HOJA PARROQUIAL
22 y 23 de Noviembre de 2025
Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario. Ciclo C
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA
“Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”
LECTURAS
Primera lectura del segundo libro de Samuel 5,1-3:
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.
Salmo 121,1-2.4-5 R/. Vamos alegres a la casa del Señor
Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,12-20
Hermanos:
Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Evangelio según san Lucas 23,35-43
Los textos son cogidos de la página de
ver
Un rey o reina consorte es el cónyuge de un rey o reina que ostenta el título por derecho propio. Los consortes, aunque su tratamiento sea también el de ‘rey’ o ‘reina’, no comparten los mismos poderes políticos y militares del monarca, pero tienen una gran responsabilidad y tarea que cumplir en muchas de las funciones que forman parte de su cargo.
juzgar
Esta fiesta fue instituida por el Papa Pío XI en la encíclica ‘Quas primas’ (1925). En ella dice que Cristo «públicamente confirmó que es Rey (Jn 18, 37) en presencia del gobernador romano, pero manifestó que su reino no era de este mundo». Jesús, ante Pilato, se muestra efectivamente como Rey, pero aprovecha la ocasión para mostrarse como un Rey desconcertante, que tiene un objetivo, no de dominio sino de salvación. Por eso, «cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó esta vana imaginación y esperanza. Y, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, El rehusó tal título de honor».
De ahí que, como hemos escuchado en el Evangelio, la afirmación que Cristo hace de su realeza provocase incredulidad, rechazo y burlas: “Los magistrados hacían muecas a Jesús, diciendo «Que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios». Se burlaban también los soldados: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros»”. Pero, aunque ellos no se lo crean, Jesús sigue siendo Rey.
Como diremos en el Prefacio, el Reino de Jesús es «el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz». Por tanto, Jesús reina allí donde se vive la fraternidad, la justicia y la paz como actitudes fundamentales; Jesús reina allí donde prevalece la entrega de uno mismo y el servicio a los demás, sobre todo a los más desfavorecidos. Jesús reina allí donde se vive el amor a Dios, que se concreta en el amor al prójimo. Esto es lo que hoy celebramos.
Pero hoy también celebramos que nosotros, por el Bautismo, podemos considerarnos como ‘consortes del Rey’. En el Antiguo Testamento se empleaba la unción para expresar la fuerza que Dios comunicaba a las personas que empezaban una misión para su pueblo: los reyes, como David; los sacerdotes, como Aarón; los profetas, como Eliseo. Jesucristo es el Ungido de Dios, el verdadero Sacerdote, Profeta y Rey, y cuando en nuestro Bautismo somos ungidos con el Crisma, se nos dice: «que seas para siempre miembro de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey». Somos miembros de Cristo, como decía la 1ª lectura: “Hueso tuyo y carne tuya somos…” y la 2ª: “Él es la cabeza del cuerpo: de la Iglesia”. Y por eso el primer sentimiento que ha de brotar es la acción de gracias, como también hemos escuchado en la 2ª lectura: “Demos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor…”. Ser miembros de Cristo y participar de su misión como sacerdotes, profetas y reyes, no se debe a nuestros méritos o capacidades personales, sino que es un don, un regalo del amor de Dios.
Pero, como ‘consortes del Rey’, tenemos una gran responsabilidad porque compartimos su misión como sacerdotes, porque todos podemos hablar a Dios en la oración; profetas, porque todos podemos hablar de Dios y dar testimonio de fe; y reyes, porque todos podemos hacer presente el Reino de Dios con nuestras obras de servicio y entrega, siguiendo el ejemplo de Jesús, nuestro Rey. Y debemos cumplir esta misión con fidelidad, incluso cuando, como ‘consortes del Rey’, compartamos también con Él los momentos de Cruz.
actuar
Que esta solemnidad nos ayude a unirnos a nuestro Rey y reforzar nuestra identidad como ‘consortes’ suyos por el Bautismo, para que en el nuevo año litúrgico que vamos a iniciar hagamos cada vez más presente su reinado hasta que «podamos vivir eternamente con Él en el reino del cielo».
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
129. Para lograr una “saludable ‘descentralización’” (EG 16) y una efectiva inculturación de la fe, es necesario no sólo reconocer el papel de las Conferencias Episcopales, sino también revalorizar la institución de los Concilios particulares, tanto provinciales como plenarios, cuya celebración periódica ha sido una obligación durante gran parte de la historia de la Iglesia y que están previstos por el derecho vigente en el ordenamiento latino (cf. CIC cc. 439-446). Deberían convocarse periódicamente. El procedimiento de reconocimiento de las conclusiones de los Concilios particulares por parte de la Santa Sede (recognitio) debería ser reformado, para favorecer su publicación oportuna, indicando plazos precisos o, en el caso de cuestiones puramente pastorales o disciplinares (que no se refieran directamente a cuestiones de fe, moral o disciplina sacramental), introduciendo una presunción jurídica, equivalente al consentimiento tácito.
El servicio del Obispo de Roma
130. El proceso sinodal ha ayudado también a revisar los modos de ejercicio del ministerio del Obispo de Roma a la luz de la sinodalidad. En efecto, la sinodalidad articula de manera sinfónica las dimensiones comunitaria (“todos”), colegial (“algunos”) y personal (“uno”) de cada Iglesia local y de toda la Iglesia. En esta perspectiva, el ministerio petrino es inherente a la dinámica sinodal, así como la dimensión comunitaria, que incluye a todo el Pueblo de Dios, y aquella colegial del ministerio episcopal (cf. CTI, n. 64).
131. Se comprende así el alcance de la afirmación conciliar según la cual “dentro de la comunión eclesiástica, existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla” (LG 13). El Obispo de Roma, principio y fundamento de la unidad de la Iglesia (LG 23), es el garante de la sinodalidad: a él corresponde convocar a la Iglesia en Sínodo, presidirlo y confirmar sus resultados. Como sucesor de Pedro, tiene un papel único en la salvaguardia del depósito de la fe y de las costumbres, asegurando que los procesos sinodales sean fructíferos para la unidad y el testimonio. Junto con el Obispo de Roma, el Colegio episcopal tiene un papel insustituible en apacentar la Iglesia toda (cf. LG 22-23) y en promover la sinodalidad en todas las Iglesias locales.
132. Como garante de la unidad en la diversidad, el Obispo de Roma vela por la salvaguardia de la identidad de las Iglesias católicas orientales, en el respeto de sus antiguas tradiciones teológicas, canónicas, litúrgicas, espirituales y pastorales. Estas Iglesias están dotadas de sus propias estructuras sinodales deliberativas: Sínodo de los Obispos de las Iglesias patriarcales y arquidiocesanas mayores (cf. CCEO cc. 102 ss., 152), Concilio provincial (cf. CCEO can. 137), Consejo de Jerarcas (cf. CCEO cc. 155, § 1, 164 ss.) y, finalmente, Asambleas de Jerarcas de diversas Iglesias sui iuris (cf. CCEO can. 322). Como Iglesias sui iuris en plena comunión con el Obispo de Roma, conservan su identidad oriental y autonomía. En el marco de la sinodalidad, es oportuno revisar juntos la historia para curar las heridas del pasado y profundizar nuevos modos de vivir la comunión que produzcan un cambio en las relaciones entre las Iglesias católicas orientales y la Curia romana. Las relaciones entre la Iglesia latina y las Iglesias católicas orientales deben caracterizarse por el intercambio de dones, la colaboración y el enriquecimiento recíproco.










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