miércoles, 30 de abril de 2025

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO III DE PASCUA. CICLO C

                    

                                           
            

HOJA PARROQUIAL

3 y 4 de Mayo de 2025

Domingo de III de Pascua. Ciclo C


ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA


Parroquias de Ntra. Sra. de la Concepción,
de Ntra. Sra. del Carmen
y de San Joaquín y Santa Ana











ENLACE DEL DIBUJO DE FANO


“Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado


LECTURAS

 

Primera lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32. 40b-41


En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».

Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.


Salmo 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y 12a y 13b R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.


Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo, 
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto; 
por la mañana, el júbilo. R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas. 
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.


Segunda lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14


Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».

Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».

Y los cuatro vivientes respondían:
«Amén».

Y los ancianos se postraron y adoraron.


Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Juan 21, 1-19


En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».

Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».

Ellos contestaron:
«No».

Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».

La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».

Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».

Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».

Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».

Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».

Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».

Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?»

Y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».

Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».



Los textos son cogidos de la página de 







ver





Una persona adquirió un nuevo teléfono móvil y comenzó a comprobar los ajustes, funcionamiento de las aplicaciones, descarga de archivos… pero tras un tiempo algunas cosas empezaron a fallar y se le bloqueó. Un amigo le dijo que le hacía falta reiniciar el teléfono para que todo eso que tenía abierto ‘se pusiese en su sitio’. Así lo hizo y el teléfono funcionó correctamente. Esto que ocurre con los dispositivos electrónicos nos ocurre también a nosotros: vamos atendiendo las tareas y problemas cotidianos, pero llega un momento en que estamos muy dispersos y acabamos bloqueándonos, y necesitamos ‘reiniciarnos’ para volver a funcionar bien.  




juzgar


En el Evangelio hemos escuchado “la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos”. Ellos, en los últimos tres años, han vivido muchas cosas: el encuentro con Jesús, la llamada a ser sus discípulos, el anuncio del Evangelio, los milagros y signos que Jesús ha realizado… Sobre todo, los últimos días han sido muy intensos: la pasión y muerte de Jesús con todo lo que conllevó, la sorpresa del encuentro con Jesús Resucitado… Tienen muchos frentes abiertos, por eso, no es de extrañar que, cuando intentan volver a su vida cotidiana (“Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo»”), estén bloqueados: “Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada”. 

Les hacía falta un ‘reinicio’: la situación que hoy hemos escuchado en el Evangelio de Juan es muy similar a la que se produjo cuando Jesús les llamó por primera vez a ser ‘pescadores de hombres’ y que recogen los Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Es este reinicio el que les permite reconocer a Jesús Resucitado: “Es el Señor”, hasta el punto de que “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. 

Y este reinicio es el que les hará reemprender su vida pero ya no como antes, como una simple vuelta a lo de siempre, sino ahora como apóstoles, como testigos de Cristo Resucitado. 

Como hemos dicho, nosotros necesitamos de vez en cuando un ‘reinicio’, también en lo referente a nuestra fe. Por una parte, la mayoría llevamos muchos años como cristianos; por otra parte, además, hemos vivido la Semana Santa con todo lo que conlleva. Pero estamos ya en el tercer domingo de Pascua, hemos vuelto a nuestras tareas cotidianas y quizá la celebración de la Resurrección de Jesús empieza a quedar como algo pasado, y que seguimos igual que antes, quizá incluso nos sentimos ‘bloqueados’ porque no experimentamos ningún avance significativo. 

Por eso hoy se nos llama a que hagamos un reinicio. La Pascua debería ser el tiempo verdaderamente ‘fuerte’ para nosotros, más que la Cuaresma, porque el tiempo Pascual es el tiempo propicio para hacer un reinicio espiritual, para ‘re-cordar’, para volver a pasar por el corazón, nuestros primeros pasos en la fe, las personas, las celebraciones, lecturas, experiencias comunitarias, que fueron significativas para nosotros y que nos llevaron a seguir al Señor. 

La Pascua también es el tiempo propicio para hacer un reinicio respecto a la Eucaristía, que quizá se nos ha vuelto demasiado rutinaria, para vivirla como un verdadero encuentro con el Resucitado. Como “aquel discípulo a quien Jesús amaba” necesitamos redescubrir que “es el Señor” quien está presente; como “Simón Pedro”, cada domingo debemos ‘echarnos al agua’, venir con ganas a su encuentro; y no como espectadores pasivos, sino ‘arrastrando la red’, participando de forma activa. Y, sobre todo, necesitamos la experiencia de que es el mismo Jesús quien, a cada uno, “se acerca, toma, el pan y se lo da”.






actuar




¿En qué aspectos de mi vida me siento bloqueado? ¿Creo que necesito un reinicio, también en mi vida de fe? ¿Qué me ha quedado de la Semana Santa? ¿Cómo vivo la Eucaristía dominical? 

En un dispositivo electrónico, hacer un reinicio supone volver a cargar el sistema operativo, es decir, lo básico que permite que todo los demás programas funcionen. Hagamos también nosotros un reinicio de nuestra vida de fe para desbloquearla y que todas las demás dimensiones de nuestra vida funcionen correctamente, y así también podamos llevar adelante nuestras tareas cotidianas pero ahora como ‘apóstoles’, como testigos creíbles de que verdaderamente Jesús ha resucitado.









DOCUMENTO FINAL

POR UNA IGLESIA SINODAL:

COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN


30. Más detalladamente, la sinodalidad designa tres aspectos distintos de la vida de la

Iglesia:


a) en primer lugar, se refiere al “estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia expresando su naturaleza como el caminar juntos y el reunirse en asamblea del Pueblo de Dios convocado por el Señor Jesús en la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio. Debe expresarse en el modo ordinario de vivir y obrar de la Iglesia. Este modus vivendi et operandi se realiza mediante la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios, en sus diferentes niveles y en la distinción de los diversos ministerios y roles, en su vida y en su misión” (CTI, n. 70a).


b) en segundo lugar, “la sinodalidad designa entonces, en un sentido más específico y determinado desde el punto de vista teológico y canónico, aquellas estructuras y procesos eclesiales en los que la naturaleza sinodal de la Iglesia se expresa a nivel institucional, de modo análogo, en los diversos niveles de su realización: local, regional, universal. Tales estructuras y procesos están al servicio del discernimiento autorizado de la Iglesia, llamada a identificar la dirección a seguir en la escucha del Espíritu Santo” (CTI, n. 70b);


c) en tercer lugar, la sinodalidad designa “la realización puntual de aquellos eventos sinodales en los que la Iglesia es convocada por la autoridad competente y según procedimientos específicos determinados por la disciplina eclesiástica, implicando de diferentes modos, a nivel local, regional y universal todo el Pueblo de Dios bajo la presidencia de los Obispos en comunión colegial y jerárquica con el Obispo de Roma, para el discernimiento de su camino y de las cuestiones particulares, y para la toma de decisiones y orientaciones en orden al cumplimiento de su misión evangelizadora” (CTI, n. 70c).


31. En el contexto de la eclesiología conciliar del Pueblo de Dios, el concepto de

comunión expresa la sustancia profunda del misterio y de la misión de la Iglesia, que tiene en la celebración de la Eucaristía su fuente y su culmen, es decir, la unión con Dios Trinidad y la unidad entre las personas humanas que se realiza en Cristo por medio del Espíritu Santo. En este contexto, la sinodalidad “indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (CTI, n. 6).


32. La sinodalidad no es un fin en sí misma, sino que apunta a la misión que Cristo ha confiado a la Iglesia en el Espíritu. Evangelizar es “la misión esencial de la Iglesia [...] es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad profunda” (EN 14). Estando cerca de todos, sin diferencia de personas, predicando y enseñando, bautizando, celebrando la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación, todas las Iglesias locales y la Iglesia entera responden concretamente al mandato del Señor de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28,19-20; Mc 16,15-16). Valorando todos los carismas y ministerios, la sinodalidad permite al Pueblo de Dios anunciar y testimoniar auténtica y eficazmente el Evangelio a las mujeres y a los hombres de todo lugar y tiempo, haciéndose “sacramento visible” (LG 9) de la fraternidad y unidad en Cristo querida por Dios. Sinodalidad y misión están íntimamente ligadas: la misión ilumina la sinodalidad y la sinodalidad impulsa a la misión.


33. La autoridad de los pastores “es un don específico del Espíritu de Cristo Cabeza para la edificación de todo el Cuerpo” (CTI, n. 67). Este don está vinculado al sacramento del Orden, que configura a quienes lo reciben con Cristo Cabeza, Pastor y Siervo, y los pone al servicio del Pueblo santo de Dios para salvaguardar la apostolicidad del anuncio y promover la comunión eclesial a todos los niveles. La sinodalidad ofrece “el marco interpretativo más adecuado para comprender el propio ministerio jerárquico” (Francisco, Discurso en conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015) y sitúa en la justa perspectiva el mandato que Cristo confía, en el Espíritu Santo, a los Pastores. Por ello, invita a toda la Iglesia, incluidos los que ejercen la autoridad, a la conversión y a la reforma.


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