Nos reunimos esta tarde para la Cena Pascual con Jesús. Llevamos un tiempo caminando juntos en la Cuaresma y a lo largo de todo el año, a través de las Eucaristía de los domingos y las actividades que proponemos en la Parroquia. Este caminar desemboca en la celebración de hoy. En este celebración donde se instaura la Eucaristía, es donde renovamos nuestras fuerzas, nuestras entregas, nuestros sinsabores y donde el Señor nos guía de nuevo hacia su voluntad.
Todos los años me vienen a mi mente estas palabras de Jesús “Ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con ustedes”, con nosotros.
El ambiente está cargado de alegría y dramatismo.
En primer lugar, situemos la escena. Celebramos una fiesta. La fiesta más importante de los judíos. Quizá nunca hemos destacado este aspecto, sólo la dramaticidad. Según San Juan, Jesús celebró 3 Pascuas. Pero ésta era especial. No volverá a beber del fruto de la vid hasta el reino del Padre.
Pero nuestro Dios es un Dios de la alegría. La Cena Pascual anticipa la Misa. Es por ello, que la misa es una fiesta, es celebrar la vida, celebrar la Resurrección, celebrar que Dios está con nosotros. Ellos celebran la liberación de Israel. Es que si nos ponemos a mirar, por lo general, los motivos de celebración que tenemos nosotros son motivados por nuestra fe en Dios.
En medio de las varias copas que se van ofreciendo y se van bebiendo transcurre la última noche de Jesús. Primero lava los pies a los discípulos. Luego pronuncia las palabras de la consagración.
Lava los pies. Un gesto todavía no entendido del todo. Sabemos que es un signo de servicio y servidumbre.
Pero lo que hizo Jesús no fue un ritual litúrgico. Si Pedro no estaba dispuesto a aceptar el lavatorio, es que se dio cuenta de que aquello era algo muy serio y con lo que él no estaba de acuerdo. Porque lavar los pies era trabajo de esclavos. Por eso, ¿cómo se podía tolerar que el Maestro y Señor se convirtiera en “esclavo”? Eso equivalía a trastornar todo el orden establecido, el sistema económico, la organización de la sociedad.
Dice san Pablo que Dios, en Jesús, “se vació de sí mismo”, lo que significa que cambió la “condición divina” por la “condición de esclavo”
Jesús se hizo esclavo de todos, sobre todo de aquellos que no son servidos por nadie, sino que tienen que ser servidores de todo el mundo.
Que este mundo tiene arreglo en la medida en que hay gente que se niega a hacer de “señor” de los demás; y acepta ir por la vida como “esclavo” de todos.
No propone algo más, que resulta asombroso: en el mandamiento “nuevo”, desaparece y ni se menciona a Dios. Solo queda el “ser humano”. El que ama “lo humano”, por eso mismo y por eso solo, ama “lo divino”. Es lo que se nos dirá en el “juicio ateo” (Karl Rahner), que describe (Mt 25, 31-46): “Lo que hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis”. Dios se ha humanizado en Jesús. Amando lo humano, es a Dios a quien amamos. El cristianismo es el más radical humanismo.
Lo que propone Jesús es que libremente elijamos en la vida, siempre y con todos, vivir al servicio de los otros. Nunca para dominar a nadie, para imponernos a nadie, para ser más importantes que los demás. Quien va como esclavo por la vida, contagia felicidad, bienestar, esperanza. Así –dijo Jesús– trascendemos las limitaciones de este mundo. Porque “lo inhumano” se transfigura en “lo humano”. Eso es lo que hizo Dios al “encarnarse” en Jesús.
Dar es una forma de celebrar. Y darse uno mismo es quizás –y ya que hablamos de la Última Cena– la forma más generosa de hacerlo.
Lo que da miedo pensar es que esto, que no le cabía a Pedro en su cabeza, no nos cabe tampoco a nosotros en la nuestra.
Por ello, tenemos que vivir una vida eucarística, es decir, que la vivencia de la Eucaristía irradie mi vida. VIVIR LA EUCARISTÍA ES MUCHO MÁS que un respeto a la liturgia, a la letra, la devoción, la unción. Es vivir la entrega en el mundo.
Me da mucha pena que muchas veces se entienda la Eucaristía sólo como la celebración en el templo, y esto va más allá. Y las personas que lo viven con más unción, muchas veces en sus rigideces tratan mal al otro, aunque sea en la misma Eucaristía: SE OLVIDARON QUE EL OTRO ES PRESENCIA VIVA DE DIOS.
Vivir una vida eucarística pasa necesariamente por llevar una intensa vida de oración en la que busquemos siempre la voluntad de Dios. PORQUE JESÚS ORÓ CONTINUAMENTE
Vivir una vida eucarística es vivir con unción la Eucaristía, memorial del Señor y encuentro con Jesús. No me contento con la misa del fin de semana, sino que lo busco y la vivo a diario. PORQUE NO PODREMOS VIVIR SIN ÉL Y TODA MI VIDA ES BUSCARLO A ÉL. YA NADA ME CONTENTA, ME AGRADA, ME SATISFACE COMPARADO CON EL MOMENTO DE ESTAR CON JESÚS.
Vivir una vida eucarística es vivir la vida con agradecimiento porque el Señor se derrama continuamente con nosotros. PORQUE LA EUCARISTÍA ES ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS.
Vivir una vida eucarística es vivir mi ser en el mundo como una entrega generosa a Dios y a los hermanos al servicio del Reino de Dios, PORQUE LA EUCARISTÍA ES LA ENTREGA DE JESÚS POR NOSOTROS Y POR EL MUNDO.
Vivir una vida eucarística es participar de la vida del pueblo, como uno más, compartiendo la vida con los hermanos. PORQUE JESÚS ESTUVO 30 AÑOS PASANDO DESAPERCIBIDO, APRENDIENDO DE LA GENTE, COMPARTIENDO LA VIDA CON ELLOS, VIVIENDO LA VIDA ESTANDO EN ELLA.
Vivir una vida eucarística es caminar juntos, trabajar juntos, pensar juntos, no buscando protagonismos, porque en la Eucaristía celebramos juntos PORQUE SOMOS EL CUERPO DE CRISTO.
Vivir una vida eucarística es respetar al otro en su vida, sus acciones, sus pensamientos, PORQUE ES HIJO DE DIOS Y PORTA TAMBIÉN A JESÚS.
El Papa y el Señor nos lleva lanzando misivas durante ya bastante tiempo, no sólo porque seamos menos, sino porque nos vamos desviando de nuestro ser Iglesia: convocación, asamblea.
Hagamos de nuestras comunidades, unas comunidades vivas, donde todos se respeten, se amen, trabajemos juntos pensando únicamente en el Reino de Dios y su justicia y no nuestro provecho.
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