HOJA PARROQUIAL
26 y 27 de Julio de 2025
Domingo XVII del Tiempo Ordinario. Ciclo C
SOLEMNIDAD DE SAN CRISTÓBAL, TITULAR DE LA DIÓCESIS
ENLACE A TODOS LOS PORTALES DE LA PARROQUIA
“Pidan y se les dará”
LECTURAS
Primera lectura del libro del Génesis 18, 20-32
Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor.
Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8 R/. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.
Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 2, 12-14
Hermanos:
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos.
Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él.
Canceló la nota de cargo que nos condenaba con sus cláusulas contrarias a nosotros; la quitó de en medio, clavándola en la cruz.
Evangelio según San Lucas 11, 1-13
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Los textos son cogidos de la página de
ver
Una persona tenía mucha ilusión en comprarse un robot aspirador; cada vez que limpiaba su casa le parecía más necesario y fortalecía sus razones para comprárselo, y lo tenía prácticamente decidido. Hasta que un día se dio cuenta de que lo que de verdad necesitaba era hacer una serie de reparaciones en su hogar, y a eso debía destinar el dinero. Aunque siguió acordándose del robot cada vez que tenía que limpiar el suelo, agradeció no haberlo hecho para atender lo importante.
juzgar
Esta anécdota nos sirve también para profundizar en nuestra oración. En el Evangelio hemos escuchado a Jesús diciéndonos: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” Y es muy común que el primer pensamiento que nos venga sea: ‘Pues yo he pedido y no me lo ha dado’. A veces pedimos a Dios cosas que nos parecen muy justas y necesarias, que nos facilitarían la vida a nosotros o a otros, lo esperamos con ilusión… pero, cuando Dios no nos concede eso que hemos pedido, reaccionamos con enfado, tristeza, frustración e incluso rechazo hacia Dios.
El apóstol Santiago recogió esta experiencia en su carta: “Pedís y no recibís, porque pedís mal” (4, 3). Por eso, en lugar de lamentarnos por lo que no recibimos, la Palabra de Dios de este domingo nos invita a hacer nuestras las palabras de uno de los discípulos: “Señor, enséñanos a orar”, para descubrir lo que de verdad necesitamos en nuestra vida y que sea eso lo que pidamos.
Y Jesús les enseñó y nos enseñó: “Cuando oréis, decid: «Padre»”. Lo primero en la oración es recordar que Dios es Padre. Y, desde esa conciencia de estar dirigiéndome a ‘mi Padre’, lo segundo es orar con confianza y exponiéndole lo que creo que necesito, como el amigo de la parábola del Evangelio, que acude a pedir “durante la medianoche”, insistiendo aun a sabiendas de que está siendo importuno, pero confiando en que el otro “le dará cuanto necesite”.
Una confianza que nos lleva, en tercer lugar, a ser insistentes, a no darnos por vencidos a las primeras de cambio como como Abrahán en la 1ª lectura: “Me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si…?”
Pero todo esto me debe llevar, en cuarto lugar, a ‘dejar a Dios ser Dios’, a confiar en que Él, como Padre, sabe mejor que yo lo que de verdad necesito en cada momento de mi vida. Por eso el Señor nos ha dicho: “¿Cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?”.
Pedir el Espíritu Santo debería ser lo fundamental de nuestra oración. Por supuesto que debemos exponer al Señor nuestras necesidades o las de otros, lo que pensamos o esperamos… pero siempre dejando espacio al Espíritu Santo, que será quien nos hará descubrir la respuesta que Dios, nuestro Padre, da a nuestra oración. Una respuesta que, aunque no sea la que esperamos o queremos, siempre será lo mejor para nosotros, porque será lo que de verdad necesitamos.
