HOJA PARROQUIAL
13 y 14 de Septiembre de 2025
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. Ciclo C
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“Dios nos mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él”
LECTURAS
Primera lectura del libro de los Números 21, 4b-9:
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.
Salmo 77 R/. No olvidéis las acciones del Señor
Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
Evangelio según san Juan 3, 13-17
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
Los textos son cogidos de la página de
ver
Un signo es un objeto, un gesto, un sonido, una acción… que, al contemplarlo, tiene un significado para nosotros que nos remite a otra determinada realidad. Los signos son muy importantes y necesarios en nuestra vida, en nuestras relaciones familiares, sociales… Si nos detenemos a pensar, estamos rodeados de ellos y los utilizamos habitualmente. Pero, para que un signo sea eficaz, ha de ser conocido por un grupo y, además, ha de tener el mismo significado para todos los de ese grupo. Por eso, para evitar malas interpretaciones, los signos han de ser explicados.
juzgar
Una cruz, por sí sola, es un elemento de dolor, de tortura y de muerte, es algo negativo y que se rechaza. Por eso, mucha gente (incluso quienes se consideran “de Iglesia”) no entiende y critica que tengamos siempre bien visible el crucifijo, y que hablemos tanto de llevar y soportar la cruz. Para estas personas, celebrar “la exaltación de la Santa Cruz” significaría celebrar el sufrimiento, el dolor, la sangre… como el camino para llegar hasta Dios; y, cuanto más dolor, más cerca estamos.
Sin embargo, para los cristianaos tiene otro significado, mucho más profundo. Hoy no celebramos “una cruz” por sí sola; hoy celebramos “la Santa Cruz”, es decir, la Cruz en la que Cristo murió, la Cruz con Cristo. Y la Santa Cruz tiene el significado y nos remite a algo que siempre necesitamos tener presente y que hemos escuchado en la 2ª lectura: que “Cristo, siendo de condición divina, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, y se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”. Humanamente sabemos que alguien nos ama de verdad cuando es capaz de hacer lo que sea, aunque le cueste esfuerzo, aunque tenga que sufrir, por nuestro bien; y entendemos que eso no es masoquismo ni ganas de sufrir, sino que quien nos ama acepta el sufrimiento por amor a nosotros, por nuestro bien. Pues Jesús nos ama hasta el extremo de aceptar la muerte de cruz, no por exaltar el dolor, sino aceptándola por amor a nosotros y por nuestra salvación.
Así nos lo ha dicho Él mismo en el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. No nos salva “la cruz”, sino el Crucificado. Éste es el significado del signo de la Santa Cruz: es el gran Signo del amor de Dios hacia nosotros. Y por eso la “exaltamos” la celebramos.
En la 1ª lectura hemos escuchado que “Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, éste miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida”. Y Jesús ha hecho referencia a esto pero refiriéndolo a su futura muerte en cruz: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”. Por eso tenemos siempre bien visible para todos el gran Signo de la Santa Cruz, de la Cruz con Cristo, para que podamos mirarla y veamos en ella no un instrumento de sufrimiento, tortura y muerte, sino la expresión del amor infinito de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, hacia nosotros
actuar
Que la celebración de la Santa Cruz nos lleve a tener presente lo que hemos escuchado hoy en la Palabra de Dios, y que el amor infinito de Dios nos mueva a responder también con amor al prójimo, acogiendo la cruz no como exaltación del dolor sino como expresión de nuestro amor, con la certeza de que estamos siguiendo los pasos de Cristo y compartiremos con Él la vida eterna.
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
Parte III –“Echar la red”
96. En particular, con respecto a la transparencia, surgió la necesidad de iluminar su significado vinculándola a una serie de términos como verdad, lealtad, claridad, honradez, integridad, coherencia, rechazo de la opacidad, la hipocresía y la ambigüedad, y ausencia de segundas intenciones. Se hizo referencia a la bienaventuranza evangélica de los puros de corazón (Mt 5,8), al mandato de ser “sencillos como palomas” (Mt 10,16) y a las palabras del apóstol Pablo: “hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, no actuando con intrigas ni falseando la palabra de Dios; sino que, manifestando la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo el mundo delante de Dios” (2 Cor 4,2). Se hace referencia, por tanto, a una actitud subyacente, enraizada en la Escritura, más que a un conjunto de procedimientos o requisitos administrativos o de gestión. La transparencia, en su correcto sentido evangélico, no compromete el respeto a la intimidad y a la confidencialidad, la protección y el cuidado de las personas, de su dignidad y de sus derechos, incluso frente a pretensiones indebidas de la autoridad civil. Todo ello, sin embargo, nunca puede justificar prácticas contrarias al Evangelio ni convertirse en pretexto para eludir o encubrir acciones del mal. En todo caso, por lo que se refiere al secreto confesional, “el sello sacramental es indispensable y ningún poder humano tiene jurisdicción sobre él, ni puede revocarlo” (Francisco, Discurso a los participantes en el XXX Curso sobre el Foro Interno organizado por la Penitenciaría Apostólica, 29 de marzo de 2019).
97. La actitud de transparencia, en el sentido que acabamos de indicar, constituye un guardián de esa confianza y credibilidad de las que una Iglesia sinodal, atenta a las relaciones, no puede prescindir. Cuando se viola la confianza, son los más débiles y vulnerables quienes sufren las consecuencias. Allí donde la Iglesia goza de confianza, las prácticas de transparencia, rendición de cuentas y evaluación contribuyen a consolidarla, y son un elemento aún más crítico allí donde la credibilidad de la Iglesia debe ser reconstruida. Esto es especialmente importante en el cuidado y la protección de menores y de personas vulnerables (safeguarding).
98. Estas prácticas contribuyen a asegurar la fidelidad de la Iglesia a su misión. Su ausencia es una de las consecuencias del clericalismo y, al mismo tiempo, lo alimenta. Se basa en la suposición implícita de que los que tienen autoridad en la Iglesia no deben rendir cuentas de sus acciones y decisiones, como si estuvieran aislados o por encima del resto del Pueblo de Dios. La transparencia y la responsabilidad no sólo deben exigirse cuando se trata de abusos sexuales, financieros y de otro tipo. También concierne al estilo de vida de los pastores, los planes pastorales, los métodos de evangelización y el modo en que la Iglesia respeta la dignidad de la persona humana, por ejemplo, en lo que respecta a las condiciones de trabajo dentro de sus instituciones.
99. Si la Iglesia sinodal quiere ser acogedora, la rendición de cuentas debe convertirse en una práctica habitual a todos los niveles. Sin embargo, quienes ocupan puestos de autoridad tienen una mayor responsabilidad a este respecto y están llamados a rendir cuentas a Dios y a su Pueblo. Si bien la práctica de rendir cuentas a los superiores se ha conservado a lo largo de los siglos, es preciso recuperar la dimensión de la rendición de cuentas que la autoridad está llamada a dar a la comunidad. Las instituciones y procedimientos consolidados en la experiencia de la vida consagrada (como los capítulos, las visitas canónicas, etc.), pueden ser fuente de inspiración en este sentido.
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