miércoles, 28 de mayo de 2025

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO DE LA ASCENSIÓN. CICLO C

                        

                                           
            

HOJA PARROQUIAL

31 de Mayo y 1 de Junio de 2025

Domingo de la Ascensión. Ciclo C


ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana











ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


“Mientras los bendecía, fue llevado hacia el cielo


LECTURAS

 



Primera lectura de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11


En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo.

Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».

Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».

Les dijo:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”».

Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».


Salmo 46, 2-3. 6-7. 8-9 R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.


Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor altísimo es terrible, 
emperador de toda la tierra. R/.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad; 
tocad para nuestro Rey, tocad. R/.

Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones, 
Dios se sienta en su trono sagrado. R/.


Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23


Hermanos:

El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro.

Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.


Evangelio según San Lucas 24, 46-53


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».

Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo.

Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.

Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.




Los textos son cogidos de la página de 







ver



Un creador de contenidos en una plataforma de vídeos, con miles de seguidores, anunció recientemente que dejaba esta actividad. Explicó que ya había dicho todo lo que tenía que decir sobre el tema por el cual abrió su canal, y no quería quedarse estancado en una continua repetición. Aunque nos cueste, es necesario saber marcharse a tiempo de cualquier actividad o relación. Saber marcharse no es ‘dar un portazo’ y desaparecer, requiere una profunda reflexión. Es un acto de valentía, y también de amor, para evitar perjuicios tanto para los demás como para uno mismo. Y también puede ser ocasión de crecimiento y maduración personal, para uno mismo y para los otros.    




juzgar


Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Como hemos escuchado en la 1ª lectura, Jesús se presentó a los discípulos “después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios”. Y en el Evangelio, Jesús recuerda a sus discípulos: “Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión… Vosotros sois testigos de esto”. 

Pero también hemos escuchado que “después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo… una vez que comían juntos, a la vista de ellos, fue elevado al cielo” (1ª lectura). “Mientras los bendecía, se separó de ellos”. (Evangelio) 

Jesús, con su Ascensión nos da un ejemplo de lo que es saber marcharse a tiempo. Quizá pensemos que hubiera sido mejor que, tras resucitar, hubiera mantenido su presencia indefinidamente entre nosotros, apareciéndose aquí y allá… quizá pensemos que así habría tenido miles de seguidores. Pero Jesús sabe marcharse a tiempo porque ya ha dicho y hecho todo lo que tenía que hacer y decir, tanto antes como después de su resurrección, y no necesitamos nada más para seguirle. 

Jesús es consciente de que alargar ahora su presencia sería incluso perjudicial, porque nos quedaríamos “plantados mirando al cielo”, no veríamos la necesidad de ser sus testigos, porque esperaríamos que Él lo hiciese todo, nos quedaríamos estancados, pasivos. 

Jesús se marcha pero no ‘dando un portazo’. Como diremos en el Prefacio: «No se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede el primero como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino». La Ascensión es un marcharse a tiempo porque supone un acto de valentía y de amor de Jesús hacia nosotros, porque significa que se fía de nosotros para que continuemos la misión que Él comenzó de anunciar el Evangelio, y eso supondrá para todos una oportunidad de crecimiento y maduración humana y espiritual. 

Y, como «no se ha ido para desentenderse», nos dice también: “yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre” (Evangelio). “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y ‘hasta el confín de la tierra’”. (1ª lectura) 

Jesús se marcha a tiempo para que podamos recibir su Espíritu Santo, como celebraremos el próximo domingo, y así comience el tiempo de la Iglesia, para que nos revistamos “de la fuerza que viene de lo alto” y se proclame “la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos”. La Ascensión de Jesús no es un punto final, sino el comienzo de una nueva etapa para todos nosotros, como testigos suyos, como “Peregrinos de Esperanza”, porque proclamamos que «más allá del umbral de la muerte está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito. Lo que ahora vivimos en la esperanza, después lo veremos en la realidad». (Bula Jubileo, n. 21)






actuar




¿Sé ‘marcharme a tiempo’? ¿He sufrido las consecuencias de que otras personas no lo hayan sabido hacer? ¿Desearía que Jesús hubiese continuado indefinidamente su presencia resucitada? ¿Entiendo la Ascensión del Señor como una demostración de confianza hacia nosotros? 

