jueves, 3 de abril de 2025

RELACIÓN INGRESOS Y GASTOS EN LAS PARROQUIAS EN EL MES DE MARZO DE 2025

 

PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN
En las cuentas del Carmen, observarán un gasto grande de "compras de material para la venta", que es la compra de objetos que luego se venden. En gastos excepcionales, hay un pago de 483 euros que corresponden a la guagua del 1 de Mayo.  



PARROQUIA DE SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA


En las cuentas de San Joaquín y Santa Ana nunca se ingresan las colectas imperadas, que se ingresan en la Concepción. Sólo se ingresan las colectas que son para la parroquia. 

PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONCEPCIÓN

Como ingresos excepcionales está la transferencia que le hace el Carmen porque el material que en el Carmen se vende, se pagó por error con la cuenta de la Concepción. Hay un concepto que no entiendo como el programa lo ha creado, que es el de donativos que sale en negativo. Hay un gasto grande "conservación de bienes muebles y enseres" que es el pago de la restauración del bordado del Preso, que es una donación particular, pero el pago se hace desde la cuenta parroquial. 


En este informe sólo quedan recogidas las cuentas principales de cada parroquia, ni salen las cofradías ni hermandades ni las cuentas de las ermitas. 

miércoles, 2 de abril de 2025

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO V DE CUARESMA. CICLO C

                

                                           
            

HOJA PARROQUIAL

Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana











ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


“Anda, y no peques más


LECTURAS




Primera lectura del Profeta Isaías 43, 16–21


Esto dice el Señor,
que abrió camino en el mar
y una senda en las aguas impetuosas;
que sacó a batalla carros y caballos,
la tropa y los héroes:
caían para no levantarse,
se apagaron como mecha que se extingue.
«No recordéis lo de antaño,
no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino en el desierto,
corrientes en el yermo.

Me glorificarán las bestias salvajes,
chacales y avestruces,
porque pondré agua en el desierto,
corrientes en la estepa,
para dar de beber a mi pueblo elegido,
a este pueblo que me he formado
para que proclame mi alabanza».


Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.


Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas, 
la lengua de cantares. R/.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R/.

Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R/.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R/.


Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 3, 8-14


Hermanos:

Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo.

Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.


Evangelio según San Juan 8, 1-11


En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».

Ella contestó:
«Ninguno, Señor».

Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».




Los textos son cogidos de la página de 







ver



En esta etapa final de la Cuaresma es muy habitual que en las comunidades parroquiales se organicen celebraciones penitenciales comunitarias con confesión y absolución individuales. Y, salvo excepciones, de año en año se nota la disminución de la participación en estas celebraciones. Y lo mismo ocurre el resto del año: cada vez son menos los fieles que piden confesión. Las causas son muchas: separación entre fe y vida, pérdida del sentido del pecado pero hay una que supone un fuerte obstáculo: ‘Decir los pecados al confesor’. Muchos piensan que por qué deben contarle al cura sus pecados, y por eso prescinden de este Sacramento.  



juzgar


Cuando se dialoga sobre este punto, aparecen múltiples razones: muchos aluden sentimientos de vergüenza, escrúpulos… Otros, lamentablemente, han tenido malas experiencias, al encontrarse con actitudes y palabras muy duras por parte del confesor. Y otras personas, simplemente, no entienden la razón de la presencia del sacerdote y dicen: ‘Yo me confieso directamente con Dios’. 

El Arzobispo de Valencia, en su Carta Pastoral con motivo de Jubileo “Peregrinos de esperanza”, hacía esta referencia a este elemento del Sacramento de la Penitencia: «Soy consciente de que la mediación eclesial en la recepción del perdón es para muchos una dificultad, cuando en realidad debería ser una ayuda para una auténtica reconciliación: la humildad para reconocer y confesar nuestras faltas ante un ministro de la Iglesia nos ayuda a vivir este encuentro con Dios, no con miedo, sino sintiéndonos pobres a causa de nuestras faltas». 

El Evangelio que hemos escuchado nos orienta para recuperar el verdadero sentido de este Sacramento y la necesidad del ministro ordenado en el mismo. Los escribas y los fariseos traen ante Jesús a “una mujer sorprendida en flagrante adulterio”. No hay duda de su pecado y los escribas y fariseos tienen clara la sentencia: “La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras”. Ellos no son personas ignorantes, tienen su conciencia formada desde el estudio de la Palabra de Dios, y por eso no dudan que ése es el parecer de Dios y que deben aplicarlo. Ese peligro lo corremos nosotros cuando nos creemos ‘formados’, cuando nos creemos que ‘tenemos claro lo que Dios quiere’. 

Pero los escribas y fariseos, aunque con mala intención (para comprometerlo y poder acusarlo), se dejan cuestionar por Jesús: “Tú, ¿qué dices?” Y se encuentran con una respuesta que no va contra lo que ellos creían tener tan claro respecto a Dios, sino que amplía y completa lo que Dios dice sobre el pecado cometido: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Sin la presencia de Jesús, esa mujer hubiera sido condenada y apedreada; pero su presencia es la que despierta de verdad la conciencia de escribas y fariseos, que, “al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos”. 

