponsabilidad diferenciada de todos por la misión. La liturgia, como «cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10), es al mismo tiempo la fuente de la vida sinodal de la Iglesia y el prototipo de todo acontecimiento sinodal, haciendo aparecer «como en un espejo» el misterio de la Trinidad (1 Cor 13,12; cf. DV 7).
26. Es necesario que las propuestas pastorales y las prácticas litúrgicas preserven y hagan cada vez más evidente el vínculo entre el itinerario de iniciación cristiana y la vida sinodal y misionera de la Iglesia, evitando su reducción a instrumento meramente pedagógico o a indicador de una pertenencia puramente social. Deben, en cambio, promover la aceptación del don personal orientado a la misión y a la edificación de la comunidad. Es necesario elaborar las oportunas disposiciones pastorales y litúrgicas en la pluralidad de las situaciones históricas y de las culturas en las que están inmersas las distintas Iglesias locales, teniendo en cuenta también la diferencia entre aquellas en las que la iniciación cristiana implica sobre todo a jóvenes o adultos, y aquellas en las que concierne, sobre todo, si no exclusivamente, a los niños.
Para el Pueblo de Dios: carismas y ministerios Para el Pueblo de Dios: carismas y ministerios
27. «Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12,4- 7). En el origen de la variedad de los carismas (dones de gracia) y de los ministerios (formas de servicio en la Iglesia con vistas a su misión) se halla la libertad del Espíritu Santo: los concede y trabaja incesantemente para que manifiesten la unidad de la fe y la pertenencia a la Iglesia, una y única, en la variedad de personas, culturas y lugares. Los carismas, incluso los más comunes y difundidos, están destinados a responder a las necesidades de la Iglesia y de su misión (cf. LG 12). Al mismo tiempo, contribuyen eficazmente a la vida de la sociedad, en sus diferentes aspectos. Los carismas son a menudo compartidos y dan lugar a las diferentes formas de vida consagrada y al pluralismo de las agregaciones eclesiales.
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