jueves, 10 de abril de 2025

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO DE RAMOS. CICLO C

                 

                                           
            

HOJA PARROQUIAL

12 y 13 de Abril de 2025

Domingo de Ramos. Ciclo C


ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA


HORARIOS DE SEMANA SANTA


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana





ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


“Bendito el que viene en nombre del Señor


LECTURAS



Primera lectura del libro de Isaías 50, 4-7


El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.

El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.


Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.:2a) R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?


Al verme, se burlan de mí, 
hacen visajes, menean la cabeza: 
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; 
que lo libre si tanto lo quiere». R/.

Me acorrala una jauría de mastines, 
me cerca una banda de malhechores; 
me taladran las manos y los pies, 
puedo contar mis huesos. R/.

Se reparten mi ropa, 
echan a suerte mi túnica. 
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; 
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.

Contaré tu fama a mis hermanos, 
en medio de la asamblea te alabaré. 
«Los que teméis al Señor, alabadlo; 
linaje de Jacob, glorificadlo; 
temedlo, linaje de Israel». R/.


Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11


Cristo, Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.

Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.


EVANGELIO: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 14 – 23, 56


C. Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: 
+ «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios».

C. Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: 
+ «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios».

C. Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: 
+ «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

C. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: 
+ «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros». 
+ «Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!».

C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.

C. Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo: 
+ «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. 
Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. 
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».

+ «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».

C. Él le dijo: 
S. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».

C. Pero él le dijo: 
+ «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme».

C. Y les dijo: 
+ «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?».

C. Dijeron: 
S. «Nada».

C. Jesús añadió: 
+ «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin».

C. Ellos dijeron: 
S. «Señor, aquí hay dos espadas».

C. Él les dijo: 
+ «Basta».

C. Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: 
+ «Orad, para no caer en tentación».

C. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:
+ «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz;
pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo: 
+ «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. 
Jesús le dijo: 
+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».

C. Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron: 
+ «Señor, ¿herimos con la espada?».

C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: 
+ «Dejadlo, basta».

C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él: 
+ «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».

C. Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos. 
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo: 
S. «También este estaba con él».

C. Pero él lo negó diciendo: 
S. «No lo conozco, mujer».

C. Poco después, lo vio otro y le dijo: 
S. «Tú también eres uno de ellos».

C. Pero Pedro replicó: 
S. «Hombre, no lo soy».

C. Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: 
S. «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo».

C. Pedro dijo: 
S. «Hombre, no sé de qué me hablas».

C. Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces».

Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

C. Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. 
Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo: 
S. «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?».

C. E, insultándolo, proferían contra él otras muchas cosas.

C. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín, y le dijeron: 
S. «Si tú eres el Mesías, dínoslo».

C. Él les dijo: 
+ «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios».

C. Dijeron todos: 
S. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».

C. Él les dijo: 
+ «Vosotros lo decís, yo lo soy».

C. Ellos dijeron: 
S. «Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

C. Y levantándose toda la asamblea, lo llevaron a presencia de Pilato.

C. Y se pusieron a acusarlo diciendo: 
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».

C. Pilato le preguntó: 
S. «Eres tú el rey de los judíos?».

C. Él le responde: 
+ «Tú lo dices».

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: 
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».

C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo: 
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».

C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.

C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. 
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. 
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.

C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo: 
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que 
le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Ellos vociferaron en masa: 
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».

C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. 
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando: 
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Por tercera vez les dijo: 
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. 
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.

C. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.

C. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.

C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 
Jesús decía: 
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.

C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: 
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: 
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: 
S. «No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: 
S. «Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».

C. Y decía: 
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

C. Jesús le dijo: 
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: 
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

C. Y, dicho esto, expiró.

C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: 
S. «Realmente, este hombre era justo».

C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. 
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

C. Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía.
Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.



Los textos son cogidos de la página de 







ver



Estamos celebrando el Jubileo que tiene por lema “Peregrinos de esperanza”, y la Diócesis de Valencia ha publicado un material de reflexión, que vamos a seguir durante esta Semana Santa, sobre la Bula de convocatoria, titulada “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda). La Bula es un documento en el que el Papa Francisco nos invita a reflexionar profundamente sobre la virtud de la esperanza en nuestras vidas, una virtud de la que estamos muy necesitados, tanto cada uno de nosotros como también nuestro mundo actual.  



juzgar


No resulta fácil hablar hoy de esperanza, en un ambiente generalizado de dolor, guerras que no cesan, inmigración pobreza, soledad y tantos otros dramas que nos aquejan. Es comprensible que, ante la acumulación de sacrificios y problemas, muchos se sientan tentados de abandonar y de sucumbir al pesimismo. Como dice el Papa Francisco: «Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad». Pero también el Papa nos habla de que «en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana, porque la esperanza está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive». (Fratelli tutti 55) 

Esta esperanza enraizada en el corazón humano se basa en principio en unas ‘esperanzas humanas’ que necesitamos para vivir. Ya Benedicto XVI, en “Spe salvi” dijo que, «a lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. Sin embargo, aunque estas esperanzas se cumplan, el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Nosotros necesitamos tener esperanzas —más grandes o más pequeñas—, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquéllas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día sin perder el impulso de la esperanza». Por eso, «para nosotros, la esperanza tiene un nombre y una razón: Cristo». Él es nuestra Gran Esperanza, que va más allá, supera y da sentido a las esperanzas humanas, y la Semana Santa nos ofrece la oportunidad de encontrarnos con Él para enraizarnos en ‘la esperanza que no defrauda’. 