En esta solemnidad de la Ascensión, demos gracias al Señor por saber marcharse a tiempo, como una prueba más de su amor. No nos quedemos “plantados mirando al cielo”, respondamos a su confianza siendo “testigos de esto” allí donde nos encontremos, «dejémonos atraer desde ahora por la esperanza y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean» (Bula n. 25) y, como decía la 2ª lectura, “mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa”.









DOCUMENTO FINAL

POR UNA IGLESIA SINODAL:

COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN


Parte II - En la barca, juntos

La conversión de las relaciones

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo» (Jn 21,2-3)


49. El lago de Tiberíades fue el lugar en el que empezó todo. Pedro, Andrés, Santiago y Juan habían dejado la barca y las redes para ir tras Jesús. Después de Pascua, partieron de nuevo de aquel lago. Por la noche, un diálogo resuena en la orilla: “Voy a pescar”. “Nosotros también vamos contigo”. También el camino sinodal comenzó así: escuchamos la invitación del sucesor de Pedro y la acogimos; partimos con él y detrás de él. Juntos hemos orado, reflexionado, luchado y dialogado. Pero sobre todo hemos experimentado que son las relaciones las que sostienen su vitalidad, animando sus estructuras. Una Iglesia sinodal misionera necesita renovar ambas cosas.


Nuevas relaciones


50. A lo largo del recorrido del Sínodo y en todas las latitudes, surgió la llamada a una Iglesia más capaz de alimentar las relaciones: con el Señor, entre hombres y mujeres, en las familias, en las comunidades, entre todos los cristianos, entre los grupos sociales, entre las religiones, con la creación. Muchos expresaron su sorpresa por haber sido interpelados y su alegría por poder hacer oír sus voces en la comunidad; tampoco faltaron quienes compartieron el sufrimiento de sentirse excluidos o juzgados también por su situación matrimonial, su identidad y su sexualidad. El deseo de relaciones más auténticas y significativas no sólo expresa la aspiración a pertenecer a un grupo cohesionado, sino que corresponde a una profunda conciencia de fe: la calidad evangélica de las relaciones comunitarias es decisiva para el testimonio que el Pueblo de Dios está llamado a dar en la historia. “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Las relaciones renovadas por la gracia y la hospitalidad ofrecida a los últimos según la enseñanza de Jesús son el signo más elocuente de la acción del Espíritu Santo en la comunidad de los discípulos. Ser Iglesia sinodal exige, pues, una verdadera conversión relacional. Debemos aprender de nuevo del Evangelio que el cuidado de las relaciones no es una estrategia o una herramienta para una mayor eficacia organizativa, sino que es la forma en que Dios Padre se ha revelado en Jesús y en el Espíritu. Cuando nuestras relaciones, incluso en su fragilidad, dejan traslucir la gracia de Cristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu, confesamos con nuestra vida nuestra la fe en Dios Uno y Trino.


51. Es a los Evangelios a donde debemos mirar para trazar el mapa de la conversión que se requiere de nosotros, aprendiendo a hacer nuestras las actitudes de Jesús. Los Evangelios lo “presentan constantemente en escucha de la gente que se encuentra con él por los caminos de Tierra Santa” (DEC 11). Hombres o mujeres, judíos o paganos, doctores de la ley o publicanos, justos o pecadores, mendigos, ciegos, leprosos o enfermos, Jesús no despide a nadie sino que se detiene a escuchar y a entablar un diálogo. Ha revelado el rostro del Padre saliendo al encuentro de cada persona allí donde está su historia y su libertad. De la escucha profunda de las necesidades y de la fe de las personas con las que se encontraba, brotaban palabras y gestos que renovaban sus vidas, abriendo el camino para sanar las relaciones. Jesús es el Mesías que “hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37). Nos pide a nosotros, sus discípulos, que nos comportemos de la misma manera y nos da, con la gracia del Espíritu Santo, la capacidad de hacerlo, modelando nuestro corazón según el suyo: sólo “el corazón hace posible cualquier vínculo auténtico, porque una relación que no se construye con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo” (DN 17). Cuando escuchamos a nuestros hermanos, participamos de la actitud con la que Dios, en Jesucristo, sale al encuentro de cada uno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario