HOJA PARROQUIAL
2 y 3 de Agosto de 2025
Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. Ciclo C
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“¿De quién será lo que has preparado?”
LECTURAS
Primera lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23
Salmo 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.
Evangelio según San Lucas 12, 13-21
Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios».
Los textos son cogidos de la página de
ver
En tiempo de verano es muy común que en revistas, televisión, páginas web… aparezca información sobre lugares de veraneo, o cómo lo están pasando los personajes famosos de la vida social: cantantes, actores y actrices, deportistas… También las redes sociales se llenan de fotografías de viajes, fiestas… Todo muy idílico. Pero cuando surge alguna noticia dramática, o simplemente terminan las vacaciones, se rompe esa burbuja de felicidad y nos damos un baño de realidad: la mayor parte de nuestra vida tiene muy poco que ver con todo eso, más bien al contrario. Y, para muchas personas, las circunstancias en las que viven son un verdadero y durísimo ‘valle de lágrimas’.
juzgar
La semana pasada, citando al Papa León, decíamos que necesitamos pedir en la oración que el Espíritu Santo nos haga descubrir un nuevo modo de ver y vivir la vida, lo que de verdad necesitamos. Y la Palabra de Dios de este domingo incide en esta línea.
En la 1ª lectura, del libro del Eclesiastés, hemos escuchado unas palabras con las que fácilmente podemos identificarnos: “¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente”. El autor manifiesta que las cosas que nos parecen más deseables en la vida (riqueza, poder, placer…) son incapaces de darnos una satisfacción completa y duradera: pueden darnos algún momento de felicidad, pero son como una burbuja y después llega el baño de realidad: “también eso es vanidad”. Además, la certeza de la muerte es un muro contra el que se estrellan todos los proyectos, esperanzas y alegrías. Aunque el autor cree en Dios, para él es ‘Algo’ lejano, indiferente, que no logra dar un verdadero sentido ni esperanza a su vida, llevándole a un completo pesimismo y resignación en el sentido más negativo.
Esta experiencia del autor del Eclesiastés, que hoy es compartida por la mayoría de personas, es recogida por Jesús en el Evangelio que hemos escuchado, con esa parábola del hombre rico que se dice a sí mismo: “Tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Si somos sinceros, todos desearíamos poder hacer esta afirmación, pero Jesús rompe esa burbuja de felicidad con un baño de realidad: “Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?»” Jesús, como el autor del Eclesiastés, nos recuerda la certeza de la muerte pero Jesús introduce a Dios no como algo lejano e indiferente sino como Alguien que se preocupa por sus criaturas, que nos cuestiona porque no quiere que desaprovechemos nuestra vida, sino que busquemos lo que de verdad necesitamos.
Al decirnos al final de la parábola: “Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios”, Jesús nos enseña que el baño de realidad que constituye la mayor parte de nuestra vida no es para llevarnos a los extremos del ‘comamos y bebamos que mañana moriremos’ o del pesimismo desesperanzado, sino la oportunidad que tenemos para ser ‘ricos ante Dios’. Es la llamada que también hemos escuchado en la 2ª lectura: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. Jesús, con su muerte y resurrección, ha roto los límites que suponen la conciencia de la caducidad de los bienes de la tierra y nuestra propia muerte, para abrirnos a la eternidad: “Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con Él”. Gracias a Cristo Resucitado sabemos que el baño de realidad que constituye nuestra vida incluye también desde ahora la vida eterna junto a Él.
actuar
Los cristianos no vivimos en una burbuja de felicidad; Jesús nos da continuamente un baño de realidad, pero una realidad que nos hace vivir como “Peregrinos de Esperanza” para ser “ricos ante Dios” y aspirar “a los bienes de arriba”, como estamos celebrando en este Jubileo: «Nosotros, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. ¿Qué será de nosotros después de la muerte? Más allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito. Lo que ahora vivimos en la esperanza, después lo veremos en la realidad. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre en Él». (Bula Jubileo 19.21)
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
Parte II - En la barca, juntos
Colaboración entre ministros ordenados dentro de la Iglesia sinodal
76. A estos los acompañan ministerios no instituidos ritualmente, pero ejercidos con estabilidad por mandato de la autoridad competente, como, por ejemplo, el ministerio de coordinar una pequeña comunidad eclesial, dirigir la oración comunitaria, organizar acciones caritativas, etc., que admiten una gran variedad según las características de la comunidad local. Un ejemplo de ello son los catequistas que siempre, en muchas regiones de África, han estado a cargo de comunidades carentes de presbíteros. Aunque no exista un rito prescrito, es aconsejable hacer pública la encomienda mediante un mandato ante la comunidad para favorecer su reconocimiento efectivo. También existen ministerios extraordinarios, como el ministerio extraordinario de la comunión, la presidencia de las celebraciones dominicales en espera de presbítero, la administración de ciertos sacramentales y otros. El ordenamiento canónico latino y el oriental ya prevé que, en algunos casos, los fieles laicos, hombres o mujeres, puedan ser también ministros extraordinarios del bautismo. En el ordenamiento canónico latino, el Obispo (con autorización de la Santa Sede) puede delegar la asistencia en los matrimonios a fieles laicos, hombres o mujeres. Sobre la base de las necesidades de los contextos locales, se debe considerar la posibilidad de ampliar y estabilizar estas oportunidades de ejercicio ministerial por parte de los fieles laicos. Por último, están los servicios espontáneos, que no necesitan más condiciones ni reconocimiento explícito. Muestran que todos los fieles, de diversas maneras, participan en la misión a través de sus dones y carismas.
77. A los fieles laicos, hombres y mujeres, se les deben ofrecer más oportunidades de participación, explorando también otras formas de servicio y ministerio en respuesta a las necesidades pastorales de nuestro tiempo, en un espíritu de colaboración y corresponsabilidad diferenciada. Del proceso sinodal surgen, en particular, algunas necesidades concretas, a las que se debe responder de manera adecuada a los diferentes contextos:
a) una participación más amplia de laicos y laicas en los procesos de discernimiento eclesial y en todas las fases de los procesos decisionales (elaboración y toma de decisiones);
b) un acceso más amplio de laicos y laicas a los puestos de responsabilidad en las diócesis y las instituciones eclesiásticas, incluidos los Seminarios, los Institutos y las Facultades de teología, en consonancia con las disposiciones vigentes;
c) un mayor reconocimiento y apoyo a la vida y a los carismas de los consagrados y consagradas y a su empleo en puestos de responsabilidad eclesial;
d) el aumento del número de laicos y laicas cualificados que se desempeñen como jueces en los procesos canónicos;
e) el reconocimiento efectivo de la dignidad y el respeto de los derechos de quienes trabajan como empleados de la Iglesia y de sus instituciones.
78. El proceso sinodal ha renovado la conciencia de que la escucha es un componente esencial de todos los aspectos de la vida de la Iglesia: la administración de los sacramentos, especialmente el de la Reconciliación, la catequesis, la formación y el acompañamiento pastoral. En este marco, la Asamblea dedicó atención a la propuesta de crear un ministerio de escucha y acompañamiento, mostrando diversas orientaciones. Algunos se mostraron a favor, porque dicho ministerio sería una forma profética de subrayar la importancia de la escucha y el acompañamiento en la comunidad. Otros afirmaron que la escucha y el acompañamiento son tarea de todos los bautizados, sin necesidad de que sea un ministerio específico. Otros subrayaron la necesidad de profundizar, por ejemplo, en la relación entre este posible ministerio y el acompañamiento espiritual, el counseling pastoral y la celebración del sacramento de la reconciliación. También surgió la sugerencia de que el posible ministerio de escucha y acompañamiento debería dirigirse especialmente a acoger a los que están al margen de la comunidad eclesial, a los que vuelven después de haberse alejado, a los que buscan la verdad y desean que se les ayude a encontrarse con el Señor. Por tanto, sigue siendo necesario proseguir el discernimiento a este respecto. Los contextos locales donde esta necesidad es más sentida podrán promover su experimentación y desarrollar posibles modelos sobre los que discernir.
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