El Domingo de Ramos conmemora la entrada del Señor en Jerusalén. Como hemos escuchado, “la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces, diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!»” Jesús es aclamado por el pueblo porque se le identifica con el rey descendiente de David, el Mesías que por fin liberará al pueblo del dominio romano y restablecerá el reino de Israel. Jesús, para ellos, personifica ‘las esperanzas humanas’ que tanto habían ansiado desde hacía siglos, unas esperanzas que sobre todo son de tipo político, social y económico. 

Pero, como también hemos escuchado en el relato de la Pasión, el pueblo pronto se sentirá defraudado en sus esperanzas y pedirá la condena de Jesús: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” Incluso en la Cruz continuarán mostrando su rechazo a Jesús por haber defraudado sus esperanzas: “Los magistrados le hacían muecas, diciendo: «Que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido…» Los soldados le ofrecían vinagre: «Si eres Tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Incluso uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros…»” Para ellos, Jesús no cumple las esperanzas humanas que habían depositado en Él, y por eso lo crucifican.






actuar




El Domingo de Ramos, primer día de la Semana Santa, nos invita a preguntarnos: ¿Cuáles son mis esperanzas. ¿Son, principalmente, ‘esperanzas humanas’, de tipo material, familiar, económico, político, social…? ¿Espero que Jesús satisfaga esas esperanzas? ¿Me he sentido o siento defraudado por Él, lo rechazo y ‘crucifico’ cuando alguna de mis esperanzas no se cumple? 

Como veremos en los próximos días, Jesús es la Gran Esperanza que no defrauda, una Esperanza enraizada en la realidad, por dura que ésta sea, pero superándola y dándole un alcance infinito. Hoy, nosotros aclamamos a Jesús porque realmente “viene en nombre del Señor”, porque la esperanza cristiana no engaña ni defrauda, ya que está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino, manifestado en Jesús, su Hijo muerto en la Cruz y resucitado.









DOCUMENTO FINAL

POR UNA IGLESIA SINODAL:

COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN


19. “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres” (EG 197), los marginados y excluidos, y por tanto también en el de la Iglesia. En ellos la comunidad cristiana encuentra el rostro y la carne de Cristo, que, de rico que era, se hizo pobre por nosotros, para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica. Los pobres tienen un conocimiento directo de Cristo sufriente (cf. EG 198) que los convierte en heraldos de una salvación recibida como don y en testigos de la alegría del Evangelio. La Iglesia está llamada a ser pobre con los pobres, que a menudo son la mayoría de los fieles, y a escucharlos y considerarlos sujetos de evangelización, aprendiendo juntos a reconocer los carismas que reciben del Espíritu.


20. “Cristo es la luz de los pueblos” (LG 1) y esta luz brilla en el rostro de la Iglesia, aunque esté marcada por la fragilidad de la condición humana y la opacidad del pecado. Ella recibe de Cristo el don y la responsabilidad de ser fermento eficaz de los vínculos, las relaciones y la fraternidad de la familia humana (cf. AG 2-4), testimoniando en el mundo el sentido y la meta de su camino (cf. GS 3 y 42). Asume hoy esta responsabilidad en un tiempo dominado por la crisis de la participación —es decir, de sentirse parte y actores de un destino común— y por una concepción individualista de la felicidad y de la salvación. Su vocación y su servicio profético (LG 12) consisten en dar testimonio del proyecto de Dios de unir a sí a toda la humanidad en libertad y comunión. La Iglesia, que es “el Reino de Cristo presente actualmente en misterio” (LG 3) y “de este Reino constituye en la tierra la semilla y el principio” (LG 5), camina, por tanto, junto con toda la humanidad, comprometiéndose con todas sus fuerzas por la dignidad humana, el bien común, la justicia y la paz, y “anhela el Reino perfecto” (LG 5), cuando Dios será “todo en todos” (1 Cor 15,28).


Las raíces sacramentales del Pueblo de Dios


21. El camino sinodal de la Iglesia nos ha llevado a redescubrir que la variedad de vocaciones, carismas y ministerios tiene una raíz: “todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo” (1 Cor 12,13). El bautismo es el fundamento de la vida cristiana, porque introduce a todos en el don más grande: ser hijos de Dios, es decir, partícipes de la relación de Jesús con el Padre en el Espíritu. No hay nada más alto que esta dignidad, concedida por igual a toda persona, que nos hace revestirnos de Cristo e injertarnos en Él como los sarmientos en la vid. En el nombre de “cristiano”, que tenemos el honor de llevar, está contenida la gracia que fundamenta nuestra vida y nos hace caminar juntos como hermanos y hermanas.


22. En virtud del Bautismo “el Pueblo santo de Dios participa del carácter profético de Cristo, dando testimonio vivo de Él sobre todo con una vida de fe y amor” (LG 12). Gracias a la unción del Espíritu Santo recibida en el Bautismo (cf. 1 Jn 2,20.27), todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, llamado sensus fidei. Consiste en una cierta connaturalidad con las realidades divinas, basada en el hecho de que en el Espíritu Santo los bautizados “son hechos partícipes de la naturaleza divina” (DV 2). De esta participación deriva la aptitud para captar intuitivamente lo que es conforme a la verdad de la Revelación en la comunión de la Iglesia. Por eso, la Iglesia está segura de que el santo Pueblo de Dios no puede equivocarse al creer cuando la totalidad de los bautizados expresa su consenso universal en materia de fe y de moral (cf. LG 12). El ejercicio del sensus fidei no debe confundirse con la opinión pública. Está siempre unido al discernimiento de los Pastores en los distintos niveles de la vida eclesial, como muestra la articulación de las fases del proceso sinodal. Pretende alcanzar ese consenso de los Fieles (consensus fidelium) que constituye “un criterio seguro para determinar si una doctrina o práctica particular pertenece a la fe apostólica” (Comisión Teológica Internacional, El sensus fidei en la vida de la Iglesia, 2014, n. 3). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario