HOJA PARROQUIAL
16 y 17 de Noviembre de 2024
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos”
LECTURAS
Primera lectura del Profeta Daniel 12, 1-3
Salmo 15, 5 y 8. 9-10. 11 R: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Segunda lectura de la carta a los Hebreos 10, 11-14. 18
Evangelio según San Marcos 13, 24-32
Los textos son cogidos de la página de
ver
En el argumento de muchas películas, novelas y videojuegos se nos habla de un ‘futuro distópico’. Una distopía es la representación de una sociedad futura de características muy negativas, en la que el panorama que presentan es desolador: una guerra, o una epidemia o catástrofe natural, o la contaminación, ha aniquilado a la mayor parte de la humanidad, que malvive en condiciones precarias y en medio de peligros que amenazan su supervivencia. En bastantes ocasiones, el argumento parte de nuestra sociedad actual para mostrar las consecuencias destructivas que puede tener nuestro estilo de vida si no podemos remedio cuando todavía estamos a tiempo.
juzgar
Hoy la Palabra de Dios parece que también nos está hablando de un ‘futuro distópico’. En la 1ª lectura hemos escuchado: “Serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora”. Y en el Evangelio, Jesús ha dicho: “En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán…”.
Pero la Palabra de Dios nos habla de lo contrario a un futuro distópico. Lo primero que debemos tener presente es que nos encontramos ante un género literario llamado ‘apocalíptico’, que es usado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Está formado por relatos de visiones o revelaciones, expresadas de forma enigmática y simbólica. Aunque su temática suele ser en torno al fin del mundo (señales precursoras, acontecimientos últimos, resurrección de los muertos, aparición de una tierra renovada, tormentos del infierno, etc.), no hay que buscar en estos relatos una predicción de cómo y cuándo acontecerá el fin del mundo: “En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sólo el Padre”.
En realidad, el género apocalíptico quiere transmitir un mensaje de esperanza: el bien triunfará sobre el mal, como también lo hemos escuchado: “Entonces se salvará tu pueblo…”. (1ª lectura)
Una esperanza que no es algo difuso, sino que tiene un nombre y un rostro: “Entonces verán venir al Hijo del hombre con gran poder y gloria… Cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que Él está cerca”. (Evangelio). Jesús es el Hijo del hombre, la figura de la visión del profeta Daniel (7, 13) que Jesús refiere a sí mismo y que, como hemos escuchado en la 2ª lectura, “después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios”. Y vendrá “sobre las nubes con gran poder y gloria”, con el poder y la gloria del mismo Dios
Y el mensaje de esperanza continúa: Jesús, el Hijo del hombre, vendrá “y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”. La segunda venida de Jesús no tiene por objetivo una especie de ‘ajuste de cuentas’, sino que va a reunir a sus discípulos para establecer el definitivo Reino de Dios.
Este mensaje de esperanza es también una llamada a la responsabilidad. La certeza de la venida del Hijo del hombre debe movernos a la transformación ya desde ahora de nuestra realidad personal, social, eclesial… El futuro lo comenzamos a construir ya en el presente y, para evitar que se produzca un futuro distópico, debemos impulsar desde ahora todo lo que favorece el Reino de Dios.
actuar
El ejemplo de las dos viudas que hoy nos ha mostrado la Palabra de Dios nos recuerda que la fidelidad de Dios supera nuestra comprensión y nuestras expectativas. ‘Deseemos ser viudas’, como ellas, para que también en nuestra vida podamos experimentar la fidelidad de Dios cuando le confiamos de verdad todo lo que somos y tenemos.
SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO
INSTRUMENTUM LABORIS
XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
PARA LA SEGUNDA SESIÓN
(OCTUBRE DE 2024)
37. En los textos conciliares, el ministerio ordenado se concibe en términos muy precisos como servicio a la Iglesia y para la existencia de la Iglesia. Con su autoridad, el Concilio ha restablecido la forma habitual del ministerio ordenado en la Iglesia antigua, un ministerio que «es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y diáconos» (LG 28). En esta articulación, episcopado y presbiterado corresponden a una participación especial en el sacerdocio de Cristo, pastor y cabeza de la comunidad eclesial, mientras que el diaconado no es «en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio» (LG 29). Los distintos órdenes están orgánicamente relacionados entre sí, en una interdependencia recíproca, en la especificidad de cada uno. Ningún ministro puede considerarse a sí mismo como un individuo aislado al que se le han conferido ciertos poderes; más bien, debe concebirse como partícipe de los dones (munera) de Cristo, conferidos por la ordenación, junto con los demás ministros, en un vínculo orgánico con el Pueblo de Dios del que forma parte. Este pueblo, aunque de manera diferente, participa de esos mismos dones de Cristo en el sacerdocio común fundamentado en el bautismo.
38. El obispo tiene la tarea de presidir una Iglesia, siendo principio visible de unidad en ella y vínculo de comunión con todas las Iglesias. La singularidad de su ministerio conlleva una potestad que es propia, ordinaria e inmediata, potestad que cada obispo ejerce personalmente en nombre de Cristo (cf. LG 27) en la proclamación de la Palabra, en la presidencia de la celebración eucarística y de los demás sacramentos, y en la guía pastoral. Esto no implica su independencia de la porción del Pueblo de Dios que le ha sido encomendada (cf. CD 11), y a la que está llamado a servir en nombre de Cristo Buen Pastor. El hecho de que «en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden» (LG 21) no es la justificación de un ministerio episcopal que tiende a ser “monárquico”, concebido como una acumulación de prerrogativas de las que deriva cualquier otro carisma y ministerio. Por el contrario, se trata de afirmar la capacidad y el deber de reunir y componer en unidad todo don que el Espíritu derrama sobre los bautizados, hombres y mujeres, y sobre las diversas comunidades. De algunos aspectos del ministerio episcopal, entre ellos los criterios de selección de los candidatos al episcopado se ocupa el grupo de estudio n. 7.
39. El ministerio de los presbíteros también debe concebirse y vivirse en un sentido sinodal. En particular, los presbíteros «forman, junto con su Obispo, un solo presbiterio» (LG 28) al servicio de esa porción del Pueblo de Dios que es la Iglesia local (cf. CD 11). Esto requiere que no se considere al obispo como externo al presbiterio, sino como aquel que preside una Iglesia local principalmente guiando al presbiterio, del que forma parte de manera singular, y estando llamado a ejercer un cuidado especial hacia los presbíteros.
40. Obispo y presbíteros son asistidos por los diáconos, en un vínculo de mutua interdependencia de los dos tipos de ministerio para la realización del servicio apostólico. Obispo y presbíteros no son autosuficientes con respecto a los diáconos, y viceversa. Puesto que las funciones de los diáconos son múltiples, como demuestran la tradición, la oración litúrgica y la praxis posterior al Vaticano II, estas han de identificarse en la especificidad de cada Iglesia local. En todo caso, el servicio de cada diácono debe concebirse en armonía y comunión con el de todos los demás diáconos, de acuerdo con la naturaleza del ministerio diaconal y en el marco de referencia de la misión en una Iglesia sinodal.
41. Además de promover la unidad en la Iglesia local, el obispo diocesano o eparquial, asistido por presbíteros y diáconos, es también responsable de las relaciones con las demás Iglesias locales y con toda la Iglesia en torno al Obispo de Roma, en un intercambio recíproco de dones. Parece importante restablecer el vínculo tradicional entre ser obispo y presidir una Iglesia local, restableciendo la correspondencia entre la comunión de los obispos (communio episcoporum) y la comunión de las Iglesias (communio Ecclesiarum).
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