miércoles, 20 de agosto de 2025

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

                                 

                                           
            


HOJA PARROQUIAL

30 y 31 de Agosto de 2025

Domingo XXII del Tiempo Ordinario. Ciclo C


ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana




“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido


LECTURAS

 


Primera lectura del libro del Eclesiástico 3, 17-20. 28-29


Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres,
y te querrán más que al hombre generoso.
Cuanto más grande seas, más debes humillarte,
y así alcanzarás el favor del Señor.
«Muchos son los altivos e ilustres,
pero él revela sus secretos a los mansos».
Porque grande es el poder del Señor
y es glorificado por los humildes.
La desgracia del orgulloso no tiene remedio,
pues la planta del mal ha echado en él sus raíces.
Un corazón prudente medita los proverbios,
un oído atento es el deseo del sabio.


Salmo 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11 R/. Tu bondad, oh, Dios, preparó una casa para los pobres.


Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad a su nombre;
su nombre es el Señor. R/.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. R/.

Derramaste en tu heredad,
oh, Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh, Dios,
preparó para los pobre. R/.


Segunda lectura de la carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24a


Hermanos:

No os habéis acercado a un fuego tangible y encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni al estruendo de las palabras, oído el cual, ellos rogaron que no continuase hablando.

Vosotros, os habéis acercado al monte Sion, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.


Evangelio según San Lucas 14, 1. 7-14


En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.

Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

Y dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».



Los textos son cogidos de la página de 







ver



El Viernes Santo decíamos que Jesús en la Cruz nos invita a permanecer ante las cruces y los crucificados, no sintiéndonos defraudados en nuestras esperanzas sino con paciencia, confiando en que Dios cumple en Jesucristo su promesa: la salvación para cada uno, para la Iglesia, para toda la humanidad. Ésa es la esperanza cristiana que brota de Jesús en la Cruz. Y hoy estamos celebrando que, como indica el título de la Bula de convocatoria del Jubileo 2025, esa esperanza no defrauda.




juzgar


Son múltiples los ejemplos de “orgullo y prejuicio” que encontramos a nuestro alrededor: en persona, en medios de comunicación, en redes sociales… Vemos el orgullo en personas que se creen superiores por su atractivo físico, por sus bienes materiales, por sus profesiones, por su posición social o política… personas a las que incluso se considera triunfadoras, modelos a seguir. 

Vemos el prejuicio en personas que rechazan de plano a determinados grupos sociales, razas, culturas, a quienes tienen diferentes opiniones políticas, a quienes desempeñan una profesión o actividad determinada… Este orgullo y prejuicio dificulta mucho la convivencia social e incluso produce enfrentamientos, a veces muy graves. 

También en la vida de fe caemos en el orgullo y el prejuicio. En el orgullo, cuando creemos que nosotros somos “los buenos”, mejores que los no creyentes o los fieles de otras religiones; o creemos que nuestra parroquia, comunidad, movimiento o asociación es superior a otros grupos o miembros de la Iglesia; o pensamos que ocupamos una determinada responsabilidad o hemos recibido un nombramiento porque “lo merecemos”. Y en el prejuicio caemos cuando nos consideramos poseedores de “la verdad” y rechazamos de entrada a otras personas y grupos sociales que no comparten nuestra visión de la realidad o nuestro modo de vivir la fe. Este orgullo y prejuicio también dificulta no sólo la comunión eclesial, sino nuestra misma relación con Dios, porque, como en el caso de los protagonistas de la novela, nuestra relación con Dios debe ser (y sólo puede ser) una relación de amor, y el verdadero amor está reñido con el orgullo y el prejuicio. 

La Palabra de Dios nos invita a luchar contra ellos potenciando una actitud hacia la que también hay mucho prejuicio, tanto en la sociedad como también, como hemos visto, entre quienes somos y formamos la Iglesia: la humildad. Porque humildad no es sinónimo de ser despreciable o poca cosa. Al contrario, la humildad es el reconocimiento de que nuestras capacidades, talentos, posición social, bienes… son dones de Dios, y obramos desde esa conciencia, sin orgullo ni prejuicio. 

Por eso la 1ª lectura hemos escuchado: “Actúa con humildad en tus quehaceres…” Y en el Evangelio, “Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos para comer y notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal… vete a sentarte en el último puesto”. A cada uno de nosotros nos corresponde revisar desde esta Palabra de Dios nuestro grado de humildad: en mis quehaceres cotidianos, ya sea en casa, en mi lugar de trabajo o estudios, con mis amigos, en actividades de ocio… ¿actúo con humildad, o con orgullo y prejuicio? 

¿Busco “los primeros puestos”? ¿Me hago de notar, aunque sea de modo indirecto? ¿Quiero ser tenido en cuenta, que mi trabajo sea reconocido y valorado? ¿Utilizo las redes sociales con este fin?




actuar




Como en la novela, el orgullo y el prejuicio dificultan cualquier relación, y más aún una relación de amor. Y Dios se nos ha revelado como una comunión de amor, y estamos invitados a participar de esa comunión. Para ello, nuestra relación con Dios ha de ser una relación de amor, un amor humilde porque reconocemos que no somos merecedores de este gran don. Y Jesús, el Hijo de Dios, nos mostró cómo hemos de practicar este amor: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…” (Mt 11, 29); “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. (Jn 13, 14) Eliminemos pues todo orgullo y prejuicio en todas las dimensiones de nuestra vida, y aprendamos de Jesús a ser verdaderamente humildes, para que, como en la novela, también “acabe bien” la historia de amor entre nosotros y el Misterio de comunión de amor que es Dios.









DOCUMENTO FINAL

POR UNA IGLESIA SINODAL:

COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN


Parte III –“Echar la red”

90. Para facilitar su funcionamiento, parece oportuno reflexionar sobre la articulación de los procesos decisionales. Esto suele incluir una fase de elaboración o instrucción “mediante un trabajo conjunto de discernimiento, consulta y cooperación” (CTI, n. 69), que informa y apoya la posterior toma de decisiones, que corresponde a la autoridad competente. Entre ambas fases no hay competencia ni contraposición, sino que por su articulación contribuyen a que las decisiones que se tomen sean fruto de la obediencia de todos a lo que Dios quiere para su Iglesia. Por ello, es necesario promover procedimientos que hagan efectiva la reciprocidad entre la asamblea y quienes la presiden, en un clima de apertura al Espíritu y confianza mutua, en busca de un consenso lo más unánime posible. El proceso debe prever también la fase de aplicación de la decisión y la de su evaluación, en las que las funciones de los sujetos implicados se articulan en nuevas modalidades.


91. Hay casos en los que la legislación vigente ya prescribe que la autoridad está obligada a consultar antes de tomar una decisión. La autoridad pastoral tiene el deber de escuchar a quienes participan en la consulta y, por consiguiente, no puede actuar como si no los hubiera escuchado. No se apartará, por tanto, del fruto de la consulta, cuando esté de acuerdo, sin una razón que prevalezca y que debe ser convenientemente expresada (cf. CIC, can. 127, § 2, 2°; CCEO can. 934, § 2, 3°). Como en toda comunidad que vive según la justicia, en la Iglesia el ejercicio de la autoridad no consiste en la imposición de una voluntad arbitraria. En las diversas formas en que se ejerce, está siempre al servicio de la comunión y de la acogida de la verdad de Cristo, en la cual y hacia la cual el Espíritu Santo nos guía en tiempos y contextos diversos (cf. Jn 14,16).


92. En una Iglesia sinodal, la competencia del Obispo, del Colegio episcopal y del Obispo de Roma en la toma de decisiones es irrenunciable, ya que hunde sus raíces en la estructura jerárquica de la Iglesia establecida por Cristo al servicio de la unidad y del respeto de la legítima diversidad (cf. LG 13). Sin embargo, no es incondicional: no se puede ignorar una orientación que surge en el proceso consultivo como resultado de un correcto discernimiento, sobre todo si es llevado a cabo por los órganos de participación. Una oposición entre consulta y deliberación es, por tanto, inadecuada: en la Iglesia, la deliberación tiene lugar con la ayuda de todos, nunca sin la autoridad pastoral, que decide en virtud de su oficio. Por eso, la fórmula recurrente en el Código de derecho canónico (CIC), que habla de un “voto sólo consultivo” (tantum consultivum), debe ser reexaminada para eliminar posibles ambigüedades. Parece oportuna una revisión de las normas canónicas en clave sinodal, que aclare tanto la distinción como la articulación entre consultivo y deliberativo, e ilumine las responsabilidades de quienes, según sus diversas funciones, participan en los procesos decisionales.

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