HOJA PARROQUIAL
16 y 17 de Julio de 2025
Domingo XX del Tiempo Ordinario. Ciclo C
ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA
“No he venido a traer paz, sino división”
LECTURAS
Primera lectura del libro de Jeremías 38,4-6.8-10:
Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Salmo 39 R/. Señor, date prisa en socorrerme
Segunda lectura de la carta a los Hebreos 12,1-4
Hermanos:
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Evangelio según san Lucas 12,49-53
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
Los textos son cogidos de la página de
ver
Cuando estamos aprendiendo a montar en bicicleta, la primera reacción al empezar a pedalear es mirar hacia abajo, hacia la rueda delantera, para ver por dónde vamos; pero esto hace que movamos mucho el manillar y que vayamos dando tumbos, hasta acabar cayéndonos. Por eso, quien nos enseña nos dice que debemos mirar al frente, a un punto fijo, no hacia abajo; y, cuando empezamos a hacerlo así, poco a poco nos vamos estabilizando y avanzamos sin caernos.
juzgar
Si es en lo personal, nos fijamos mucho en nosotros mismos: en mi actitud, cómo es mi oración, qué tiempo le dedico, qué sentimientos experimento o si no siento nada, si cumplo los mandamientos, si hace mucho que no me confieso, si me distraigo durante la Eucaristía, si procuro leer la Palabra de Dios o formarme de algún modo… Si es en la comunidad parroquial, nos fijamos mucho en nuestro calendario, programación, la preparación de actividades y celebraciones, en la respuesta o no que obtenemos, en cuántos han venido…
Pero, tanto en un caso como en otro, eso es como ‘mirar hacia abajo’: ponemos toda nuestra atención en lo más inmediato, en lo que ‘nosotros’ llevamos entre manos, como el manillar que sujeta la rueda delantera de la bicicleta. Y como principalmente nos miramos a nosotros mismos o a nuestra comunidad parroquial, a menudo ‘nos movemos mucho’ vamos girando rápidamente: cambiamos esto, probamos lo otro, que si me apunto a este cursillo, que si organizamos en la parroquia esta experiencia que se ha puesto de moda… pero así vamos dando tumbos, espirituales y pastorales, y no es de extrañar que no avancemos y acabemos ‘cayéndonos’.
Hoy el Señor, en la 2ª lectura, nos dice que, si queremos aprender a montar en esta bicicleta que es la vida cristiana, debemos tener “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús”. Puede parecer algo obvio, pero se nos olvida con facilidad. Por eso el Papa Francisco, en “Evangelii gaudium”, su primera exhortación apostólica, nos recordaba que en la vida de fe «su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado» (11). Ahí debemos fijar los ojos.
Para no ir dando tumbos en nuestra vida de fe, necesitamos desarrollar la oración de contemplación. Está muy bien y es necesario rezar determinadas oraciones o contar al Señor nuestros proyectos, preocupaciones y necesidades, pero esto lo debemos complementar con la oración de contemplación. Se trata de lograr que en la oración llegue un momento en que callamos nosotros, dejamos de ‘mirar hacia abajo’, a la rueda de ‘nuestras’ oraciones y rezos, para ‘mirar al frente’, sabiéndonos y sintiéndonos en presencia del Señor, y fijar los ojos en Él y dejar que Él nos enseñe a montar en esta bicicleta que es la vida cristiana, que nos vaya indicando el ritmo y la velocidad a la que debemos ‘pedalear’, nosotros o nuestra comunidad parroquial, y hacia dónde y en qué momento debemos ‘girar el manillar’, qué cambios debemos introducir para avanzar en la dirección correcta, sin ir dando tumbos, ni espirituales ni pastorales.
actuar
Como aprender a montar en bicicleta, a muchas personas, les resulta muy difícil desarrollar la dimensión contemplativa, pero como decía también la 2ª lectura: “No os canséis ni perdáis el ánimo”. Nos costará, sobre todo al principio, y tendremos caídas, pero hay que seguir practicando. “Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia”, para que la bicicleta que es nuestra vida como cristianos nos lleve hacia el encuentro con el Señor.
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
Parte III –“Echar la red”
La conversión de los procesos
82. El discernimiento eclesial no es una técnica organizativa, sino una práctica espiritual que hay que vivir en la fe. Requiere libertad interior, humildad, oración, confianza mutua, apertura a la novedad y abandono a la voluntad de Dios. No es nunca la afirmación de un punto de vista personal o de grupo, ni se resuelve en la simple suma de opiniones individuales; cada uno, hablando según su conciencia, está abierto a escuchar lo que los demás comparten en conciencia, para buscar juntos reconocer “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7). Previendo la contribución de todas las personas implicadas, el discernimiento eclesial es a la vez condición y expresión privilegiada de la sinodalidad, en la que se viven juntos comunión, misión y participación. El discernimiento es tanto más rico cuanto más se escucha a todos. Por eso es esencial promover una amplia participación en los procesos de discernimiento, cuidando especialmente la implicación de quienes se encuentran en los márgenes de la comunidad cristiana y de la sociedad.
83. La escucha de la Palabra de Dios es el punto de partida y el criterio de todo discernimiento eclesial. La Sagrada Escritura, en efecto, testimonia que Dios ha hablado a su Pueblo, hasta darnos en Jesús la plenitud de toda la Revelación (DV 2), e indica los lugares donde podemos escuchar su voz. Dios se comunica con nosotros ante todo en la liturgia, porque es Cristo mismo quien habla “cuando en la Iglesia se lee la Sagrada Escritura” (SC 7). Dios habla a través de la Tradición viva de la Iglesia, de su magisterio, de la meditación personal y comunitaria de la Escritura y de las prácticas de la piedad popular. Dios sigue manifestándose a través del clamor de los pobres y de los acontecimientos de la historia humana. Además, Dios se comunica con su Pueblo a través de los elementos de la creación, cuya existencia misma nos refiere a la acción del Creador y está llena de la presencia del Espíritu vivificador. Por último, Dios habla también en la conciencia personal de cada uno, que es “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” (GS 16). El discernimiento eclesial exige el continuo cuidado y formación de las conciencias, y la maduración del sensus fidei, para no descuidar ninguno de los lugares donde Dios habla y sale al encuentro de su Pueblo.
84. Las etapas del discernimiento eclesial pueden articularse de diferentes maneras, según los lugares y las tradiciones. También sobre la base de la experiencia sinodal, es posible identificar algunos elementos clave que no deberían faltar:
a) la presentación clara del objeto de discernimiento y el suministro de información e instrumentos adecuados para su comprensión;
b) un tiempo adecuado para prepararse con la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la reflexión sobre el tema;
c) una disposición interior de libertad con respecto a los propios intereses, personales y de grupo, y un compromiso con la búsqueda del bien común
d) una escucha respetuosa y profunda de las palabras del otro;
e) la búsqueda del consenso más amplio posible, que surgirá a través de aquello que más hace arder los corazones (cf. Lc 24,32), sin ocultar los conflictos y sin buscar compromisos que lo rebajen;
f) la formulación, por parte de quienes dirigen el proceso, del consenso alcanzado y su presentación a todos los participantes, para que puedan expresar si se reconocen o no en él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario