jueves, 11 de abril de 2024

REFLEXIÓN DEL VIERNES SANTO

 Viernes Santo - Reflexión

Queridos hermanos y hermanas


Podemos pensar que estamos aquí para acompañar a Jesús en su sufrimiento. En realidad, Jesús nos acompaña todo el tiempo. Estamos aquí porque hay una búsqueda en nosotros... Jesús plantea estas preguntas a sus discípulos: "¿Qué buscáis?" (Jn 1,39) y "¿A quién buscáis?". (Jn 20,15). Se producen en dos momentos distintos de su vida, uno al comienzo de su misión y el otro al comienzo de su vida glorificada. En ambos incidentes, los discípulos buscan realizar la aspiración de su vida que les empuja constantemente a ir más allá. Nosotros también anhelamos vivir una vida mejor, una vida de paz y alegría. Podemos llamarla una vida de santidad. La santidad no está reservada a unos pocos privilegiados, sino que está destinada a todos y a todas las edades. La Madre Teresa dice: "...la santidad no es el lujo de unos pocos, sino un simple deber para ti y para mí".

 

Nadal, compañero de San Ignacio, buscó en él orientación para vivir una vida santa. Al principio, Ignacio aconsejó a Nadal que pusiera en práctica lo que ya sabía. Sin embargo, Nadal insistió, incitando a Ignacio a ofrecerle una visión más profunda. Ignacio le dijo: "Maestro Nadal, desead sufrir injurias, penalidades, ofensas, acusaciones, por amor de Cristo nuestro Señor; porque éste es el camino de la perfección, y del bien espiritual, y de la felicidad." 

 

La santidad "es un proceso, un movimiento continuo hacia Dios". Estamos tras el Señor crucificado para tener una vida santa. ¿Puede ayudarnos el Señor crucificado?

 

Hay una historia real que se narra en el libro "Érase una vez el Evangelio". Un obispo que era un gran evangelizador intentaba llegar a los no creyentes. Le gustaba contar la historia de un joven que se paraba afuera de la catedral y gritaba consignas ofensivas a la gente que entraba a adorar.  La gente intentaba ignorarle, pero era difícil. Un día, el párroco salió a enfrentarse al joven. El joven no le hizo caso...  Finalmente, el cura se dirigió al joven diciéndole: "Bueno, acabemos con esto. Te reto a que hagas algo, y apuesto a que no puedes hacerlo".  Y, por supuesto, el joven replicó: "Puedo hacer cualquier cosa que me propongas". "Bien", dijo el sacerdote.  "Todo lo que te pido es que vengas al santuario conmigo.  Quiero que mires fijamente la figura de Cristo, y quiero que grites con todas tus fuerzas, tan alto como puedas. Cristo murió en la cruz por mí y no me importa nada". Así que el joven entró en el santuario y, mirando a la figura, gritó lo más alto que pudo: "Cristo murió en la cruz por mí y no me importa un bledo".  El sacerdote le dijo: "Muy bien.  Ahora, hazlo otra vez".  Y de nuevo el joven gritó, con un poco de vacilación: "Cristo murió en la cruz por mí y no me importa un comino".  "Ya casi has terminado", dijo el sacerdote.  "Una vez más". El joven levantó el puño, siguió mirando a la estatua, pero las palabras no salían.  Ya no podía mirar el rostro de Cristo y decirlo. El verdadero remate llegó cuando, después de contar la historia, el obispo dijo: "Yo fui ese joven. Ese joven, ese joven desafiante era yo. Pensaba que no necesitaba a Dios, pero descubrí que sí". Cristo crucificado puede obrar cambios notables en nosotros durante esta Semana Santa. Estemos suficientemente abiertos al cambio, a la vida santa deseada. Amén.

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