Como dijo el Papa León XIV en su homilía de Pentecostés: «El Espíritu abre las fronteras, ante todo, dentro de nosotros. Es el Don que abre nuestra vida al amor. Y esta presencia del Señor disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros mismos. El Espíritu Santo viene a desafiar, en nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo. El Espíritu de Dios, en cambio, nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida. Nos abre al encuentro con nosotros mismos, más allá de las máscaras que llevamos puestas; nos conduce al encuentro con el Señor enseñándonos a experimentar su alegría; nos convence de que sólo si permanecemos en el amor recibimos también la fuerza de observar su Palabra y, por tanto, de ser transformados por ella. Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros. Y cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces». (8 de junio de 2025)
actuar
¿He aprendido a descubrir lo que de verdad necesito en mi vida? ¿Cómo reacciono cuando pido algo a Dios y no lo obtengo? ¿Mi oración es insistente, incluso atrevida, como Abraham? ¿Confío en que Dios es Padre? ¿Pido que el Espíritu Santo me haga descubrir un nuevo modo de ver y vivir la vida?
El Espíritu Santo es lo que de verdad necesitamos en nuestra vida, porque Él es el que da contenido a las palabras de Jesús: “Pedid… buscad… llamad, porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre”. Más allá de las necesidades inmediatas, Él es quien nos hace ‘elegir la parte mejor’, como decíamos el domingo pasado hablando de Marta y María, y así poder afirmar convencidos lo que hemos repetido en el Salmo: “Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor”.
DOCUMENTO FINAL
POR UNA IGLESIA SINODAL:
COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN
Parte II - En la barca, juntos
Colaboración entre ministros ordenados dentro de la Iglesia sinodal
74. Varias veces, durante el proceso sinodal, se expresó gratitud a los obispos, presbíteros y diáconos por la alegría, el compromiso y la dedicación con que desempeñan su servicio. También se escucharon las dificultades que los pastores encuentran en su ministerio, principalmente relacionadas con la sensación de aislamiento, soledad, así como el sentirse abrumados por las exigencias de atender todas las necesidades. La experiencia del Sínodo puede ayudar a obispos, presbíteros y diáconos a redescubrir la corresponsabilidad en el ejercicio de su ministerio, que requiere también la colaboración con otros miembros del Pueblo de Dios. Una distribución más articulada de tareas y responsabilidades, un discernimiento más valiente de lo que pertenece propiamente al ministerio ordenado y de lo que puede y debe delegarse en otros, favorecerá su ejercicio de una manera espiritualmente más sana y pastoralmente más dinámica en cada uno de sus órdenes. Esta perspectiva no dejará de repercutir en unos procesos de toma de decisiones caracterizados por un estilo más claramente sinodal. También ayudará a superar el clericalismo entendido como el uso del poder en beneficio propio y la distorsión de la autoridad de la Iglesia que está al servicio del Pueblo de Dios. Este se expresa especialmente en abusos sexuales, económicos, de conciencia y de poder por parte de los ministros de la Iglesia. “El clericalismo, fomentado tanto por los mismos sacerdotes como por los laicos, genera un cisma en el cuerpo eclesial que fomenta y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos” (Francisco, Carta al Pueblo de Dios, 20 de agosto de 2018).
Juntos por la misión
75. En respuesta a las necesidades de la comunidad y de la misión, a lo largo de su historia la Iglesia ha dado origen a ciertos ministerios, distintos de los ordenados. Estos ministerios son la forma que toman los carismas cuando son reconocidos públicamente por la comunidad y por los responsables de guiarla, y se ponen de manera estable al servicio de la misión. Algunos se orientan más específicamente al servicio de la comunidad cristiana. De particular relevancia son los ministerios instituidos, que son conferidos por el obispo, una vez en la vida, con un rito específico, tras un discernimiento apropiado y una formación adecuada de los candidatos. No se trata de un simple mandato o asignación de tareas; la atribución del ministerio es un sacramental que configura a la persona y define su modo de participar en la vida y misión de la Iglesia. En la Iglesia latina, son el ministerio del lector y del acólito (cf. Francisco, Carta apostólica en forma de Motu proprio Spiritus Domini, 10 de enero de 2021), y el del catequista (cf. Francisco, Carta apostólica en forma de Motu proprio Antiquum ministerium, 10 de mayo de 2021). Los términos y modalidades de su ejercicio deben ser definidos por un mandato de la autoridad legítima. Corresponde a las Conferencias Episcopales establecer las condiciones personales que deben cumplir los candidatos y elaborar los itinerarios de formación para acceder a estos ministerios.
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