miércoles, 20 de agosto de 2025

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

                                

                                           
            


HOJA PARROQUIAL

23 y 24 de Agosto de 2025

Domingo XXI del Tiempo Ordinario. Ciclo C


ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana


















ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


“No he venido a traer paz, sino división”


LECTURAS

 



“VENDRÁN DE ORIENTE Y OCCIDENTE, Y SE SENTARÁN A LA MESA DEL REINO DE DIOS”


Primera lectura del Profeta Isaías 66, 18-21


Esto dice el Señor:

«Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos,
vendré para reunir
las naciones de toda lengua;
vendrán para ver mi gloria.
Les daré una señal, y de entre ellos
enviaré supervivientes a las naciones:
a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco),
Túbal y Grecia, a las costas lejanas
que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria.
Ellos anunciarán mi gloria a las naciones.

Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor,
traerán a todos vuestros hermanos,
a caballo y en carros y en literas,
en mulos y dromedarios,
hasta mi santa montaña de Jerusalén
—dice el Señor—,
así como los hijos de Israel traen ofrendas,
en vasos purificados, al templo del Señor.
También de entre ellos escogeré
sacerdotes y levitas —dice el Señor—».



Salmo 116, 1. 2 R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.


Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos. R/.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.


Segunda lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13


Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos». Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?

Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.

Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.


Evangelio según San Lucas 13, 22-30


En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.

Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».

Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.

Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».



Los textos son cogidos de la página de 







ver



En una entrevista, la cantante Alaska contó que, durante el funeral de un amigo suyo, una persona recordó con humor las tres preguntas más importantes para el fallecido: “¿De dónde venimos?, ¿a dónde vamos? y ¿qué nos ponemos?” Más allá de la ocurrencia, la tercera pregunta es muy importante. Lo cierto es que la mayoría de las personas se plantean en algún momento las preguntas fundamentales, como ya recordó el Concilio Vaticano II en “Gaudium et spes” 10: «¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué hay después de esta vida temporal?».




juzgar


El ser humano, de cualquier raza y cultura, ha buscado la respuesta a estas preguntas a lo largo de la historia, como nos recuerda la Bula de convocatoria del Jubileo 2025 “Peregrinos de esperanza”: «Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad». (1) 

Frente a esa dificultad para encontrar una respuesta satisfactoria al sentido de la vida, el Concilio daba la respuesta de fe: «Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro (…) quien existe ayer, hoy y para siempre». (10) 

También en este año jubilar se nos está recordando esto: «Tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. ¿Qué será de nosotros, entonces, después de la muerte? Más allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito. Lo que ahora vivimos en la esperanza, después lo veremos en la realidad». (Bula “Spes non confundit”, 19.21) 

Pero no es suficiente “saber” la respuesta, sino interiorizarla, para que de verdad la fe en Cristo resucitado sea el motor de nuestra vida “la esperanza que no defrauda”, como nos dice el Jubileo. Por la fe sabemos “de dónde venimos”: del amor creador de Dios; también sabemos “a dónde vamos”: a la plena comunión con Dios. Y, puesto que sabemos cuál es la meta final de nuestra vida, también nos tenemos que hacer sobre la tercera pregunta: “¿Qué nos ponemos?” 

El Evangelio de este domingo nos invita a reflexionar “qué debemos ponernos” para poder llegar al encuentro definitivo con Dios en su Reino. Y hemos escuchado que, a uno que le preguntó, Jesús le respondió: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. ¿En qué consiste “entrar por la puerta estrecha?” 

En su respuesta, Jesús rechaza a los que decían: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”, porque “entrar por la puerta estrecha” no consiste sólo en “ponernos” encima el cumplimiento de unos mandamientos y preceptos, o asistir a charlas y retiros. 

“Entrar por la puerta estrecha” es seguir a Jesús, “ponernos” por dentro sus actitudes, criterios, valores… que reflejen, en nuestro actuar cotidiano, un estilo de vida auténticamente cristiano: el amor al prójimo, incluso a los enemigos; el perdón “hasta setenta veces siete”; cargar con la cruz cada día; el servicio humilde “lavándonos los pies unos a otros”; la entrega hasta el extremo…. Si no nos “ponemos” esto ahora, al llegar Jesús también nos dirá: “No sé quiénes sois… no sé de dónde sois”.




actuar




¿Me he planteado seriamente las preguntas fundamentales? ¿He interiorizado la respuesta que nos da la fe, o solamente “la he aprendido”? ¿Me esfuerzo realmente en “entrar por la puerta estrecha”, o mi fe está acomodada? Me he cuestionado “qué me pongo” en mi vida cotidiana? ¿Qué es lo que más me cuesta “ponerme” para que mi vida sea seguimiento de Jesús, y no un mero cumplimiento? 

