HOJA PARROQUIAL
9 y 10 de Julio de 2025
Domingo XIX del Tiempo Ordinario. Ciclo C
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“Lo mismo ustedes, estén preparados”
LECTURAS
Primera lectura del libro de la Sabiduría 18, 6-9
La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados, para que, sabiendo con certeza en qué promesas creían, tuvieran buen ánimo.
Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la perdición de los enemigos, pues con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Salmo 32, 1 y 12. 18-19. 20 y 22 R/. Dichoso el pueblo a quien Dios escogió como heredad.
Segunda lectura de la carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-19
Hermanos:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Evangelio según San Lucas 12, 32-48
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».
Los textos son cogidos de la página de
ver
Pensemos en lo que tenemos previsto hacer la próxima semana: ir a algún lugar, encontrarme con alguien, trabajo, estudios, deporte… Si nos detenemos a pensar, nos daremos cuenta que la mayor parte de esos planes o proyectos constituyen ‘actos de fe’, pero no en un sentido religioso: planeamos hacer las cosas confiando en que saldrán como tenemos pensado aunque, desde una mentalidad puramente materialista, esos planes son ‘irracionales’ porque no tenemos pruebas evidentes y seguras de que vaya a ser así. Pueden pasar muchas cosas que trunquen nuestros planes, pero aun así hacemos ‘actos de fe’ confiando en que se cumplirán.
juzgar
Estos ‘actos de fe’ no religiosos los realizan todas las personas, creyentes y no creyentes, y los hacemos como algo normal, incluso necesario, porque de lo contrario, no podríamos llevar adelante nuestra vida. Pero cuando hablamos de hacer actos de fe en el sentido religioso, es decir, como confianza en Dios, no nos faltan las críticas y burlas de muchos que, también desde una mentalidad puramente materialista, consideran la fe en Dios como algo irracional.
Hoy la Palabra de Dios nos invita a vivir todas las dimensiones de nuestra vida como una sucesión de actos de fe, de confianza en Dios, que dan sentido a esos otros actos de fe no religiosos que realizamos cotidianamente, para darnos cuenta de que no es ‘irracional’ vivir desde la fe en este Dios que se nos ha ido revelando y nos ha mostrado su rostro en Jesús, su Hijo hecho hombre.
En la 1ª lectura hemos escuchado: “La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados para que, sabiendo con certeza en qué promesas creían, tuvieran buen ánimo”. Y Jesús nos ha dicho en el Evangelio: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. Para vivir nuestra vida como una sucesión de actos de fe, debemos recordar que Dios es quien nos hace las promesas y nos ofrece razones para confiar en que las cumple. Por eso, podemos afrontar desde la fe nuestra vida cada día, tanto en lo más rutinario como en los grandes acontecimientos y decisiones.
En la 2ª lectura: “La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve”. Dios es quien garantiza ‘lo que no vemos’, tanto el futuro inmediato como el gran futuro al que nos llama. Por esta certeza podemos hacer actos de fe en Él cada día, aunque no tengamos ‘pruebas’ seguras de que van a cumplirse nuestros planes: “Por la fe Abrahán… salió sin saber adónde iba… vivió como extranjero. Por la fe también Sara obtuvo vigor para concebir, porque consideró fiel al que se lo prometía...”.
Estos actos de fe en Dios se concretan y manifiestan en nuestra vida cotidiana, pero no hacemos nuestros planes limitándonos a lo inmediato, como nos recordó el Papa Francisco en la Bula de convocación del Jubileo: «Nosotros, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros se orientan al encuentro con el Señor de la gloria». (19) Por eso nos ha pedido Jesús: “Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Lo mismo vosotros, estad preparados”. Para vivir nuestra vida como una sucesión de actos de fe, todo lo que proyectamos y realizamos, desde lo más insignificante hasta lo más importante, ha de estar orientado hacia la promesa de Dios: el encuentro con Él en la gloria. Vivir esa esperanza nos hará estar preparados, porque algo en lo que la fe en Dios coincide con una mentalidad puramente materialista es que en cualquier momento nuestros planes pueden truncarse; pero no lo vivimos como un punto y final, sino “porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre” para dar cumplimiento a nuestra esperanza en la promesa de Dios.
actuar
¿Me doy cuenta de los ‘actos de fe’ no religiosos que hago cada día? ¿Me han dicho alguna vez que la fe en Dios es ‘irracional’? ¿Por qué confío en las promesas de Dios? ¿Lo que hago cada día está orientado hacia el encuentro definitivo con el Señor? ¿Estoy preparado para encontrarme con Él?
Nosotros creemos que Jesús muerto y resucitado es el fundamento de lo que esperamos y la garantía de lo que no vemos. Y, aunque no tenemos pruebas evidentes e indiscutibles de lo que la fe nos dice, si vivimos nuestra vida como una sucesión de actos de fe en Dios, descubriremos razones para creer en su Palabra y estaremos preparados cuando Él venga a nuestro encuentro.
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
Parte III –“Echar la red”
La conversión de los procesos
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad
la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la
multitud de peces (Jn 21, 5-6)
79. La pesca no ha dado fruto y es hora de volver a la orilla. Pero resuena una Voz, con autoridad, que les invita a hacer algo que los discípulos solos no habrían hecho, señalándoles una posibilidad que sus ojos y sus mentes no podían percibir: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. A lo largo del proceso sinodal, intentamos escuchar esta Voz y acoger lo que nos decía. En la oración y el diálogo fraterno, reconocimos que el discernimiento eclesial, el cuidado de los procesos decisionales y el compromiso de rendir cuentas del propio trabajo y evaluar el resultado de las decisiones tomadas son prácticas con las que respondemos a la Palabra que nos muestra los caminos de la misión.
80. Estas tres prácticas están estrechamente interrelacionadas. Los procesos de toma de decisiones requieren un discernimiento eclesial, que exige escuchar en un clima de confianza, favorecido por la transparencia y la rendición de cuentas. La confianza debe ser recíproca: los responsables de la toma de decisiones deben ser capaces de confiar y escuchar al Pueblo de Dios, que a su vez debe ser capaz de confiar en aquellos que ejercen la autoridad. Esta visión integral subraya que cada una de estas prácticas dependen mutuamente y se apoyan entre sí, sirviendo a la capacidad de la Iglesia para cumplir su misión. Comprometerse con procesos de toma de decisiones basados en el discernimiento eclesial y asumir una cultura de transparencia, de la rendición de cuentas y la evaluación requiere una formación adecuada que no sea sólo técnica, sino capaz de explorar sus fundamentos teológicos, bíblicos y espirituales. Todos los bautizados tienen necesidad de esta formación para el testimonio, la misión, la santidad y el servicio, que pone en relieve la corresponsabilidad. Esto adquiere formas particulares para quienes ocupan puestos de responsabilidad o están al servicio del discernimiento eclesial.
Discernimiento eclesial para la misión
81. Para promover relaciones capaces de sostener y orientar la misión de la Iglesia, es una exigencia prioritaria ejercitar la sabiduría evangélica que permitió a la comunidad apostólica de Jerusalén sellar el resultado del primer acontecimiento sinodal con las palabras: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros” (Hch 15,28). Es el discernimiento que, ejercido por el Pueblo de Dios en vista de la misión, podemos calificar de “eclesial” . El Espíritu, que el Padre ha enviado en nombre de Jesús y que enseña todas las cosas (cf. Jn 14,26), guía en todo momento a los creyentes “a toda la verdad” (Jn 16,13). Por su presencia y acción continuas, la “Tradición, que viene de los apóstoles, progresa en la Iglesia” (DV 8). Invocando su luz, el Pueblo de Dios, partícipe de la función profética de Cristo (cf. LG 12), “procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, que comparte con sus contemporáneos, cuáles son en ellos los signos verdaderos de la presencia o del designio de Dios” (GS 11). Tal discernimiento se sirve de todos los dones de sabiduría que el Señor distribuye en la Iglesia y hunde sus raíces en el sensus fidei comunicado por el Espíritu a todos los bautizados. En este espíritu se debe comprender y reorientar la vida de la Iglesia sinodal misionera
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