miércoles, 9 de octubre de 2024

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

                                                  



HOJA PARROQUIAL

12 y 13 de Octubre de 2024

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario. Ciclo B


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana




ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre


LECTURAS



Primera lectura del Libro de la Sabiduría 7, 7-11


Supliqué y me fue dada la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.

La preferí a cetros y tronos
y a su lado en nada tuve la riqueza.

No la equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro ante ella es un poco de arena
y junto a ella la plata es como el barro.

La quise más que a la salud y la belleza
y la preferí a la misma luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
tiene en sus manos riquezas incontables.


Salmo 89, 12-13. 14-15. 16-17 R: Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres


Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R/.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas. R/.

Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.


Segunda lectura de la carta a los Hebreos 4, 12-13


Hermanos:

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.
Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.


Evangelio según San Marcos 10, 17-30


En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».

Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».

Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.

Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».

Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».

Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».

Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».

Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».




Los textos son cogidos de la página de 






ver





Una herencia es el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que los herederos reciben al morir alguien. En principio, heredar es algo bueno, pero en estos años ha crecido el número de herencias que se rechazan. La principal causa tiene que ver con los gastos y obligaciones que conlleva aceptar una herencia: en algunos casos pueden resultar cuantiosos, por lo que hay que tomar una decisión. Y así, cuando los herederos se ven incapaces de asumir el coste o ven que éste no compensa el valor de lo que van a recibir, acaban renunciando a dicha herencia.   




juzgar



Hoy en el Evangelio hemos escuchado que, “cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodillo ante Él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»” El concepto de ‘herencia’ forma parte de la vida del Pueblo de Israel. Dios había hecho una alianza con Abrahán, prometiéndole descendencia y tierra, y los descendientes de Abrahán son los herederos de esa promesa de Dios. En los últimos tiempos, aunque el Pueblo de Dios haya quedado reducido a un resto, recibirá la tierra en herencia para siempre. 


Con el paso del tiempo, el contenido de esta herencia se ampliará al plano espiritual, a una vida tras la muerte, prometida por Dios a los justos. De ahí la inquietud del que se dirige a Jesús: como miembro del Pueblo de Dios, él se sabe heredero de esa promesa; además, su riqueza le da seguridad porque en la sociedad judía de la época, la riqueza era vista como una bendición de Dios y un signo de su favor. Pero también sabe que sólo los justos serán los beneficiarios de la herencia de Dios y, aunque es un buen cumplidor de los mandamientos (“todo eso lo he cumplido desde mi juventud”), prefiere asegurarse preguntando al Maestro. 


En un primer momento, Jesús le responde que, si sólo quiere heredar eso que espera, sólo tiene que seguir cumpliendo los mandamientos. Pero a continuación Jesús le hace ver que está llamado a recibir una herencia mucho mayor que la esperada por el Pueblo de Israel: Jesús ofrece el Reino de Dios, una herencia que desborda con creces todo lo que podemos pensar. Pero recibir esta herencia mayor tiene un coste: “vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”. Y él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico. Para este hombre, no le compensa asumir esos gastos y obligaciones que conlleva heredar lo que Jesús ofrece. 


Nosotros, como escribió san Pablo, “somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom 8, 16-17). Y este Evangelio de hoy nos invita a preguntarnos, en primer lugar, qué esperamos heredar. Podríamos responder, como el personaje del Evangelio: “la vida eterna”. Y, como él, también creemos que para eso sólo hace falta cumplir los mandamientos y no aspiramos a más ni nos planteamos nada más. Esto tiene un coste, pero es asumible, y nos conformamos con cumplir unos mínimos (‘ni robo ni mato’, decimos) para ganarnos el cielo. 


Pero Jesús también nos dice que estamos llamados a una herencia mayor. Él también hoy se nos queda mirando y, con amor, nos dice: “Una cosa te falta…”. Jesús nos propone un estilo de vida que nos hace ir disfrutando ya desde ahora, anticipadamente, de esa herencia que recibiremos en plenitud: el Reino de Dios, que supera todo lo imaginable. Pero heredar el Reino de Dios tiene un coste y unas obligaciones: vivir desde la entrega, el servicio, la austeridad… y todo con amor. 


Por eso, este Evangelio también nos hace preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a aceptar esta herencia? ¿Me compensa lo que voy a recibir con los ‘gastos’ que conlleva este estilo de vida de Jesús?




actuar





¿Conozco a alguien que haya tenido que renunciar a una herencia? ¿Cómo se sintió? ¿Estoy dispuesto a aceptar la herencia del Reino? ¿Cómo me sentiría si la rechazase, por los ‘costes’?

Según san Marcos (1, 15), la predicación inaugural de Jesús fue: “está cerca el Reino de Dios”. Por Él, somos también hijos de Dios, y estamos llamados a heredar ese Reino (“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros…”. Mt 25, 34). Aceptemos con amor y agradecimiento esta herencia y, si los ‘costes’ nos parecen inasumibles, pongámonos en sus manos con confianza porque, como Él también ha dicho: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.







SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO

INSTRUMENTUM LABORIS

XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

PARA LA SEGUNDA SESIÓN

(OCTUBRE DE 2024)



14. En este sentido, el primer cambio que debe realizarse es un cambio de mentalidad: una conversión a una visión de relacionalidad, interdependencia y reciprocidad entre mujeres y hombres, que son hermanas y hermanos en Cristo, con vistas a la misión común. Son la comunión, la participación y la misión de la Iglesia las que sufren las consecuencias de una falta de conversión de las relaciones y de las estructuras. Como afirma la aportación de una Conferencia Episcopal latinoamericana «una Iglesia en la que todos los miembros pueden sentirse corresponsables es también un lugar atractivo y creíble».


15. Las aportaciones de las Conferencias Episcopales reconocen que son numerosos los ámbitos de la vida eclesial abiertos a la participación de las mujeres. Sin embargo, también señalan que estas posibilidades de participación a menudo no se utilizan. Por ello, sugieren que la segunda sesión promueva el conocimiento de estas posibilidades y fomente su posterior desarrollo en el ámbito parroquial, diocesano y de las demás realidades eclesiales, incluidos los puestos de responsabilidad. Piden también que se exploren otras formas ministeriales y pastorales, para expresar mejor los carismas que el Espíritu derrama sobre las mujeres en respuesta a las necesidades pastorales de nuestro tiempo. Como insiste una Conferencia Episcopal latinoamericana: «En nuestra cultura, la presencia del machismo sigue siendo fuerte, mientras que se necesita una participación más activa de la mujer en todos los ámbitos eclesiales. Como afirma el Papa Francisco, su perspectiva es indispensable en los procesos de toma de decisiones y a la hora de asumir roles en las distintas formas de pastoral y misión».


16. De las aportaciones de las Conferencias Episcopales se desprenden solicitudes concretas que deben someterse al examen de la segunda sesión, entre ellas:

a) la promoción de espacios de diálogo en la Iglesia, para que las mujeres puedan compartir experiencias, carismas, competencias, intuiciones espirituales, teológicas y pastorales para el bien de toda la Iglesia;

b) una participación más amplia de las mujeres en los procesos de discernimiento eclesial y en todas las etapas de los procesos de toma de decisiones (elaboración y toma de decisiones);

c) un mayor acceso a cargos de responsabilidad en las diócesis y en las instituciones eclesiásticas, de conformidad con las disposiciones ya existentes;

d) un mayor reconocimiento y un firme apoyo a la vida y a los carismas de las mujeres consagradas y a su empleo en puestos de responsabilidad;

e) el acceso de las mujeres a cargos de responsabilidad en seminarios, institutos y facultades de teología;

f) un incremento en el número de mujeres que desempeñan el papel de juez en los procesos canónicos. En las aportaciones se recoge también el deseo de que se preste atención al uso del lenguaje y de una serie de imágenes tomadas de las Escrituras y de la tradición en la predicación, en la enseñanza, en la catequesis y en la redacción de los documentos oficiales de la Iglesia.


17. Mientras que algunas Iglesias locales piden la admisión de las mujeres al ministerio diaconal, otras reiteran su oposición. Sobre esta cuestión, que no será objeto de los trabajos de la segunda sesión, es bueno que continúe la reflexión teológica, con los tiempos y modalidades adecuados. A su maduración contribuirán los frutos del grupo de estudio n. 5, que tendrá en cuenta los resultados de las dos Comisiones que se han ocupado del tema en el pasado.


18. Muchas de las reivindicaciones expresadas anteriormente se aplican también a los hombres laicos, cuya escasa participación en la vida eclesial es a menudo objeto de quejas. En general, la reflexión sobre el papel de la mujer pone de manifiesto el deseo de un fortalecimiento de todos los ministerios ejercidos por los laicos (hombres y mujeres). También se hace un llamamiento para que los fieles laicos, hombres y mujeres, adecuadamente formados, contribuyan a la predicación de la Palabra de Dios, también durante la celebración de la Eucaristía. Llamada a la conversión y a la reforma Llamada a la conversión y a la reforma


19. Jesús inició su ministerio público con una llamada a la conversión (cf. Mc 1,15). Es una invitación a reconsiderar la forma de vida personal y comunitaria y a dejarse transformar por el Espíritu. Ninguna reforma puede limitarse únicamente a las estructuras, sino que debe arraigarse en una transformación interior según los «sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5). Para una Iglesia sinodal, la primera conversión es la de la escucha, cuyo redescubrimiento ha sido uno de los mayores frutos del camino recorrido hasta la fecha: en primer lugar, la escucha del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista del Sínodo, y después la escucha recíproca como disposición fundamental para la misión.

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