HOJA PARROQUIAL
29 y 30 de Marzo de 2025
Domingo IV de Cuaresma. Ciclo C
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“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”
LECTURAS
Primera lectura del Libro de Josué 5, 9a. 10-12
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
Al día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.
Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.
Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7 R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Segunda lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 5, 17-21
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.
Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Los textos son cogidos de la página de
ver
Debido a la celebración del Jubileo “Peregrinos de esperanza”, muchas personas han preguntado cómo ‘ganar la indulgencia’. Éste es un término que, durante siglos y hasta hace poco tiempo, ha sido mal explicado y comprendido. En general se entiende como una especie de ‘perdón fácil’, una ‘transacción comercial’ mediante la cual una persona hace unas prácticas religiosas o entrega una cantidad de dinero a cambio de ‘librarse’ de las penas derivadas de los pecados cometidos.
juzgar
Pero este año jubilar nos enseña qué es realmente la indulgencia. En primer lugar, no es ‘algo que se gana’, sino que es un don de Dios, como nos dice el Papa Francisco en la Bula de convocatoria del Jubileo: «La indulgencia permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites». Y hoy en el Evangelio hemos escuchado la mejor expresión de esa misericordia y perdón de Dios sin límites: la parábola del padre misericordioso, en la que sus personajes, por medio de lo que hacen y dicen, nos enseñan qué es verdaderamente la indulgencia.
El hijo menor, tras el desprecio hecho a su padre (“dame la parte que me toca de la fortuna”) y el estilo de vida que ha llevado (“derrochó su fortuna viviendo perdidamente”), acaba reconociendo su pecado, aunque sea de un modo interesado (“cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre”), pero eso es suficiente para ponerse en camino “adonde estaba su padre”. La indulgencia requiere, por tanto, que nos reconozcamos realmente pecadores.
Seguidamente, confiesa su pecado: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti…” La indulgencia conlleva la confesión sacramental: «La Reconciliación sacramental representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno» (Bula). Esto a muchos les supone un obstáculo pero, como escribió el Arzobispo de Valencia en su Carta Pastoral con motivo del Jubileo: «A quienes han abandonado la práctica de este sacramento les quiero invitar a volver a él, para redescubrir el gozo de la salvación; a quienes lo viven de una forma rutinaria les animo a profundizar en su significado, a acoger la gracia de Dios que nos ayuda a intensificar la amistad con Él y a avanzar en el camino de la santidad. Soy consciente de que la mediación eclesial en la recepción del perdón es para muchos una dificultad, cuando en realidad debería ser una ayuda para una auténtica reconciliación: la humildad para reconocer y confesar nuestras faltas ante un ministro de la Iglesia nos ayuda a vivir este encuentro con Dios no con miedo».
Porque en el sacramento de la Reconciliación, por medio del ministro ordenado, vivimos lo que hizo el padre de la parábola: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas… se le echó al cuello y lo cubrió de besos…” «En la Reconciliación sacramental permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo» (Bula).
Pero, «como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores. En nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efectos residuales del pecado”. Éstos son removidos por la indulgencia». Tras la confesión de nuestros pecados, Dios también dice: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies…” Esto es la indulgencia: Dios nos devuelve a nuestra dignidad inicial, nos restituye como verdaderos hijos suyos, como si nunca nos hubiéramos alejado de Él. La indulgencia es el regalo, el don que Dios pone a nuestro alcance especialmente en este año jubilar, invitándonos a recorrer de forma consciente el proceso del hijo menor de la parábola, porque «un camino de conversión vivido en profundidad no puede limitarse a la celebración del sacramento de la Reconciliación; debe ser un camino de purificación que todos debemos recorrer». (Carta pastoral).
actuar
¿Qué idea tengo sobre la indulgencia? ¿Me he propuesto ‘ganarla’ en este año Jubilar? ¿Las prácticas externas (oración, confesión sacramental, peregrinación, comunión de bienes…) me ayudan vivir la indulgencia como un don de Dios y una experiencia de su amor misericordioso?
Decía la 2ª lectura: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. «Las prácticas para vivir la indulgencia del año jubilar expresan la aspiración de que, no sólo nuestras obras, sino también nuestros deseos y nuestras intenciones broten de un corazón que quiere estar en la presencia del Señor en justicia y santidad. La indulgencia jubilar, expresión de la sobreabundancia del perdón y de la misericordia de Dios, es también el signo de que la gracia de Dios, además de perdonarnos, tiene poder para transformarnos interiormente» (Carta), como ocurrió con el hijo menor.
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
Introducción
10. Este Documento final, ofrecido al Santo Padre y a las Iglesias como fruto de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos, valora todos los pasos realizados. Recoge algunas convergencias importantes surgidas en la Primera Sesión, las aportaciones provenientes de las Iglesias en los meses transcurridos entre la Primera y la Segunda Sesión, y lo que ha madurado durante la Segunda Sesión, sobre todo a través de la conversación en el Espíritu.
11. El Documento final expresa la conciencia de que la llamada a la misión es simultáneamente la llamada a la conversión de cada Iglesia local y de la Iglesia toda, en la perspectiva indicada en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (cf. EG 30). El texto consta de cinco partes. La primera, intitulada El corazón de la sinodalidad, esboza los fundamentos teológicos y espirituales que iluminan y alimentan lo que viene a continuación. Reafirma la comprensión compartida de la sinodalidad que surgió en la Primera Sesión y desarrolla sus perspectivas espirituales y proféticas. La conversión de los sentimientos, las imágenes y los pensamientos que habitan nuestros corazones avanza junto con la conversión de la acción pastoral y misionera. La segunda parte, con el título, En la barca, juntos, está dedicada a la conversión de las relaciones que construyen la comunidad cristiana y configuran la misión en el entrelazamiento de vocaciones, carismas y ministerios. La tercera, “Echar la red” , identifica tres prácticas íntimamente relacionadas: el discernimiento eclesial, los procesos decisionales, y una cultura de la transparencia, la rendición de cuentas y la evaluación. También con respecto a éstas se nos pide que iniciemos caminos de “transformación misionera”, para lo cual urge una renovación de los órganos de participación. La cuarta parte, bajo el título Una pesca abundante, delinea cómo sea posible cultivar de forma nueva el intercambio de dones y el tejido de los vínculos que nos unen en la Iglesia, en un momento en que la experiencia de estar arraigado en un lugar está cambiando profundamente. Sigue una quinta parte, “También yo os envío”, que nos permite contemplar un paso indispensable que hay que dar: cuidar la formación de todos, en el Pueblo de Dios, en la sinodalidad misionera.
12. La elaboración del Documento final se ha guiado por los relatos evangélicos de la Resurrección. La carrera hacia el sepulcro en la madrugada de Pascua, la aparición del Resucitado en el Cenáculo y en la orilla del lago inspiraron nuestro discernimiento y alimentaron nuestro diálogo. Hemos invocado el don pascual del Espíritu Santo, pidiéndole que nos enseñe lo que debemos hacer y nos muestre juntos el camino a seguir. Con este documento, la Asamblea reconoce y testimonia que la sinodalidad, dimensión constitutiva de la Iglesia, ya forma parte de la experiencia de muchas de nuestras comunidades. Al mismo tiempo, sugiere caminos a seguir, prácticas a implementar, horizontes a explorar. El Santo Padre, que ha convocado a la Iglesia en Sínodo, indicará a las Iglesias, confiadas al cuidado pastoral de los Obispos, cómo proseguir nuestro camino sostenidos por la esperanza “que no defrauda” (Rm 5,5).
Parte I - El corazón de la sinodalidad
Llamados por el Espíritu Santo a la conversión
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba (Jn 20,1-2)
13. En la mañana de Pascua encontramos a tres discípulos: María Magdalena, Simón Pedro y el Discípulo a quien Jesús amaba. Cada uno de ellos busca al Señor a su manera; cada uno tiene su propio papel en el amanecer de la esperanza. María Magdalena está impulsada por un amor que la lleva primero al sepulcro. Advertidos por ella, Pedro y el Discípulo Amado se dirigen hacia el sepulcro; el Discípulo Amado corre con la fuerza de la juventud, busca con la mirada del que intuye primero, pero sabe ceder el paso al mayor que ha recibido el encargo de guiar; Pedro, agobiado por haber negado al Señor, espera la cita con la misericordia de la que será ministro en la Iglesia. María permanece en el huerto, oye que la llaman por su nombre, reconoce al Señor que la envía a anunciar su resurrección a la comunidad de los discípulos. Por eso la Iglesia la reconoce como Apóstol de los Apóstoles. Su mutua dependencia encarna el corazón de la sinodalidad.
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