Cuando vamos a realizar una actividad o celebrar un acontecimiento nos planteamos qué nos ponemos. Tenemos pendiente el “gran acontecimiento” de nuestro encuentro con el Señor al final de nuestra vida, así que reflexionemos “qué nos ponemos” en nuestro caminar cotidiano, cómo “entrar por la puerta estrecha”, para poder sentarnos un día con Él “a la mesa en el Reino de Dios”.









DOCUMENTO FINAL

POR UNA IGLESIA SINODAL:

COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN


Parte III –“Echar la red”

La conversión de los procesos


85. El discernimiento se realiza siempre en un contexto concreto, cuyas complejidades y peculiaridades es necesario conocer lo mejor posible. Para que el discernimiento sea efectivamente “eclesial”, es necesario valerse de los medios necesarios, entre los cuales una adecuada exégesis de los textos bíblicos que ayude a interpretarlos y comprenderlos, evitando enfoques parciales o fundamentalistas; el conocimiento de los Padres de la Iglesia, de la Tradición y de las enseñanzas magisteriales, según sus diversos grados de autoridad; las aportaciones de las diversas disciplinas teológicas; las contribuciones de las ciencias humanas, históricas, sociales y administrativas, sin las cuales no es posible conocer seriamente el contexto en el que y con vistas al cual se realiza el discernimiento.


86. En la Iglesia existe una gran variedad de enfoques del discernimiento y de metodologías establecidas. Esta variedad es una riqueza: con las oportunas adaptaciones a los distintos contextos, la pluralidad de enfoques puede resultar fecunda. Con vistas a la misión común, es importante que entablen un diálogo cordial, sin dispersar las especificidades de cada uno y sin atrincheramientos identitarios. En las Iglesias locales, a partir de las pequeñas comunidades eclesiales y de las parroquias, es esencial ofrecer oportunidades de formación que difundan y alimenten una cultura de discernimiento eclesial para la misión, particularmente quienes tienen roles de responsabilidad. Igualmente importante es la formación de acompañantes o facilitadores, cuya contribución resulta a menudo crucial para llevar a cabo los procesos de discernimiento.


La articulación de los procesos de toma de decisiones


87. En la Iglesia sinodal “toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones” (CTI, n. 68) para la misión. Fomentar la participación más amplia posible de todo el Pueblo de Dios en los procesos decisionales es la manera más eficaz de promover una Iglesia sinodal. Si es cierto, en efecto, que la sinodalidad define el modo de vivir y operar que califica a la Iglesia, indica al mismo tiempo una práctica esencial en el cumplimiento de su misión: discernir, alcanzar el consenso, decidir mediante el ejercicio de las diferentes estructuras e instituciones de la sinodalidad.


88. La comunidad de los discípulos convocados y enviados por el Señor no es un sujeto uniforme y amorfo. Es su Cuerpo con muchos y diversos miembros, un sujeto histórico comunitario en el que acaece el Reino de Dios como “semilla y principio” al servicio de su venida en toda la familia humana. Ya los Padres de la Iglesia reflexionan sobre el carácter de comunión de la misión del Pueblo de Dios a través de un triple “nada sin” (nihil sine): “nada sin el obispo” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Tralianos, 2,2), “nada sin vuestro consejo [de los Presbíteros y Diáconos] y sin el consentimiento del Pueblo” (San Cipriano de Cartago, Carta a los hermanos Presbíteros y Diáconos 14,4). Cuando se rompe esta lógica del nihil sine, se oscurece la identidad de la Iglesia y se inhibe su misión.


89. Se sitúa en este marco de referencia eclesiológica el compromiso de promover la participación sobre la base de la corresponsabilidad diferenciada. Cada miembro de la comunidad debe ser respetado, valorando sus capacidades y dones con vistas a una decisión compartida. Se requieren formas más o menos articuladas de mediación institucional, en función del tamaño de la comunidad. La legislación vigente ya prevé órganos de participación a distintos niveles, de los que se ocupará el documento más adelante.

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