Y, sobre todo, la presencia de Jesús es la que hace posible el diálogo con la mujer y que ésta se dé cuenta del mal cometido y encuentre el perdón (tampoco yo te condeno) y la posibilidad de reconducir su vida (Anda, y en adelante no peques más). Es en el diálogo con el confesor donde el pecador se encuentra ‘a solas con Jesús’, porque el sacerdote, por voluntad de Cristo y en virtud del Sacramento del Orden, actúa no a título personal sino en representación del mismo Cristo. 

La presencia del sacerdote en el Sacramento de la Penitencia permite el diálogo, que cuestionemos ‘nuestras’ ideas, a menudo preconcebidas, limitadas, erróneas… desde la Palabra de Dios, para conocer realmente Su voluntad. Y, sobre todo, nos permite escuchar, no sólo en nuestra conciencia sino realmente, las palabras del mismo Jesús: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.






actuar




¿Me confieso regularmente o ‘me confieso directamente con Dios’? ¿Me da reparo decir los pecados al confesor? ¿Me abro al diálogo, me dejo cuestionar? ¿Experimento la presencia de Jesús? 

Aunque ‘decir los pecados al confesor’ nos suponga un obstáculo, acojamos la invitación que hoy el Señor nos hace para vivir la experiencia de la mujer adúltera. Como dice el Papa Francisco: «El sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados. La Reconciliación sacramental no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él, experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados». (Bula de convocatoria del Jubileo 2025)









DOCUMENTO FINAL

POR UNA IGLESIA SINODAL:

COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN


14. La Iglesia existe para testimoniar al mundo el acontecimiento decisivo de la historia: la resurrección de Jesús. El Resucitado trae la paz al mundo y nos da el don de su Espíritu. Cristo vivo es la fuente de la verdadera libertad, el fundamento de la esperanza que no defrauda, la revelación del verdadero rostro de Dios y del destino último del hombre. Los Evangelios nos dicen que, para entrar en la fe pascual y ser testigos de ella, es necesario reconocer el propio vacío interior, las tinieblas del miedo, de la duda y del pecado. Pero quienes, en la oscuridad, tienen el valor de salir y ponerse a buscar, descubren realmente que son buscados, llamados por su nombre, perdonados y enviados junto a sus hermanos y hermanas.

 

La Iglesia Pueblo de Dios, sacramento de unidad

 

15. Del Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo brota la identidad del Pueblo de Dios. Se realiza como llamada a la santidad y envío en misión para invitar a todos los pueblos a acoger el don de la salvación (cf. Mt 28,18-19). Es, pues, del Bautismo, en el que Cristo nos reviste de Sí mismo (cf. Ga 3,27) y nos hace renacer por el Espíritu (cf. Jn 3,5-6) como hijos de Dios, de donde nace la Iglesia sinodal misionera. Toda la vida cristiana tiene su fuente y su horizonte en el misterio de la Trinidad, que suscita en nosotros el dinamismo de la fe, de la esperanza y de la caridad.

16. “Quiso Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente, como excluyendo su mutua conexión, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (LG 9). El Pueblo de Dios, en camino hacia el Reino, se alimenta continuamente de la Eucaristía, fuente de comunión y de unidad: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Cor 10,17). La Iglesia, alimentada por el sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, se constituye como su Cuerpo (cf. LG 7): “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1 Cor 12,27). Vivificada por la gracia, ella es el Templo del Espíritu Santo (cf. LG 717): es Él, en efecto, quien la anima y construye, haciendo de todos nosotros las piedras vivas de un edificio espiritual (cf. 1 Pe 2,5; LG 6).

17. El proceso sinodal nos ha hecho experimentar el “sabor espiritual” (EG 268) de ser Pueblo de Dios, reunido de todas las tribus, lenguas, pueblos y naciones, viviendo en contextos y culturas diferentes. Ese Pueblo, no es nunca la mera suma de los bautizados, sino el sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión, todavía peregrino en el tiempo y ya en comunión con la Iglesia del cielo. En los diversos contextos en los que están arraigadas cada una de las Iglesias, el Pueblo de Dios anuncia y testimonia la Buena Nueva de la salvación; viviendo en el mundo y para el mundo, camina junto a todos los pueblos de la tierra, dialoga con sus religiones y culturas, reconociendo en ellas las semillas de la Palabra, avanzando hacia el Reino. Incorporados a este Pueblo por la fe y el Bautismo, somos sostenidos y acompañados por la Virgen María, “signo de esperanza segura y de consuelo” (LG 68), por los Apóstoles, por quienes han dado testimonio de su fe hasta dar la vida, por los santos de todo tiempo y lugar.

18. En el Pueblo santo de Dios, que es la Iglesia, la comunión de los Fieles (Communio Fidelium) es al mismo tiempo comunión de las Iglesias (communio Ecclesiarum), que se manifiesta en la comunión de los Obispos (communio Episcoporum), en razón del antiquísimo principio de que “el Obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el Obispo” (S. Cipriano, Epístola 66, 8). Al servicio de esta comunión multiforme, el Señor puso al apóstol Pedro (cf. Mt 16,18) y a sus sucesores. En virtud del ministerio petrino, el Obispo de Roma es “principio y fundamento perpetuo y visible” (LG 23) de la unidad de la Iglesia.